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Nada es lo que parece...

Nada es lo que parece...
Nada es lo que parece...larazon

Me está atacando un síndrome que empieza a preocuparme. Siento estar viviendo en un mundo falso, ficticio, donde la mentira impera, e incluso parece que se aplaude, porque hay personas que lo justifican diciendo que es solo un «show», que están jugando un papel, que es una estrategia para sus intereses. Uno de los espacios que más me está inquietando es Instagram. Veo a mujeres pequeñitas que les han crecido las piernas de forma vertiginosa. Otras normales que parecen modelos esqueléticas, caras llenas de arrugas, pero que ahí salen planchadas. No entendía nada, hasta que una amiga me contó que hay una aplicación en la que el «photoshop» es bestial... Te hace crecer todo lo que quieras, adelgaza tu cuerpo y piernas, arregla la nariz, los ojos y lo que necesites. Me parece patético. ¿Cómo saber si lo que veo es real? Quizá es mejor vivir fuera de la realidad. Como decía Sartre, lo importante no es que las cosas sean reales, sino que a nosotros nos lo parezca. Sartre era uno de mis existencialistas preferidos y, por lo que estoy viendo, un adelantado a su tiempo. En Instagram también te encuentras con personajes nada conocidos que tienen millones de seguidores y cuando cuelgan una foto inmediatamente llegan a los 100.000 «likes»... También me he enterado de que compran seguidores y «me gusta». Entonces se me queda una cara de asombro, por no decir de tonta, que ni se imaginan. Para mí, cada seguidor nuevo y cada «like» suponen una alegría, pero resulta que soy una antigua porque ni compro seguidores ni «ná de ná». De todas formas, lo peor no es este mundo virtual, que por algo se llama así, sino el que creemos real y donde los puñales y la doble moral parecen estar a la orden del día. En Madrid vas a una fiesta, desfile o evento donde hay «photocall» y el 90% de los vestidos y joyas son prestados. Es el cuento de Cenicienta, pero a lo bestia. Por eso, cuando vas al cumpleaños de una amiga, como el que celebró mi querida María Moreno, que hace una maravillosa labor social con su fundación Ciudad de la Esperanza, es un gustazo. Seríamos unas 300 personas en un precioso jardín. Hubo algo que me fascinó: señoras estupendas y guapísimas de la sociedad de Madrid, todas divinamente vestidas y con sus joyas. Era reconfortante saber que eso era auténtico, que si le comentabas a alguien lo bonito que era su vestido al menos era una elección suya que sacó de su fondo de armario. Hoy no puedes tener criterio cuando te preguntan qué actriz o «celebrity» es la más elegante si a la mayoría la ha vestido un estilista con la ropa que le eligieron. Vivimos una gran falta de autenticidad. Nada es lo que parece.