Gente
Cuando todo era felicidad
Hoy se supone que debo escribir de las elecciones en Cataluña, pero no se imaginan la pereza que me produce. Llevamos con este rollo, que no lleva a ninguna parte, desde hace muchos meses y aunque todo parece igual ahora es distinto. Tenemos una sociedad catalana absolutamente fracturada en dos mitades: el independentismo blindado en su mundo interior ficticio, sin relación con la realidad, alimentado por el victimismo como un bloque inamovible, granítico. Pero ya nada puede ser igual porque las elecciones las ha ganado con mayoría de votos y escaños un partido constitucionalista, que rompe ese discurso reaccionario y populista de un pueblo iluminado por la conciencia de su destino, que tanto nos recuerda a nacionalismos destructivos y peligrosos. El Gobierno de España ha pagado cara la aplicación displicente y mínima del artículo 155. Los ciudadanos no olvidamos ese abandono a nuestra policía, rodeados por grupos facinerosos, como si de delincuentes se tratará. Tampoco se ha perdonado que TV3 siguiese vertiendo odio y basura en sus programas, de la misma forma que Cataluña Radio. Ha sido todo tan ridículo y esperpéntico, viendo al iluminado Puigdemont desde «Flandes» verter basura contra España, que los resultados catastróficos Rajoy se los ha ganado a pulso. La humillación que hemos sentido los españoles ha sido mucha y un gobierno que no quiere defender la dignidad de su país y ciudadanos tiene lo que se merece.
Los separatistas podrán formar gobierno gracias a esta injusta ley electoral, de espaldas a los deseos de la lista más votada. Pero en él sus principales candidatos son una panda de prófugos y presos. En democracia nadie está por encima de la ley. También debemos tener algo muy claro: el constitucionalismo ha triunfado en la Cataluña urbana, en las grandes ciudades, mientras en la rural se vive en estado de independencia de facto... En estas condiciones los soberanistas no están para muchas revoluciones.
Hoy es un día demasiado intenso. Quizá alguno de ustedes que me están leyendo hayan sido agraciados por la lotería. Enciendo la televisión y se mezclan los niños de San Ildefonso cantando los números, con esa musiquilla tan familiar y cargada de recuerdos, con los analistas políticos, cada una dando la versión que más les conviene dependiendo de su posición ideológica. El resultado, una «mélange» de lo más surrealista.
Desconecto de todo y dejo que mi mente vuele a otros mundos, a otros tiempos de mi vida mucho más placenteros: mis Navidades al sol en Chile, en las cuales, en una enorme contradicción, se adornaban abetos con nieve y los Papa Noel, allí llamados Viejos Pascueros, sudaban la gota gorda con temperaturas de 30 grados. Todo era felicidad en mi vida. Chile es un país bellísimo. Mis suegros vivían en una preciosa casa con jardín en Providencia, una zona muy exclusiva por la que pasear era una delicia. Recuerdo ver los jardines más bonitos y palacetes de estilo francés que recordaban épocas de gran esplendor. Tampoco olvidaré el olor de la hierba húmeda recién regada, todo era armonía y belleza. Celebrábamos Nochebuena dentro de casa con todas las puertas abiertas al jardín. Yo siempre andaba picoteando la fruta deliciosa de sus árboles. Santiago era una explosión de la naturaleza con la cordillera de Los Andes abrazándonos todavía con nieve. Fin de Año en la playa Zapallar, un lugar bellísimo. Bañarse en el Pacífico es una aventura arriesgada, pues, al contrario de lo que su nombre indica, siempre está embravecido, pero el bronceado que te regala es único y precioso, quizá por la cantidad de yodo de sus aguas. Allí disfrutábamos y bailábamos el último día del año bajo las estrellas y mecidos por el sonido del mar. Así bailamos Guillermo y yo nuestra última Navidad juntos. A los 8 días un accidente de coche se lo llevó... Feliz Navidad a todos y disfruten como si fuese la última Navidad de sus vidas.
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