Artistas
Julio Iglesias derriba su casa de Indian Creek para vender la parcela
Ha tirado el bungalow de esta zona de Miami, donde él «vendía cual padrazo» que vivía con sus hijos cuando Chábeli, Julio José y Enrique residían a unos kilómetros, en Bay Point, con la familia Fraile
Ha tirado el bungalow de esta zona de Miami, donde él «vendía cual padrazo» que vivía con sus hijos cuando Chábeli, Julio José y Enrique residían a unos kilómetros, en Bay Point, con la familia Fraile.
Suena a operación relanzamiento de Julio Iglesias en un momento que ya no tiene conciertos gloriosos. Había anunciado que este verano no actuaría, pero finalmente aceptó la oferta del Casino monegasco para una sola noche. Él conoce lo que genera cantar ahí y el efecto que verlo –renqueante, eso sí– más que escucharlo tendría en toda la Prensa mundial, tan ávida de zonas tan apetitosamente mediterráneas como pueda serlo el aburrido y caro Principado, donde la imagen de Grace Kelly sigue siendo querida como principal atractivo local. Casi la santificaron tras una vida plagada de escándalos y malos rollos. Hollywood llegó a llamarla «robamaridos». Al lado de Rainiero mejoró su imagen tan deteriorada y ambos le dieron a Mónaco momentos únicos de esplendor y bien explotado «show bussines». Julio era un habitual y por eso hacía esta excepción de mostrarse de manera única, pero la noche ya ha sido cancelada, como gran parte de los compromisos contraídos que anula solo 24 horas antes.
Pero a lo que iba, de qué viene intentar vender sus cinco parcelas de Indian Creek –la primera comprada en 1979– incluso conociendo que él reside y lo pasa bien habitualmente en Punta Cana, en la ostentosa urbanización creada junto con Frank Rainieri y Óscar de la Renta. Allí suele instalarse Felipe González y abunda en famoseo. Julio, fiel a sus hábitos, sostiene que aún reside en la casa miamera de Indian Creek, que ha derribado ya con el proyecto de venderla por entre 130 y 150 millones de dólares que parecen excesivos. En la otra casa de Miami, la de Bay Point, permanecen sus cinco hijos, ya independizado el mayor de la segunda tanda casamentera después de Chábeli, el divertido Julio José y ese Enrique que decepcionó días atrás en su único concierto español de Santander. Viene siendo una constante en sus recitales, en los que al igual que le sucede a Julio hay desajuste entre voz y play-bak. Le está creando fama de poco profesional. Lástima porque Enrique es el único que mantiene viva la hasta ayer imbatible fuerza de sus nombres.
Indian Creek, donde dormí bastantes noche compartiendo habitación con Tonxo Navas, durante treinta años leal secretario y servil hombre para todo de Julio, al que conoció jugando en el mismo equipo infantil, entonces era un paraíso de richachones, donde destacaban los famosos Bee Gees y otros de la ralea. Julio gasto 825.000 dólares en la primera de las cinco parcelas y luego fue agrandando su imperio al borde de canal, donde fondeaba su yate. Apenas lo usaba, pero le bastaba con tenerlo como signo de poderío, riqueza y ostentación. El vecindario no iba a achantarlo. Hizo una casa-bungalow que el entonces famoso Jaime Parladé, de Casa Jardín, decoró ramplonamente sin cosas de calidad. A precio de millonada décadas después Jaime Fierro decoró el casoplón a 40 kilometros de Madrid de María Teresa Campos, donde cobija ahora su gloria con un Bigote Arrocet de imagen sorprendente. Tras «Supervivientes» ofrece mejorada estampa, hasta con más pelo. Preguntaré a Lopez Braw, habitual y paciente restaurador de testas famosas, como la de Iker Casillas o Enrique Ponce, si le visitó. Me intriga, indagaré. Bigote alardea de buen pelazo y no es ilusión óptica derivada de cambiarle el color.
El secuestro de «Papuchi»
En Indian Creek vivimos y padecimos, entre diciembre y enero, los 20 días de secuestro del doctor Iglesias Puga, luego liberado en arriesgada acción por el comando de Domingo Martorell, al que Julio, agradecido aparentemente, recompensó nombrándole jefe de seguridad. Poco duró la entente, algo habitual en su defecto de aburrirse pronto de quienes le cuidan. Hasta allí mandaron protectoramente a los tres hijos, no fuera ETA a intentar otra de las suyas. La distancia como olvido. Los niños luego ocuparon la casa de Bay Point, a la que llamaban «El convento» –allí hasta tenía litografías dedicadas por Dalí enviadas vía Enrique Sabater–, porque vivián también allí la familia Fraile hata romper con el desagradecido cantante que Alfredo creó. Vendían que los niños estaban con él en Indian Creek para no rebajar su imagen de padrazo, cuando realmente residían bastante distantes en Bay Point, edificio sobre el mar mucho más acogedor que la fría Indian Creek donde todos los suelos son de mármol blanco. No tenía un solo libro y el único cuadro colgado era un pequeño paisaje de Guayasamín, hoy tan desvalorizado, que le regaló Alfredo. Charo de la Cueva quiso bendecir la que sería su nueva e incómoda casa, por donde paseaba en bata larga, coqueta con los chufos puestos, desquiciando a Julio que con gritos –¡Eeeey¡–, que no prodigaba cantando, la obligaba a retirarse a su cuarto. Era justo entrando a la derecha, al lado de donde dormí. Íbamos Tonxo y yo. Es, por tanto, una casa llena de historias, incluso sentimentales, desde que la madre la hizo bendecir y al entrar en el cuarto de Julio, donde cerca de una maquineta en la cabecera sorprendente tenía un busto de Franco, decía al cura: «¡Aquí rocíe mucho, padre, porque es el infierno!». Ya se había cansado la rubia venezolana Virginia, «La flaca» –la que más le amó junto con Isabel Preysler– y ayudado por mí plantó las entonces enanas palmeras acompañada de los ladridos del dálmata «Hey», entonces cachorrito y primero de lo que luego fue familia perruna, que Julio mimaba más que a los suyos.
Recuerdo una mañana desayunando en el comedor interior, menos epatante que la inmensa palapa, que era lo mejor de la casa, Chábeli mordisqueaba una tostada y soltó a su padre algo que hasta cortó la leche que nos servíamos: «Papi, mami dice que por qué no nos mandas más dinero». Con los ojos desorbitados, el cantante le dio una torta que la tiró de la silla. «Dile a tu madre que eso son cosas de mayores», y siguió imperturbable untando el biscote sin que nosotros, molestos por el numerazo, levantásemos los ojos del mantel. Julio tiene estos prontos y salidas bruscas que muchas veces arrancaron lágrimas del risueño Papuchi al sentirse humillado. Junto a Jaime Peñafiel y a su mujer, Carmen, vivimos uno de estos furibundos arranques en el puerto de Palma y damos fe de qué vergüenza sentimos al no poder terciar.
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