Gente

¿Es que no les miran a los ojos?

Con Daniel San Martín, José Carlos Goyeneche y Gigi Bruccoleri
Con Daniel San Martín, José Carlos Goyeneche y Gigi Bruccolerilarazon

Ese fin de año fue uno de los más alegres y que más he disfrutado en mi vida, era verano, mar, música y bailoteo en una casa de ensueño junto a la playa chilena de Zapallar. Nos prometíamos un año 1999 espectacular, todo parecía perfecto, estábamos en plenitud de belleza y éxito. ¿Qué podía pasarnos? Nada, o eso pensábamos de una forma arrogante sin darnos cuenta de la insoportable fragilidad de nuestras vidas. No habían pasado ni diez días cuando un accidente de coche se llevó a Guillermo dejándome sumida en la más absoluta desolación. En general no me gusta nada la noche de fin de año desde ese día y su recuerdo. Cuando deseo felicidad siempre se viene a mi cabeza como una palabra vacía. También recuerdo mi primera salida de Nochevieja. Me había costado muchísimo que mi padre me dejase salir a una fiesta en casa de unos amigos, eran tiempos muy estrictos, pero de los que ahora no me arrepiento, y felicito a mis padres por la educación que me dieron. Estrené un precioso esmoquin de terciopelo con una camisa de encaje blanca. La preparación fue casi un ritual: me maquillé despacio, disfrutándolo, después de un baño con aceites perfumados como si fuese la mismísima Cleopatra. Era la ilusión de mi primera Nochevieja y quería estar radiante. Vinieron a buscarme a casa dos amigos guapísimos, los primos Antolí-Candela. En ese momento vivíamos en mi adorada Valencia, se los presenté a mis padres y ellos prometieron cuidarme y devolverme a casa sana y salva. De todas formas mi padre estaba un poco «mosqueado». Yo lo sabía, aunque ellos no se lo notaron. Ahora da risa leer esto, pero así era: te marcaban la hora de llegada. Ese día, como algo muy excepcional, a las dos de la madrugada. Aparecí bastante más tarde. Al día siguiente, bronca. Cuando llegaba tenía que llamar a la puerta de la habitación de mis padres para que comprobasen que estaba perfectamente. Por eso no puedo entender cómo, según me contaba un taxista hace una semana, está harto de llevar a chicas completamente borrachas a su casa, niñas muy jóvenes y algunas a punto del coma etílico. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Cómo pueden dejarlas llegar a casa a las 7 de la mañana? ¿No les miran a los ojos? Dejo estas preguntas en el aire porque no lo entiendo. Esa noche siempre me gusta tomar las uvas en el lugar o país en que me encuentre. La he pasado en lugares muy diferentes y cada uno tiene su ritual. Recuerdo un fin de año con austríacos y alemanes que a las 12 encendían bengalas y bailaban valses, mientras yo engullía mis uvas. Muy romántico y evocador. Este año me apetecía quedarme sola en casa, organizarme una deliciosa cena y, como mucho, compartirla con un amigo. Pero el experimento era ver cómo me deseaba a mí misma la felicidad de un nuevo año, sin aspavientos y meditando sobre cómo enfrentar el que comienza, acostándome a una hora prudencial para poder madrugar el primer día del año llena de energía y poner música a todo volumen hasta que conecté con Viena para escuchar el maravilloso concierto desde el Musikverein. Nunca me canso de verlo y escucharlo. Austria para mi es la esencia de Europa y su cultura, sus tradiciones, un país que admiro porque respetan lo que ha sido su historia y están muy orgullosos de ella. Algo que viendo nuestra España actual envidio muchísimo. Hablando de nuestro país, «Falconetti»sigue adicto al turismo de Estado a nuestra costa sin dar explicaciones de gastos cuando se le han requerido, insultando a la ley de transparencia con una falta enorme de respeto a los ciudadanos. Él mismo se ha ganado su mala imagen, es un aprovechado que entró por la puerta de atrás y tiene el «síndrome del Falcon» tirando de nuestros impuestos para pegarse la vida padre. ¿Gobernar? No, eso no, no tiene tiempo... Sánchez tiene que exprimir su suerte al máximo y que le quiten «lo bailao»...

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