Sierra Nevada
Tamara Falcó asegura que no ha roto con su padre
«Llegué a la fiesta con mami y Mario porque vivo con ellos», aseguró, en referencia al aniversario del Teatro Real, al que Griñón asistió junto a su esposa.
«Llegué a la fiesta con mami y Mario porque vivo con ellos», aseguró, en referencia al aniversario del Teatro Real, al que Griñón asistió junto a su esposa.
Los temas sociales dominaron el madrileño puente festivo celebrado tan solo en Madrid como veneración a La Almudena, su patrona. Ocasión sobrada que llevó a las «socialités» nacionales a deslizarse por las primeras nieves de Sierra Nevada, el pirineo aragonés o Courchevel. De momento, han vetado las incómodas pistas catalanas, como proyectan hacerlo los del Mobile World Congress. O tal advierten. Más firmes son los de Radio Barcelona, primera cadena que emitió para la Ser en los tiempos de Manuel Tarín Iglesias, creador de los Premios Ondas, una de sus fantasías hecha realidad desde el 8 de la calle Caspe, sede de la emisora donde hice mis primeras armas antes de engrandecerme en el «Protagonistas» de Luis del Olmo, otro que hizo historia. Barcelona se transformaba en una fiesta y en los Premios Ondas estuvieron desde Silvana Pampanini a Roger Moore. Destacaba en el programa ciudadano con un solemne almuerzo en el nada regio palacete Albéniz y reparto de premios a los mejores. Así lo hicieron durante unos gloriosos 64 años. Ahora los trasladan a Sevilla, donde se aseguran tranquilidad y «arsa y toma». Otra forma de entender el éxodo empresarial, como esquiar sirve para empalmar los restos del bronceado playero con el más contundente y recio, pero menos luminoso y duradero, de la nieve. Los Ondas ya no serán los mismos. Empezaron a bajar cuando Iglesias fue cesado en la Ser, un despido que levantó ampollas. Fue escuela de radiofonistas como Ángel Casas y Castelló Rovira y por allí pasó Isabel Gemio, llamándose Isabel Garbí. Su bar reunía, como «La punyalada», a los destacados en los medios informativos. El barbudo Fayos era un personaje surrealista. Barcelona no hace nada ante este exilio involuntario que todos lamentamos. ¡Malditos políticos!
Rossy, icono de España
Pero me alegró conocer al detalle los temas que esta semana entretuvieron a la jet. Trataron el alarde indumentario digno de Oscar que nuestras vips se echaron encima para el reparto de premios de «Marie Claire», que consagró a Rossy de Palma como Icono de España tras verla actuar en «El cantor de México», donde la Abascal se sentó en, para ella, degradante tercer piso porque no había más sitio y quería ver el musical. Un título a tono con los tiempos que ya no valoran a la más elegante, quizá hartos de escoger en los rankings siempre a Naty, tan seguida de cerca por Marisa de Borbón. Con ellas ya compite Esther Doña. Y no digamos Tamara Falcó que, además de encanto, puso el aliciente de debutar como presentadora. Un plus. Superó con creces a antecesoras como Mar Flores o Juncal Rivero. Las recuerdo desastrosas, temblando papel en mano, mientras la hija de su madre suplió con encanto personal la falta de experiencia ante el siempre atemorizador micro. Vestía «de prestado», un blusón en lamé plata sobre falda como de señora mayor. Los dejó encandilados sacando partido a los pequeños fallos lógicos; ya saben que siempre la disculpo. Además, aclaró que no hay enfado con papi Griñón: «Llegué a la fiesta con mami y Mario porque vivo con ellos. Era más fácil que esperar a que me recogiese papi, que ya iba con Esther. Han malentendido creando lo que no hay. Adoro a mi padre», me dijo, reivindicativa. Se refiere a la celebración del 20 aniversario de la reapertura del Teatro Real, a la que asistió junto a su madre y el Nobel.
Y mientras Rossy, acompañada de su hija, ya una mujer, puso plumas desafiantes en su tocado, Esmeralda Moya vistió en rosa entontecido, nada valiente, y Cristina Castaño destacó como en «La que se avecina», su pasarela, con una serpentina dorada que le marcaba la negra silueta. Agatha Ruiz de la Prada vistió en rayados amarillos y rosa, aunque la fría noche mitigó el efecto primaveral al tiempo que Laura Ponte se cubrió de pallets plata, buena base a su chic inalterable donde no cae la hoja. Comentado fue el traje blanco de Lourdes Montes, de falda doblemente abullonada y delantero formando un excesivo corazón copiado de lo que idea como santo y seña Ruiz de la Prada.
Mónica Cruz pasó sin pena ni gloria con una túnica color crema y rebordada. Parecía un trasfondo de armario. Lo mismo pasó con Marián Camino, con un anodino vestido azul de cuello caja ribeteado en piedras, mientras Eugenia Osborne iba transparentando piernas y dejaba entrever un pantaloncito corto rebordado, un poco al estilo, casi algarabía, de Carmen Lomana, con un conjunto donde nada encajó. Parecía un puzzle, al contrario que María Suelves. Aplaudieron la apostura de Claudio Montes. Siempre sabe estar y opta por la discreción.
María Zurita fue felicitada por su inesperado embarazo con más de cuarenta años. Ya tenemos de qué ocuparnos los próximos meses porque la rentrè de Bienvenida Pérez, antaño en boca de todos, no creo que pase mas allá del azul cielo de su traje. Perfección de Mar Saura en su túnica plateada, y qué bien caía la alborotada melena de Begoña Trapote sobre su ampuloso traje negro. Destacó. Ella sí hizo «weekend» a su céntrica casa de París, donde a punto estuvieron de acompañarlos Felipe González y su rubia esposa Mar, aunque el añorado ex prefiere apoltronarse en su finca andaluza para ver los toros y la política desde la barrera. No eran los Oscar, pero por un momento me creí en el corazón de Hollywood. Fue como un desquite de elegantes tras una larga sequía de eventos, exhibiciones y posados.
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