Medios de Comunicación

La voz de los papas, la voz de la iglesia

La Razón
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Se movía por el Vaticano como Pedro por su casa. Se lo había ganado a pulso. La primera mujer en informar sobre el Papa y sus aledaños. Con los dimes y diretes que aquello conllevaba. Y más en un mundo de hombres con falsa, donde en ocasiones sólo ella llevaba pantalones. Ni se achicó ni la achicaron. Se los ganó a golpe de profesionalidad y cariño. Juan Pablo II, incluido. Tanto es así que el Papa polaco no dudaba en pararse a saludarla en medio de una multitud o bromear con ella en medio de un vuelo cuando aquello no se estilaba. Y felicitarle por su cumpleaños si se daba el caso. La mesa camilla de su casa romana guarda para sí desconsuelos de obispos, confesiones de curiales y tardes de confidencias con amigos en esto de hacer periodismo.

Cuesta hablar en pasado de Paloma, cuando hace tan solo unas semanas me preguntaba sobre los devenires de Francisco. Yo le contaba lo que me chivaban por radiopatio vaticano y ella me contextualizaba los porqué y los por dónde. Tenía las claves. Todas. Siempre las ha tenido. Para uno que se sabe todavía becario en estas lides, Paloma siempre hacía sentirte como un rey, como el protagonista, dejando toda tentación de divismo de las ondas para otras. Toda una dama en esto de la información religiosa, donde el susurro y la sugerencia pueden ser más eficaces que una denuncia directa.

Ya lo dice el cardenal Amigo, «no saben lo caros que salen los aplausos en la Iglesia». Y Paloma se lleva consigo una ovación tras otra. Con el reconocimiento de los de dentro y el aplauso de los de fuera. Ha sido y es la voz de los Papas para todos los españoles, más allá de los oyentes de Cope. Y algo de profeta. Recuerdo un mano a mano con ella en el último cónclave en directo. En la Vía de la Conziliacione. Tampoco ella fue capaz de imaginarse que en aquellas papeletas figuraría el nombre de Jorge Mario Bergoglio, pero sí lo que vendría después. No era fruto de la casualidad ni de la suerte, sino de ese buen tino que solo puede tener alguien que ha hecho del oficio su vida, de informar una pasión permanente. «No será ni Juan Pablo III ni Juan XXIV. Sería precioso que se llamara Francisco, como el pobre de Asís».

Dejó la radio, pero nunca se jubiló. Tanto es así que en Semana Santa tenía previsto ponerse ante las pantallas de 13TV para hacernos llegar el dolor de la Pasión y la alegría de la Resurrección. Siempre al pie del cañón. Hay quien a eso le llama periodismo de raza. Otros le llamamos vocación. La de anunciar. La de comunicar. La de ser, como siempre en el caso de Paloma, Buena Noticia.