Pedro Zerolo

Pedro Zerolo: «Me voy tranquilo, he cumplido»

A pesar de su cambio drástico de imagen, Pedro Zerolo nunca perdió la sonrisa, como en esta imagen de octubre de 2014
A pesar de su cambio drástico de imagen, Pedro Zerolo nunca perdió la sonrisa, como en esta imagen de octubre de 2014larazon

Siempre sonriente y vital, se sometió a un tratamiento experimental para vencer al cáncer. Muy pocos de sus compañeros del PSOE fueron a despedirle al hospital.

Es curioso. Aunque Pedro Zerolo tuiteó hasta el final –la red era para él una extensión más de una personalidad profundamente extrovertida–, su blog se detuvo mucho antes, el 21 de abril. La última entrada se titula «10 años de felicidad» y celebra la primera década de existencia de la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo. Siendo así, es lícito pensar (al menos, literariamente) que el máximo valedor socialista de los derechos de los homosexuales consideró aquél el mejor broche posible –el único– para un blog que, una vez muerto, iba a ser analizado en busca de una especie de legado. Zerolo, el político, el activista, es ya indisociable de aquella ley: por ella jugó en la arena pública, apostó fuerte, empeñó su crédito y su reputación... y ganó. Por tanto, en política fue un triunfador, pues no de otra cosa va el oficio sino de lograr imponer –en el sentido más democrático de la palabra– las propias ideas, las leyes que uno desea para sí y sus semejantes. El mismo Zerolo se sorprendía de haberlo logrado: «Pensé que abriría el camino, pero he tenido la suerte de empezarlo y de verlo terminar».

Un diagnóstico tardío

Para una persona de su calibre, vida y política iban de la mano. Y probablemente él no entendería que yo dijera aquí que hay en la función pública algo artificial, afectado, teatral incluso, que puede parecer en algún momento la vida, pero sólo es un remedo urgente para los tiempos que toquen. Que la verdadera militancia es la propia existencia (o «que la vida iba en serio», como escribió Gil de Biedma, poeta gay en los años del ostracismo) lo descubrió Pedro Zerolo en diciembre de 2013, cuando se le diagnosticó un cáncer de páncreas. La familia confiesa a LA RAZÓN que se demoró en acudir al médico. Los dolores ya delataban algo malo y a Zerolo, con sus 52 años de entonces, le asaltaron las dudas. Finalmente, hubo diagnóstico y sonó la palabra maldita que conjuran los supersticiosos, la que más rodeos lingüísticos obliga a hacer. «Pedro sabía lo que suponía tener un cáncer de páncreas y se resistió a asumir la situación», dicen en su entorno. Esta derivación de la devastadora enfermedad es una de las más letales: un 95 por ciento de índice de mortalidad. Una sentencia en firme, y apenas caben recursos de apelación. Zerolo cerró los ojos un instante, unos días. No lo asumía, pero ¿quién sí? El 18 de diciembre, subió a su Facebook una poesía de José Ángel Valente: «Tu cuerpo puede llenar mi vida, como puede tu risa volar el muro opaco de la tristeza». Una poesía más, una de tantas que gustaba de compartir en la red. Pero ahí Zerolo ya sabía de lo que hablaba. Los demás lo supieron el 7 de enero de 2014, cuando hizo pública su enfermedad. Pedro había decidido militar contra el cáncer con sus armas: transparencia, sonrisa y vitalidad.

Nunca faltaron esas tres características en la personalidad social, de puertas para afuera y mucha calle, de un tipo nacido en el trópico, en Caracas –a donde fueron exiliados sus padres–, y crecido en Tenerife. Su acento era doblemente melodioso y meloso. De su madre, Concepción «Chicha» Zerolo, una belleza de la isla, heredó el buen gusto, las maneras expansivas pero suaves y el apellido de guerra; de su padre, Pedro González, un tipo de carácter, tomó bien pronto la pasión política. González, de 88 años, es un pintor muy reputado en Canarias, conocido también en La Laguna por haber sido el primer alcalde democrático de la ciudad. Lo fue como independiente pero adscrito al Partido Socialista. «Para mí el socialismo es una familia», decía Zerolo. Y bien pronto formó parte de ella, aunque su activismo era múltiple y variado: colaboraba con sindicatos y grupos cristianos de base, al tiempo en que militaba en organizaciones de gays, lesbianas y transexuales. Estudió derecho y comenzó a ejercer la abogacía. Siempre con la gente, siempre fuera de casa. «La calle y los movimientos sociales han sido mi escuela de política, y he tratado de llevar ese espíritu a las instituciones», decía años después. Madrid fue su vocación. Madrid y Chueca. Allí vivió en plenitud su homosexualidad y allí comenzó a ser un rostro conocido desde la presidencia del Colectivo Gay de Madrid (Cogam) y la Federación Estatal de Colectivos LGTB (Felgtb). Allí conoció a su marido, Jesús Santos, y allí se casó con él merced a la ley que él mismo había propugnado. En 2003, entró como concejal en el Ayuntamiento de Madrid. Lo primero que hizo fue romper el protocolo plantándole dos besos a Alberto Ruiz-Gallardón. Lo demás, lo saben. De puertas para afuera se definía como «activista socialista, republicano, laico, feminista, ateo, migrante, federalista, lgtb, latino, abogado, concejal de Madrid, secretario de Movimientos Sociales del PSOE»; entre sus gustos íntimos estaban el cine, la poesía y la botánica. A ellos –y a la política– siguió dedicándose después de aquel 7 de enero en que comenzó su activismo público contra el cáncer, su «segunda salida del armario», decía.

Se le volvió a ver en adelante con la cabeza totalmente lisa, despojada de los rizos que lo caracterizaban, delgado, en los huesos. La quimioterapia lo devastaba literalmente, le robaba al menos tres días a la semana. Decidió someterse a ella los viernes para poder seguir trabajando el lunes en su despacho de la calle Alcalá y en la calle, tras un fin de semana de forzada inactividad. «Su empeñó en vivir era tal que quiso someterse a un tratamiento en fase 1», explican sus familiares. Estas prácticas, denominadas de «uso compasivo», se aplican con medicamentos innovadores, no comercializados, en fase experimental, importados a España en ensayo clínico mediante una autorización del Ministerio de Sanidad. Aseguraba que la cercanía con la muerte había reforzado sus valores laicos. «Mi moral y mi ética son laicas, pero mi vida espiritual es rica y trascendente», decía. Pocos pacientes diagnosticados de cáncer de páncreas duran más de un año con vida. Zerolo seguía ganando tiempo a la muerte, pero la cuenta atrás se iba agotando al mismo tiempo en que la carrera electoral se endiablaba.

Un tratamiento «a medida»

«Tenía unas ganas enormes de participar en la campaña», mantiene el entorno familiar. Hasta el punto de que pidió a los médicos que ajustaran su tratamiento a los ritmos de su agenda. Fue él mismo quien quiso participar de las municipales. Entró como número 3 en las listas socialistas y se le pudo ver en algún acto de campaña, al lado de Ángel Gabilondo. Con la sonrisa siempre en ristre, la procesión iba por dentro. Durante sus largos días de hospital, estuvo rodeado de sus familiares, pero desasistido de su otra «familia», la socialista. El entorno de Zerolo asegura a LA RAZÓN que «pocos o ninguno» de sus compañeros de partido fue a visitarlo al hospital. Zerolo empeoraba. Seguía tuiteando contra la violencia de género y en pro de sus ideas, logró su plaza en el Ayuntamiento y estaba muy al tanto de la actualidad. Aseguran sus cercanos que estaba preocupado por el resultado de las elecciones, la caída en votos del PSOE y el auge de Podemos... No había tiempo para mucho más. Sólo para una cosa: morir en casa, un deseo que expresó el propio enfermo. «De irme mañana, me iría tranquilo; he cumplido con mi deber», dijo en su última entrevista. El lunes avisaron a sus amigos para que pudieran despedirse de él y el martes falleció. El chico «raro» de la Federal socialista, el abogado que tenía un pie en la sala de plenos y otro en la calle, fue despedido con honores públicos en el Ayuntamiento de Madrid y una enorme bandera multicolor en el barrio de Chueca. Casi 10 años después de la aprobación de la ley por la que será recordado.