Artistas

El adiós más emotivo a «¡Qué tiempo tan feliz!»

Sonia La Húngara, Edmundo Arrocet, María Teresa, Lola González y Poti en el final del programa
Sonia La Húngara, Edmundo Arrocet, María Teresa, Lola González y Poti en el final del programalarazon

Ay, ayer acabó «¡Qué tiempo tan feliz!». Su marcha deja un hueco insuperable en el entretenimiento televisivo que mantuvieron Rafa Lorenzo y Yusan Acha, significados directores. Era un imprescindible complemento-alimento del fin de semana. Y aunque piensen lo contrario, no sólo entusiasmaba a los mayores de edad. Tenía también amplio seguimiento entre los jóvenes, lo mismo viendo las novedades musicales, para los que fue una gran plataforma, o exhumando la nostalgia. En este adiós la encarnaron Raphael, Los del Río y Martes y 13, y la casi irreconocible pero pimpante María Jesús y su acordeón. Con Roxana dieron la nota final interpretando «¡Qué tiempo tan feliz!», con lo mucho que el acordeón aporta de melancolía. Sonó a tango y sobrevoló el plató donde la Campos lagrimeó nada más empezar y luego nos tocó a los demás. Mostraron adhesión, gratitud y reconocimiento desde Raphael a la también eterna María Dolores Pradera. Un lujazo de señora, con 92 años que no representa. Tiene una cabeza clarísima y está al tanto de todo –«Qué pena, qué pena», lamentaba–, aunque se queje de que le fallan las piernas. Es el mismo lamento de Montserrat Caballé, otra incondicional, que ya se acostumbró a que paseen su gloria de última diva en silla de ruedas.

Campos creó un emblemático estilazo de gran señora, escogiendo atrevidos estampados generalmente florales ahora tan relanzados por Dolce & Gabbana. Los combinó con unos impactantes zapatos de su inmensa colección. Pese a sus supersticiones, desafió la despedida vistiendo de amarillo canario «color que nunca me hubiera puesto si se tratase de empezar un programa», reconoció. El programa duró siete años y medio, igual que «Tómbola», dos frentes informativos en los que combatí. Pilar Eyre y Carlos Ferrando, únicos supervivientes del programa inicial, acudieron a despedirlo. Ella prepara un novelón parece que «thriller» del que no suelta ni el título. «Resultaría revelador», dijo ante Karina –ya dos años retirada– y Elena Bianco. Hicieron un sorprendente dúo entrelazando sus temas «El baúl de los recuerdos», casi a la medida de lo que dejábamos, y «Pasaporte a Mallorca», el primer éxito de cuando 30 años atrás cantaba con Los Mismos. Hoy es casi un himno isleño, lo mismo que el «Beautiful» del veinteañero superventas inglés James Blunt, que puso actualidad ante un catálogo tan premeditadamente retro. Parecían elegidos a dedo con Javi Cantero aportando lozanía, como Edmundo, que lució una llamativa chaqueta rosa con los estampados que diseña animando camisetas o pantalones. Debería comercializarlos ahora que sí aguanta tras «sobrevivir» azuzado. Desde el próximo 20 dispondrá de más tiempo y Teresa podrá entonarle «el tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mi». Lo de su disco sufre un parón: no lo han grabado y por eso no se lanzará en mayo. Quizá para otoño, cuando encaje mejor con el repertorio a interpretar por el cómico donde ella, muy consciente de hasta dónde llega, intervendrá en dos con dua-dudua. Universal anda entusiasmada con el proyecto.

w joyas en gstaad

Adiós a un hit televisivo nada dañino. Teresa deja el recuerdo imperecedero y entrañable de su magisterio y su sonrisa tan bien usada. Esa nadie la borra y firmó con Mediaset un contrato «de larga duración». Toca esperar. Su programa mostraba lo mejor de cada uno, como alguna de nuestras vips en sus más que parada y fonda en la elitista Gstaad, paraíso del buen gusto. Por eso les sorprende mucho que el grupo español de casi residentes, encabezado por Elena Cúe, vayan a esquiar cubiertas de joyerío. El instructor llegó a llamarles la atención con carcajada incluída. Insólito en una zona tan deportiva donde se lleva más no exhibir que echárselo todo encima. «Allá choca mucho porque son muy mirados con las apariencias», me cuenta Belén Sabinas. Ella reside entre Zurich y Gstaad por compromisos maritales de su pareja, un maestro del jazz. Nunca le agradeceré bastante este chisme tan retratador de ínfulas. España es diferente y ya lo han descubierto con pasmo los exquisitos de Gstaad, incluso sin conocer el agosto marbellero donde competían de Mary Ángeles Gil a Mayte Zaldívar. Las fiestas veraniegas aún semejan las relumbrantes mil y una noches. Y no porque abunden moros.