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¿Qué ha pasado con Cataluña?

Siempre he alardeado con un cierto romanticismo de mis raíces catalanas

Ágatha –en la imagen con amigos y clientes–, tiene expuesto un vestido con la bandera de España en su tienda de Serrano
Ágatha –en la imagen con amigos y clientes–, tiene expuesto un vestido con la bandera de España en su tienda de Serranolarazon

Siempre he alardeado con un cierto romanticismo de mis raíces catalanas.

Es todo tan absurdo y surrealista que no sabría ni por dónde empezar. Encima – para colmar la farsa – estoy casi segura de que no han sido los propios catalanes los que nos han metido en este lío, al menos no los catalanes de verdad.

En casa se especula sobre todo tipo de conspiraciones que podrían esconderse tras la intriga separatista. España, y Cataluña incluida, se ha convertido en el hazmerreír del mundo entero, en otro punto de inflexión del nacionalismo rampante que se propaga globalmente y con particular regodeo en Europa. La cosa ha tenido poco que ver con el tradicional seny catalán.

Yo, Agatha Ruiz de la Prada Setmenat, soy catalana. Siempre me ha encantado serlo. Siempre he alardeado con un cierto romanticismo de mis raíces catalanas, de sus tertulias, de sus épocas de oro. De Cataluña venía el arte, la magia y la cultura de mis sueños de infancia, acompañados por un cierto surrealismo innato de los catalanes. Mis ancestros fueron mecenas de Gaudí, y luego grandes amigos de Dalí. El pintor Sert también era parte de mi familia catalana. Siempre soñaba con haber heredado algo de aquello.

Si te paseas por ciertos bulevares de Barcelona por la noche aún te llegan ráfagas de aquellos tiempos que fueron como la belle époque de París. Hace no tan poco, en la post-Guerra Civil, Barcelona era una metrópolis ejemplar, llena de creatividad, transgresión y liberalismo. Llena de romanticismo y posibilidades.

Los catalanes eran de espíritu libre y expansivo, políglotas sin complejos. Lo siguen siendo los catalanes de verdad, herederos de Gaudí, compadres de Serrat. El relato parroquial con el que se les pretende representar no les pega para nada.

El movimiento independentista que ha arrasado Cataluña en los últimos años no tiene nada que ver con sublimar la identidad catalana. Quizás tenga algo más que ver con el estado de las cosas, con la mala salud de nuestro sistema de gobierno. Quizás tenga que ver con la desesperación del pueblo. Quizás con la ineptitud política. Quizás con algo peor...

Lo que está claro es que el independentismo que se avecina –monstruoso y colosal en su sin sentido – no tiene ninguna pinta de elevar al pueblo catalán. Probablemente servirá para rebajarnos al barullo de la ira populista, a la insensatez de cualquier movimiento colectivo que, por muy eufórico que sea, nos hace perder nuestra propia voz. Dejar que nuestra identidad nos politice es la mejor manera de comprometerla, de perder el mismo catalanismo que pensamos encontrar.

Politizar las cosas nunca acaba siendo una buena forma de resolverlas, por lo menos en mi experiencia. Cosa distinta es si buscas más problemas.

Al principio de mi carrera Barcelona fue una ciudad clave para la moda, y clave para mí también. Sin embargo luego se metió en una pugna con Madrid por la hegemonía fashionistica (que si la pasarela Gaudí o la pasarela Cibeles) y después de años de tira y afloja, años de conflicto durísimo para la moda nacional, acabó quedándose en el olvido. Los diseñadores sufrimos un pequeño preámbulo de la crisis independentista, igual de absurda, hace años. Y Agatha Ruiz de la Prada –por mucho que adorase Barcelona y sus evocaciones doradas– dejó de desfilar en Barcelona.

Todo el jaleo independentista de los últimos años (una distracción que ningún gobierno se debería permitir tras los azotes de la crisis) no le ha hecho muchos favores a Barcelona. Sus condiciones económicas llevan años en declive. De hecho, hace apenas dos años tuvimos que cerrar nuestra espectacular tienda Agatha Ruiz de la Prada en el Paseo de Gracia con Consell de Cent 316. En el 2005, cuando se abrió, vendíamos como churros y volví a Barcelona como una catalana triunfante. Muchas tonterías han pasado desde entonces...

La gran celebración y reivindicación de la identidad catalana nunca llegó, solo más confusión e intolerancia. El lirismo, la picardía y la astucia catalana han tenido pocas ocasiones de asomarse entre tanta exaltación. Ante todo, le ha faltado carisma a la trama, por eso dudo de su autenticidad catalana. De coherencia o valentía mejor ni hablar, con Puigdemont escondido entre las faldas de Bruselas.

Mi único consuelo últimamente está en mis trajes bandera, algo con lo que siempre me ha encantado provocar y declarar. Un elegantísimo vestido de seda natural 100%, en amarillo y rojo, se encuentra en estos momentos en el escaparate de mi tienda de Serrano 27, listo para el encargo a medida de cualquier patriota interesado.

Xavier Corberó – el gran escultor catalán (y grandísimo amigo de mi hija Cosima)– se hubiese reído ante todo este revuelo. Le parecía poco original ser de un sitio u otro, y la preocupación o el orgullo por algo tan mundano, para él ¡«mandaba huevos»!...