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Los 80 de Brigitte Bardot

«Marine Le Pen es la Juana de Arco del siglo XXI». Reticente a que las cámaras capten el paso de los años, BB sale de su atalaya para confesar su cercanía ideológica con la ultraderecha y otros secretos de su vida

«Marine Le Pen es la Juana de Arco del siglo XXI»
«Marine Le Pen es la Juana de Arco del siglo XXI»larazon

A sus ochenta años, el mito sigue vivo. Indolente e insolente. Brigitte Bardot vive no sólo ajena a las críticas, sino aislada físicamente de un mundo y una sociedad contra la que se rebela. Sin miedo a provocar cuando confiesa su cercanía ideológica con la ultraderecha. BB siempre ha sido libre. De moral, de costumbres y, por supuesto, de palabra. Y a punto de convertirse en octogenaria –mañana soplará las velas–, no es momento para cambiar. La «Madrague» es su refugio. En ella vive recluida y dedicada a los animales desde que, al cumplir los cuarenta, decidiera abandonar el séptimo arte. Pero la propiedad, adquirida por la actriz en 1958, se ha tornado con los años en una especie de Torre Eiffel de Saint-Tropez. Todo el mundo quiere verla. Decenas de barcos de turistas hacen el tour mañana y tarde. Anunciando a voz en grito: «Ésa es la casa de Brigitte Bardot». Una hermosa villa asomada al Mediterráneo. Sin embargo, con las primeras luces BB abandona cada día la «Madrague» para resguardarse en su atalaya de La Garrigue. Su auténtica guarida. Una casa construida en las alturas, rodeada de vegetación, alejada de la megafonía y de la mirada escrutadora de los turistas. Y donde campan alegremente perros, gatos, ponis y demás animales de compañía.

«Son los únicos que pueden sacarme de mi silencio», acostumbra a decir. Por lo demás, el icono de los años sesenta se muestra bastante pesimista con todo lo que le rodea en una Francia y un mundo que, a sus ojos, van en declive. Por eso, prefiere el silencio y cultiva la soledad. «Me gusta estar sola. Lo busco. Soy una persona muy meditativa», aseguraba esta semana en la única entrevista concedida a una televisión en la última década. Y la labor no fue fácil. Cinco meses para convencer a la protagonista de «Y Dios creó... a la mujer» (1956), reticente a que las cámaras capten el paso de los años. Cierto, BB no ha conservado la exuberancia de su juventud, pero sí un ojo chispeante y una sonrisa maliciosa. Aunque casi había que intuirla, porque sólo permitió que se la grabara de perfil. Caprichos de artista. Y eso que Bardot luce los pliegues de la edad sin complejos. Enemiga acérrima del bisturí y la cirugía estética: «Vivo muy bien con mis arrugas, me pertenecen. Yo conozco mujeres pasadas por liftings. Y no parecen más jóvenes, sino más ridículas», declaraba en 2009. Para su cumpleaños sólo espera un regalo. La abolición del sacrificio ritual de los animales y el cierre de los mataderos de caballos. Son sus dos principales combates: «Si tuviera que marcharme al otro mundo antes de haber conseguido estos dos cambios, consideraré que he fracasado en mi vida. Rezo por ello», confiaba en una entrevista reciente. De hecho, así se lo pedía oficialmente al presidente de la República el pasado once de septiembre: «Hollande me debe ese regalo». «Somos un país laico y no tenemos por qué ceder ante costumbres religiosas bárbaras», clamaba indignada.

«Hubiera preferido dar a luz un cachorro»

A la espera de ver si el gobernante socialista atiende las súplicas de BB, no se puede decir que la actriz mantenga con la izquierda una sintonía ideológica. Si Hollande no contó con su voto en 2012, de él dice que es «un presidente que escucha» y «respeta lo que promete». A diferencia de sus antecesores. «Jacques Chirac es el rey de los mentirosos, aunque en competición con Nicolas Sarkozy. Los dos me prometieron muchísimas cosas y nunca me dieron nada». François Mitterrand quiso concederle la Legión de Honor, la máxima distinción francesa, pero ella la rechazó: «No quise aceptarla, pero fue un gesto bonito por su parte», recuerda. Con Valérie Giscard d'Estaing las relaciones iban por otros derroteros. El ex presidente, conocido por sus dotes de galán, no sólo la cortejó en su momento: «Continúa haciéndolo», confesaba Bardot esta semana. Ahora ya no le escribe, aunque, de vez en cuando, mantienen conversaciones teléfonicas. «Es amable y he conservado con él una gran amistad».

Pero su ojito derecho en política es la líder del ultraderechista Frente Nacional. «¿Marine? A veces la llamo por teléfono. La quiero mucho. Y lo digo. Sin ocultarme. Es la única mujer con un par de huevos. Sus ideas me gustan. Es la visión de Francia que me gustaría ver reaparecer». «Lo que deseo es que ella salve a Francia, es la Juana de Arco del siglo XXI», declaraba a «Paris Match». BB se siente halagada de que el Frente Nacional escogiera su imagen de «Marianne» para el cartel de campaña de las pasadas europeas en las que la ultraderecha arrasó en Francia. Bardot encarnó a este emblema de la República Francesa, «la Marianne», en 1968 a propuesta del presidente Charles de Gaulle que, fascinado por el encanto y sex-appeal de la entonces «mujer más bella del mundo», llegó a declarar que BB «aportaba tantas divisas a Francia como Renault». Sus coqueteos con el FN no son nuevos. Se remontan a la época del fundador Jean-Marie Le Pen, a quien tuvo oportunidad de frecuentar desde los noventa cuando la actriz contrajo matrimonio, en cuartas nupcias, con Bernard d'Ormale, entonces consejero del político de extrema derecha.

La mujer liberal, y sexualmente liberada, de los cincuenta y los sesenta, que hizo sonrojar a la púdica sociedad de la época en Europa y en Estados Unidos donde alguna de sus películas llegaron a prohibirse, nunca dejó de ser algo reaccionaria: «Siempre he sido conservadora», suele reconocer quien encarnó a la «mujer del mañana», la «mujer de la posguerra». Se considera «francesa de cepa muy lejana, y orgullosa de serlo, y no oculta su recelo hacia la inmigración y una cierta «islamización de Francia». «¿Una Francia musulmana y una Marianne magrebí, por qué no, visto a dónde hemos llegado», llegó a declarar la actriz convencida de que «estamos invadidos».

Sus posiciones radicales y sus exabruptos xenófobos le han costado caro estos años. Desde el punto de vista económico, pero también en cuanto a una imagen que se ha ido desportillando. Dejando atrás en un muy lejano recuerdo aquella belleza rubia, sensual, despreocupada, libre y moderna. En 2004 fue condenada a una multa de cinco mil euros por «provocación al odio racial» tras la publicación del libro «Un grito en el silencio» (2003), en el que denunciaba la «infiltración» de Francia por los musulmanes, el sacrificio ritual de los corderos durante las fiestas islámicas, la poligamia, el mestizaje de las razas o las prestaciones sociales a los extranjeros.

La provocación ha sido inherente a su naturaleza. En sus memorias, «Initiales BB», llegó a calificar a su hijo como «el objeto de mis desgracias». Un niño, Nicolas, que llegó inesperadamente cuando ella tenía apenas 26 años. «Hubiera preferido dar a luz a un cachorro de perro», escribía. Con el tiempo, las relaciones se han encauzado, aunque apenas se ven. «Él vive con su familia en Noruega», se justifica. No quiere oír hablar de jubilación. «Es un horror. Es por eso que la gente se muere de aburrimiento», confesaba esta semana a la AFP. Bardot, que espera cumplir los cien, prosigue su lucha denodada por el bienestar de los animales. Después de haber dado su juventud y belleza a los hombres, «doy ahora mi sabiduría y mi experiencia a los animales», confiesa. La Fundación que creó en 1986 es su vida: «Seguiréis oyendo hablar de mí. Cuando ya no esté aquí, mi fundación continuará. He hecho lo necesario para que sea milenaria». Eterna. Como su mito.

El detalle

DOS MUJERES CONTRA LA CARNE HALAL

En 2012, Bardot anunció públicamente que votaría en las presidenciales por Marine Le Pen, a quien felicitó por haber «desdiabolizado» el FN y por haber sido la única que durante la campaña se ocupó de denunciar el «escándalo de la carne halal», uno de sus caballos de batalla.