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Preysler y Tamara compiten en la ópera
La «socialité» acudió del brazo de su inseparable Vargas LLosa con un espectacular vestido fucsia de espalda desnuda y manga francesa. Se les unió Tamara, en rojo, que no quitaba ojo a su padre y a Esther Doña
La «socialité» acudió del brazo de su inseparable Vargas LLosa con un espectacular vestido fucsia de espalda desnuda y manga francesa. Se les unió Tamara, en rojo, que no quitaba ojo a su padre y a Esther Doña.
Fue un todos a una quizá buscando olvidarse de Colau, Puigdemont y Cataluña. La ópera puede ser una evasión incluso dada en abaratada versión de concierto sin decorados ni vestuario. Los cantantes plantados ante un atril, estáticos y contenidos en sus impulsos de interpretación. La quintaesenciada platea reconoció que queda soso y hasta pobre para la noche conmemorativa de los veinte años en que fue reabierto el Teatro Real tras otros setenta y cinco cerrado a cal y canto. Entonces descubrieron que lo habían levantado sobre aguas movedizas y ese hallazgo le echó el cerrojo. Tuvieron que recimentarlo no siempre sobrados de dinero, de ahí demora una que fue vergüenza capitalina mientras el barcelonés Liceo de las Ramblas mantenía la supremacía del bel canto en un país que dio glorias como Miguel Fleta, María Barrientos, Conchita Supervía, Kraus, Berganza y Montserrat Caballé ya considerada «la última diva». Remata etapa gloriosa, más de cuatro décadas, de voces únicas como Callas o Tebaldi.
De lo que ya no se ve. En el Real abundaron las famosas, alguna hasta olvidada por la lamentable falta de actividad social: no es lo de Ana Rosa Quintana, fiel aficionada igual que su esposo Juan. Isabel Preysler destacó de la abundancia de negros con un traje fucsia de espalda desnuda y manga francesa cogida a Vargas Llosa, de los pocos que evitó el esmoquin. Como gala a exhibir bastante tiene con su Nobel. Se les unía en rojo Tamarita Falcó, que de lejos echó más de un ojo seguido de besos y abrazos al papá Marqués de Griñón, a quien la felicidad con Esther Doña lo hizo engordar. La creciente elegancia y belleza de Doña se realzaba con un moño trasero que remarcaba su delgadez. Estampa viva de óptima relación aún casi recién casados. Repasándolos, a Tamara casi se le enrollaron lo enormes flecos de 30 centímetros de su madrileño y marfileño mantón de Manila lista para exhibirlo en la boda de su hermana Ana Boyer con Fernando Verdasco. Le cogió gusto. Fue lo más juvenil de la gala incluso con su treintena admirada por Marisa de Borbón con flores de paillet blanco sobre negro junto a su esposo Alfonso, primo de Don Juan Carlos, y una Anne Igartiburu irreconocible ante las risas de su musical Pablo Heras deleitándose con «La favorita». Levantó suspiros y envidia: «Pero, ¿te has fijado en sus rizos?», casi jalearon la masculina cabeza de busto clásico mientras a Anne hasta tres veces los fotógrafos la confundieron con Elena Cué. El moño la igualaba a Eugenia Silva, algo que no ocurría con la llamativa y disparada melena de mechas rubias de la Abascal. Paseó –ella no viste, exhibe– traje de falda avolantada en encaje negro que traslucía sus largas piernas calzadas en rojo con tacón de 13 centímetros. Imponía hasta a sus adineradas primas sevillanas Isabel y Carmen Cobo, desde la Expo 92 íntimas del Plácido Domingo que dijo unas palabras vía vídeo remarcando la efeméride. Recordé que el tenor y Montse pasaron veinte años alejados y añorados antes de reconciliarse. Plácido se había molestado porque en Barcelona ella sostuvo una nota más tiempo que él. Histórico e impagable. Cegaron con los saltos que Daniel Oren dio batuta en mano. La manejaba casi creando florituras sin dejar de hacer piruetas sobre el estrado. Fue lo único animado de los actuantes y hasta llegó a captar más atención que la estupenda Jamie Barton al lado del situado pero desigual Javier Camarena. Los mas viejos del lugar agitaban las manos recordando a Kraus, que tantas veces hizo este españolísimo personaje cuando en nuestro país fue tema recurrente para los autores. Así nacieron «Carmen», «El barbero de Sevilla», «La forza del destino» o «El trovador». Lo señaló Miriam Lapique de negro como la mayoría ante Ana Rosa Quintana y una Ana Botella muy aficionada que no pierde función. Vistió abrigo largo plateado y comentaba con horror las peripecias catalanas ante Vasile, Alfonso Cortina y Mar Flores. Llegaba de Nueva York y Santo Domingo. Amplía su campo de acción posadora ya que aquí apenas le dan bola. Lo que no ocurre con Carlos Huéscar, también de paisano ante un Ruiz-Gallardón realzado por traje coral de Mar Utrera y el pijama reseñidor de la delgadez de Begoña Villacís.
Casualidad curiosa pero infrecuente. Permitía contrastar el alborotado pelo blanco de Vargas Llosa con el argenté muy bien peinado de Paolo Vasile. Los contrastaban como a Naty Abascal, que reaparecía tras un tiempo sin dejarse ver, con Marisa de Borbón. Una, de encaje negro que siempre parece más gala que las paillets floridas sobre el terciopelo negro. Festejaron los veinte años en que reinauguraron el Teatro Real levantado en tiempos de Fernando VII cuando Madrid solo era amago de gran ciudad. Donizeti atrajo con su deliciosa «La favorita» en versión de concierto elegida porque fue el primer título que llenó el local. Iba de doble homenaje por tanto en nuna versión concierto de cantantes estáticos sin el arrope de vestuario y decorados. Más que el apreciado tenor destacó la mezzo norteamericana Jamie Barton. La aplaudieron desde la plateada Ana Botella a la muy aficionada Ana Rosa Quint ana acompañada de Juan, su atractivo marido. No dejaban de preguntarle sobre el tema catalán que tan bien y con amplitud trata en sus televisiva mañana de Tele 5: «Han perdido la cabeza y el sentido común. Cada día que pasa se superan en el despropósito», resumía.
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