Hamburgo

Horst: disparos de estilo

En los 50 Horst dio un giro a su trabajo: todo el énfasis estaba en el cuerpo idealizado, la luz y la sombra expresiva
En los 50 Horst dio un giro a su trabajo: todo el énfasis estaba en el cuerpo idealizado, la luz y la sombra expresivalarazon

En el elegante barrio de Belgravia, lleno de diplomáticos y de discretos turistas chinos, destaca el inmenso edificio un poco kitsch del Victoria & Albert Museum. Un lugar surrealista mucho antes de que el surrealismo tuviese carta de naturaleza en el que el imperio británico guarda desde una sartén hasta un platillo volante, pasando naturalmente por esculturas, pinturas, libros, muebles y tejidos de todo el mundo, tan inverosímiles que, siendo en su inmensa mayoría buenos, parecen falsos de tan disparatada acumulación. En esa especie de arca de Noé decimonónica, delicia de cualquier amante de las antigüedades, está también uno de los faros indiscutibles de la reflexión intelectual sobre la moda de la última década. Precisamente estos días se ha clausurado una excelente exposición sobre moda italiana, esponsorizada por Bulgari, para dejarle el sitio a una de las citas más atractivas del próximo curso. El pasado 6 de septiembre, con la pompa y circunstancia requerida, se inauguró la temporada con una exposición antológica de Horst P. Horst, probablemente uno de los cinco fotógrafos de moda más importantes de todos los tiempos. Pongamos que los otros cuatro son Man Ray, Irving Penn, Richard Avedon y Helmut Newton. Los ingleses, maestros en las apuestas, están tan seguros de su éxito que la dejarán abierta hasta el 4 de enero.

Horst P(eter) Horst, como demuestra exquisitamente el criterio museístico con el que el V&A ha programado su exposición «Photographer of style 1906-1999», fue un extraordinario fotógrafo de moda de su tiempo, uno de los mejores retratistas de sociedad de su época, un experimentador muy «ilustrado» de la luz, un excelente paisajista de ruinas por las casualidades que provoca el amor, un pionero del color, del cubismo y del surrealismo, de las formas de la naturaleza o del llamado estilo de vida, un maestro en el tratamiento del desnudo y, si todo eso no fuese suficiente, un camaleónico profesional muy intuitivo que antes que morir prefirió reinventarse, incluyendo el platino en su perpetua búsqueda de una belleza que, siendo tan fugaz como un segundo, sólo una cámara puede atraparla para siempre.

La vida de un grande

H.P.H. nació en Weissenfels en 1906, estudió arquitectura en la Kunstgewerbeschule de Hamburgo entre 1926 y 1928, vivió en París desde 1930, donde trabajó con Le Corbusier, al que admiraba profundamente hasta que una pequeña diferencia intelectual su insatisfacción con la sencillez que propugnaba la modernidad produjo su distanciamiento definitivo. Fue modelo del brillante fotógrafo George Hoyningen-Huene antes de convertirse en su alumno, con el que comenzó a trabajar desde 1932 para el «Vogue» francés. Dos años más tarde emigró a Estados Unidos, donde heredó el cargo de su maestro. De hecho, su fascinación por la luz, por los encuadres complejos y hasta por el desnudo griego los aprendió de él. Sirvió para el ejército de su país de adopción durante la Segunda Guerra Mundial y, a partir de 1946, volvió a su oficio, donde terminó de hacerlo todo. Cuando repasas cuidadosamente su extraordinaria obra descubres las sorprendentes influencias sobre todos los demás.

Nuestro protagonista empezó persiguiendo la belleza de las modelos, algo así como la belleza de la moda, comenzando por Marion Morehouse –la primera de la historia según Charlotte Seeling en su libro «Moda. El siglo de los diseñadores»–, pero enseguida terminó descubriendo la belleza pura, eso que en los años treinta se llamó «glamour» por no llamarlo retratos de la alta sociedad, y que le pertenece a él tanto como a su maestro George Hoyningen-Huene o a Edward Steichen. Su fotografía de Chanel, cómo sólo pudo también hacerlo George Hoyningen–Huene o Cecil Beaton, demuestra cómo un fotógrafo crea a una estrella –ya saben la famosa anécdota de Picasso y su retrato de Gertrude Stein–. Su fotografía de la modelo y también fotógrafa, Lee Miller, como lo había hecho George Hoyningen–Huene y Man Ray, o sus prodigiosos enfoques de obras de Schiaparelli –a la cabeza el famoso lazo bordado en la espalda del vestido rosa–, confirman su magistral intuición en todos los géneros y su enorme influencia posterior. En el capítulo de su libro «Sobre la fotografía» que Walter Benjamin dedica a la historiadora de la fotografía Giselle Freud, hay una cita de la que no me puedo olvidar terminando este artículo, «La pretensión de que la fotografía es un arte se debió precisamente a los que la convirtieron en negocio. Dicho de otro modo: la pretensión de que la fotografía es un arte es contemporánea de su aparición como mercancía». Horst P. Horst, que esos días estaba en el ojo del huracán, sin duda lo sabía. Por eso le dio la vuelta al argumento, consiguiendo que las fugaces fotos de una revista de moda se convirtiesen en verdaderas imágenes de un museo de arte contemporáneo. El V&A, como ha hecho otras muchas veces, sólo confirma una tendencia. Horst es uno de los grandes artistas del siglo XX.