Gente
El clan Franco desmonta el piso familiar
Los siete hijos de Carmen esperan el reparto de los 600 metros de la casa de Hermanos Bécquer, un reparto que ya algunos consideran que seguro será discriminatorio.
Los siete hijos de Carmen esperan el reparto de los 600 metros de la casa de Hermanos Bécquer, un reparto que ya algunos consideran que seguro será discriminatorio.
Lo abandonan y desmontan sin pena, nostalgia o melancolía. Aquí nadie los fuerza ni obliga, tal pretenden jorobarlos con el Pazo de Meirás o el ducado de Franco, título de difícil revocación porque fue concesión de Don Juan Carlos agradeciendo «los servicios prestados». En su acta de concesión ni se menciona al caudillo, centrando el póstumo honor en sus descendientes. Aunque los politicastros «argallen», expresión muy gallega, parece honor irrevocable porque al día siguiente de morir don Francisco, Juan Carlos le otorgó la Real Gracia recompensando así a quien le dio la Corona. En estos días lluviosos y aireados tan galaicos parece arreciar la campaña contra ellos azuzada por el juicio al sinjuicio de Francis Franco, señor de Meirás que atropelló a dos guardia civiles tras intentar darse a la fuga como cazador furtivo. Prodigan las reclamaciones, culpas y supuestos agravios. Y mientras el caso del nietísimo se agrava con esa cobarde fuga acompañado de un ayudante rumano que colaboró en la estrategia disfrazadora, los siete hijos y herederos esperan el reparto de ese anhelado tesoro de Ali Babá que suponen los 600 metros de la casa familiar de Hermanos Bécquer, casi museo por el exquisito buen gusto de «La caudilla». «Pagaba lo que compraba», me han asegurado proveedores como el joyero Malde o Luis Gil. Hermanos Bécquer suplió al Pardo y acogió las últimas horas de Carmen Polo. Bajo sus suaves paredes gris perla tras cuatro días de agonía expiró el pasado 29 de diciembre su hija Carmen Franco. Allí esperó entera, serena y resignada su adiós a la vida. Comulgó todos los días sometida al Juicio Divino porque el humano ya lo esperaba, nos conocía bien.
Para superar el duelo –justifican–, Carmen Martínez-Bordiú se ha ido tres semanas a Indonesia con su novio Tim Mckeague. El australiano treinteañero es su punto de apoyo, cariño y aliento ante lo que se avecina. Puede ser gordo en el momento del reparto que algunos considerarán discriminatorio. De momento, Carmen opta por quitarse de en medio como si el tema la resbalase. Al fin parece asentada en Luchana. «El piso les trae al pairo», me cuenta un íntimo que veló una semana entera hasta el fin a Carmen Franco. «Tim es muy atractivo pero sin dinero, nada que ver con el millonario Luismi. Y ya habla perfecto español». «Claro, ¡cualquiera no con esa profesora de lenguas!», destaco. De carácter frío muy parecido al del abuelo, con su entereza y dominio de la situación, opta por la distancia como olvido casi aún con su madre de cuerpo presente, mientras otros aspiran a que Meirás, a tan solo 15 kilómetros de La Coruña, supere ser para siempre la residencia veraniega de los Franco, a un paso del mar entre frondosos bosques de castaños, ahora descarado objetivo del deseo depredador. Todos aspiran a un trozo de ese pastel, aunque luego no sepan qué hacer con él. Algunos, como el Ayuntamiento de Sada, donde pertenece Meirás, preferirían algo despolitizado y sin pasado, como una residencia o un colegio mayor. Enzarzados están en ver quién se lo queda. La Xunta dijo anteayer, en boca de Feijoó, que «el pazo quedará de dominio público». En esta reunión del Consello aseguraron que el acuerdo de compraventa fue falseado. ¡Y se enteran ahora! Pero no le quitarán lo que no pueden: el recuerdo estival de casi cuarenta veranos –desde 1938– disfrutando del palacete cedido interesadamente para así asegurarse que don Francisco no fallaría nunca. La historia luego se repetiría con Marivent y Juan Carlos. La santanderina Magdalena fue un regalo al conde de Barcelona, que se apresuró a venderla como lo de San Sebastián. Meirás fue de la Pardo Bazán y en su capilla nada gótica casó a su única hija, Blanca, con el marqués de Cavalcanti. La escritora tan querida por Pérez Galdós, con quien dicen se daba el lote en Lhardy, otro vestigio del ayer en la Carrera de San Jerónimo. Es famoso por su decoración de antaño y el liviano cocido que, a diferencia de lo habitual, sirven troceado.
Las crónicas incluso registran que la escritora coruñesa, entre el lacón, los grelos y sus terciopelos rojos, hasta olvidó alguna ballena del corsé que contenía su voluptuosidad. Fue mujer de armas tomar y sus libros tan queridos y bien seleccionados hoy aumentan en la Ciudad Vieja, en la biblioteca de la Real Academia Gallega. Está en el palacete de la calle Tabernas en el que vivió doña Emilia puerta con puerta de Flora y Amancio Ortega. El pazo en sí no tiene mayor valor arquitectónico. Costó 40.000 pesetas en el momento de su compra. Carmen Bordiú y sus hermanos solían pasar allí agosto y cruzaban la bahía para bañarse en la protegida playa de Bastiagueiro. Era la primera etapa vacacional de Franco, que remataba en San Sebastián.
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