Casas reales

Isabel II, el secreto de la fórmula que la hace inmortal

Pese a que esta semana ha preocupado su estado de salud y el Gobierno ensayó por primera vez el protocolo para cuando fallezca, la monarca más longeva del mundo mantiene su férrera disciplina tanto física como mental: dar un largo paseo, montar a caballo y escribir todos los días.

Isabel II, el secreto de la fórmula que la hace inmortal
Isabel II, el secreto de la fórmula que la hace inmortallarazon

Pese a que esta semana ha preocupado su estado de salud y el Gobierno ensayó por primera vez el protocolo para cuando fallezca, la monarca más longeva del mundo mantiene su férrera disciplina tanto física como mental: dar un largo paseo, montar a caballo y escribir todos los días.

Comienza el día a las 7.30 con un té –con leche y sin azúcar– servido en una taza de porcelana china y acompañado de algunas galletas. Sintoniza el programa «Today» de BBC Radio 4 mientras su doncella le prepara el baño y, una vez está vestida, su peluquero le arregla el peinado. ¿Es está la clave de todo? Tiene 92 años y, sencillamente, es una mujer incombustible. Cuando la semana pasada, Isabel II canceló su asistencia a un servicio religioso sonaron todas las alarmas. Pero tan solo fue una pequeña pausa en su ajetreada agenda. La soberana ha tenido prácticamente todos los días de esta semana actos en Escocia, donde siempre acude a pasar sus vacaciones de verano. En mayo, fue sometida a una operación de cataratas, pero eso no le llevó a cancelar ninguno de sus compromisos y ahora ha rechazado operarse la rodilla para cumplir con todos sus deberes. En 2017 asistió a casi 300 eventos. La posibilidad de abdicar en su hijo, el príncipe Carlos (69 años), no pasa por su cabeza. Y la verdad es que cuesta trabajo imaginarse el palacio de Buckingham con otro inquilino.

Pero, ¿cuál es su secreto? La pregunta se la llegó a realizar en alguna ocasión incluso su propio nieto Harry. Es cierto que los genes ayudan. La reina madre falleció a los 101 años. Pero, en cualquier caso, Isabel II sigue una férrea disciplina que la mantiene activa, tanto física como mentalmente. Solo un dato: no hay día en el que falte un largo paseo con sus perros –los que la conocen aseguran que se siente mejor en compañía de animales que con humanos– y todas las noches, antes de acostarse, escribe una página en el diario que conserva desde el comienzo de su reinado, en 1952.

A sus 92, sigue montando a caballo y reuniéndose una vez a la semana con el primer ministro de turno para discutir asuntos de Estado. En más de seis décadas en el trono ha despachado ya con 14 inquilinos de Downing Street. No fuma, pues desde que su padre y su abuelo murieran a consecuencia de enfermedades relacionadas con el tabaco, aborrece los cigarrillos. Cuida mucho su alimentación y en lo referente al consumo del alcohol hay varios mitos. Aunque parece haber consenso en que, al anochecer, le gusta tomar una copa de Martini seco.

Yogur y jarabe de arce

Pero empecemos por el principio. Después de su té, la reina desayuna a las 8.30h con su marido, el duque de Edimburgo, que acaba de cumplir 97 y se retiró el año pasado de la vida pública. Cuando están en Buckigham Palace ambos se reúnen en un comedor privado con vistas al hermoso jardín. Aunque la soberana pasa la mayoría del tiempo en Windsor. El menú incluye cereales, yogur y jarabe de arce y Su Majestad le gusta añadir una tostada con mermelada.

Acto seguido lee todos los periódicos. Además de ser la monarca británica, Isabel II es reina de dieciséis de los estados soberanos que forman parte de la Mancomunidad de Naciones. Es también jefa de Estado de los 53 países de la Commonwealth y gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra. En definitiva, tiene que tener un auténtico control del globo terráqueo. Dicen que su diarios favoritos son el «Daily Telegraph» y el «Racing Post», como buen amante de las carreras de caballos.

A las 9 de la mañana, esté en el Palacio de Buckingham, Windsor, Holyroodhouse o en el castillo de Balmoral, el gaitero real toca en su honor todos los días de la semana. Y, acto seguido, la monarca se pone a trabajar. Mientras que muchas mujeres de su edad disfrutan felizmente de la jubilación, ella empieza contestando algunas de las cartas que elige al azar que le mandan los ciudadanos. Cada día, recibe una media de 300. Es lógico que no puede atender personalmente a todas, pero sí está muy pendiente de que cada una sea contestada por sus secretarios.

Maletín rojo

Tras las misivas, lee todos los documentos oficiales que le hacen llegar en un maletín rojo que atiende todos los días del año, esté donde esté, exceptuando el día de Navidad. En su escritorio siempre hay dos tinteros. El de la tinta negra es para firmar documentos oficiales. El verde, para las cartas personales. Si no tiene un acto fuera de Palacio, mantiene audiencias privadas, que duran entre 10 y 20 minutos. Si la agenda lo permite, luego sale a pasear con sus perros. Si el paseo no puede ser por la mañana se hace por la tarde. Pero se hace.

Para el almuerzo, generalmente come sola. Aunque cada dos meses, tanto ella como su marido invitan a una docena de personas de diferentes sectores. El chef de la Casa Real reveló el año pasado a «The Telegraph» que, antes del almuerzo, la regente toma una ginebra con Dubonnet –un tipo de aperitivo a base de vino–, una rodaja de limón y mucho hielo. Y lo que tampoco falla es el té de las 5, que le sirven con sandwiches y su tarta favorita de Dundee.

Los miércoles tiene audiencia con el primer ministro, actualmente es Theresa May. Se trata de una reunión a puerta cerrada de alrededor de 20 minutos de la que jamás se desvela ningún detalle. Y después, más despacho. La soberana se distrae estudiando un informe de los procedimientos parlamentarios del día. Para relajarse también le gusta ver la televisión o jugar al Scrabble. No se va a la cama más tarde de las 23 horas y siempre reza sus oraciones. No sabemos si ésta es la fórmula de la inmortalidad. De lo que no cabe duda es que a ella le funciona.

Carlos declinará la unción del arzobispo

Más allá de los titulares que constantemente se preguntan si Carlos de Inglaterra llegará o no a reinar, están las declaraciones del propio protagonista, eclipsado mediáticamente por su primogénito, el duque de Cambridge, al que el inconsciente colectivo ya considera rey. Pero no. El príncipe de Gales sabe que tarde o temprano tomará el testigo de su madre y tiene claro, además, los puntos clave que encauzarán su hoja de ruta como monarca.

El primero, y quizá más importante, es la coronación, un solemne acto que forma parte del ADN de la tradición británica y que, como elemento que incluso roza lo publicitario y es una de las principales atracciones turísticas del país, se considera, al menos hasta hoy, intocable. Pero Carlos ya ha declarado a su círculo de confianza que, dentro de su proyecto reformista, no hay cabida para ningún símbolo religioso, lo que pasa por descartar la unción por parte del arzobispo de Canterbury, cabeza de la iglesia anglicana y encargado de presidir la coronación. Ya en 1953 el primer ministro Winston Churchill impidió que Isabel II fuese coronada en una ceremonia de corte «civil». Precisamente, ese es el deseo de su heredero, que prevé tomar la corona en un acto al estilo de la proclamación del Rey español. Llegado el momento, su voluntad es, además, reinar con el nombre de Jorge VII en honor a su abuelo materno.

La residencia es otro de los puntos clave de su agenda. En alguna ocasión ha asegurado que su intención es no mudarse al Palacio de Buckingham, alegando lo costoso que resulta vivir allí. En cambio, pretende transformarlo en un museo y, como sucede con el Palacio Real de Madrid, solo utilizarlo para ceremonias oficiales y recepciones de Estado. El mismo plan prevé trazar con el resto de dependencias de la corona que abrirá al público. Su residencia privada seguirá siendo Clarence House, donde vive junto a la duquesa de Cornualles, Camilla Parker Bowles, desde que contrajeron matrimonio en 2005.

El perfil público de la institución ocupa asimismo un lugar prioritario en su hoja de ruta. Consciente de que la muerte de su ex mujer, Diana, sumió a la corona en una crisis de popularidad, provocada en parte por la poca empatía que entonces proyectó su madre, Carlos ha sabido darle la vuelta y con su cercanía recuperar la confianza del pueblo británico.

En noviembre cumplirá 70 años. En los círculos reales empieza a resonar «Carlos, el breve». Toda una provocación a la génetica de una estirpe que parece inmortal, informa Rubén Villalba.