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Isabel Preysler, la musa del liberalismo

«Volvió a acaparar todas las miradas en la presentación del nuevo libro de Vargas Llosa, que se midió con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en un debate sin desperdicio»

Preysler y Rivera, que apadrinó la presentación del nuevo libro de Vargas Llosa, «La llamada de la tribu»
Preysler y Rivera, que apadrinó la presentación del nuevo libro de Vargas Llosa, «La llamada de la tribu»larazon

«Volvió a acaparar todas las miradas en la presentación del nuevo libro de Vargas Llosa, que se midió con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en un debate sin desperdicio».

Una pregunta rueda y va de boca en boca como la «farsa monea». Preocupa, inquieta y desazona intentando descubrir qué le pasa a Imanol Arias. Nunca fue incómodo, pero desde hace meses no parece el mismo. Prodiga el malhumor, lanza palabras fuertes, hace gestos de fastidio y se enfrenta con los informadores, algo que no solía hacer. Y cuando parecía que sería un puente reconciliador su anunciada rueda de prensa prevista para el jueves, a última hora la canceló. No dieron explicaciones, como tarde y mal, después de 14 meses, hacen Paula Echevarría y David Bustamante. Nos piden respeto a su privacidad, pero ya vendieron otra exclusiva. ¡Qué cinismo! Ante la espantá de Imanol, todos malpensamos que así evitaba comentar lo mal que se encuentra tras los 4 millones de euros pagados a Hacienda por atrasos. Gana un dineral, la serie sigue encabezando atenciones y nos citaban para evocar los 25 años de su debut como Calígula y su próximo estreno teatral de «La vida a palos». Ahí se reveló el dúctil actor, incluso trágico, ahora repanchingado como Alcántara ya eternizado. Pues eso, ¿qué le ocurre? ¿qué pasó? ¿Por qué sin motivos claros dio tan brusco giro a su comportamiento y mantiene a la prensa en un «ay»?

Un Mario impecable

Eso sucede con Isabel Preysler a la hora de amadrinar el nuevo libro, primero que escribe a su angelical vera, del Nobel Vargas Llosa. Rompieron los cálculos de concurrencia y llenaron más de lo previsto. Hubo de todo, mezcla variopinta, no se sabe si deseando deleitarse con el hispano-peruano que se deja querer y la corresponde, o ante un Albert Rivera en su mejor tarde. Estuvo de apoteosis porque anda muy crecido tras los últimos resultados. Tal postura hasta la mostró vistiendo despechugado frente a un Mario impecable con camisa rosa y corbata roja. Muy clásico. Se notó su aire sorprendido ante la informada, pero inacabable verborrea del catalán, y discutieron, uno más que otro, sobre qué piensan del liberalismo.

Más sociedad que intelectuales: desde Miriam Lapique y Alfonso Cortina a Maribel Yébenes, que mantiene el cuerpo serrano de la eternizada Isabel, único nombre que pervive de una generación femenina gloriosa, y cuidado que le pasó de todo, siempre equivocando la elección sentimental. Lo mismo sufrió Marianne, mujer del recordado Joaquín Prat. Y si el político catalán fue desencorbatado, la viuda pudo prestarle alguna de las ochenta que vende –76 para ser exactos–, ahora rescatadas del trasfondo de armario como homenaje al presentador de una televisión mejor. Marianne las lleva en un manojo por colores, todas muy clásicas. Yo diría que son eternas, tras pegarles un buen repaso ojeador seda en mano: perfectas de conservación «porque se las ponía una vez y las guardaba. Le gustaba ir impecable y yo lo vestía de la cabeza a los pies. Cuando teniendo veinte años lo conocí, lo rechacé la primera vez que salíamos. “O te cambias ese traje gris o me quedo en casa”, amenacé y así lo hizo. Le escogía hasta los finos calcetines altos hasta la rodilla que, como las camisas, eran del histórico Bel del barcelonés que sigue en Paseo de Gracia». Allí también compraban dos elegantes de su tiempo como Arturo Fernández y Carlos Larrañaga. Barcelona les parecía «lo más» en elegancia masculina.

«Me deshago de las corbatas Hermés, piezas de museo, porque mis hijos están en otra onda. No les interesan para nada y se apañan con una camiseta que marca más su personalidad. Lo respeto y admiro». Todo lo comentamos, evocamos y añoramos durante una paella en Lucio, que Joaquín tenía por segunda casa. La recibieron dando palmas. «Estás igual que siempre», atestiguaron rendidos a su belleza no marchita y señorío.

Una gran señora, como Preysler, pese a sus hombros al aire para un acto semi académico a las siete de la tarde. Pero ella puede con todo y por eso es única y no acusa, como otras desfasadas, el paso de los años. A Mario se le caía la baba y verla presidiendo atenuó su posible enfado por las estupendas y valientes arremetidas de Albert Rivera. No dio tregua ni respiro, como no lo hace en el Parlament. Convirtió el deleite literario en un cuasi mitin político. Ahí tendríamos un gran presidente catalán, no necesitan buscar tanto.