Historia

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Tamarita llama a su casa «el campamento Mario»

La hija de Isabel Preysler, que no se anda por las ramas ni calla lo que piensa de la relación de su madre con el premio Nobel, ultima los detalles de la que será su primera colección como diseñadora de moda

El escritor, en el salón de la casa de Preysler, presidido por un retrato que Coelho le hizo en su momento de mayor apogeo social
El escritor, en el salón de la casa de Preysler, presidido por un retrato que Coelho le hizo en su momento de mayor apogeo sociallarazon

La hija de Isabel Preysler, que no se anda por las ramas ni calla lo que piensa de la relación de su madre con el premio Nobel, ultima los detalles de la que será su primera colección como diseñadora de moda

Lástima: nos había convocado en la casa materna, lo mejorcito de Puerta de Hierro, y mandan un mensaje justificándose con un «impossible» inglés:

«No puede ser –mejor así– porque se ha convertido en el campamento de Mario y mami», dice ingenua y resignada anulando, que no posponiendo, la reunión. El apañado casa quiere. Y mientras, según el Nobel, tiene Isabel la última palabra casamentera. Curioso y casi tan chocante como lo manifestado supuestamente inocente acerca de sus portadas en «¡Hola!». El mensaje de Tamara ya es grabación histórica y va de mano en mano.

«Si supiera qué tengo que hacer, no aparecería en “¡Hola!”. Si supiera qué hacer para no aparecer, lo haría. Que alguien me dé la receta», casi justificó en el bautizo de «La quinta esquina», su nuevo y esperado libro, por primera vez sin el respaldo de Patricia. Otra odisea peruana que evidencia cómo y cuándo añora el país en que nació. El de la ya clásica «La Ciudad y los perros», también el de «Pantaleón y las visitadoras» y «La casa verde», tan retrato de la Amazonia. De ahí salió «La chunga», estrenada por Nati Mistral ante una Preysler que entonces sorprendió yendo de espectadora. Fue en el desaparecido Teatro Espronceda y verlas conmocionó. Pero, ¿qué pinta en un estreno?, se preguntaban alucinados allá por los primeros noventa. Ahora sacan conclusiones, generalmente erróneas; entonces aún era marquesa de Griñón, título que poco le duró parece que aburrida de Carlos Falcó que, sin embargo, es bastante divertido. No es que Julio Iglesias resulte un cascabel, como tampoco lo fue Boyer. Vargas Llosa tiene otro estilo, además de fachón, no sólo altura escritora, aunque le reprochen las sesiones fotográficas de ahora sentado en la butaca «chester» que tanto sudó el ex ministro fallecido.

Tamara no se anda por las ramas ni calla lo que piensa, en eso no salió a mamá. Lo define como «el campamento de Mario y mami» –y se entiende la «espantá» de Ana­­–, ese enorme salón presidido por un retrato que Coelho hizo a Preysler en su momento de mayor apogeo social. Algo que resiste el paso del tiempo y los años como acrecentó encanto ahora de más estilo y refinamiento. Funciona la crema de caviar sobre las mejillas y esa nariz antaño chatona sobre una barbilla partida. Parece otra mujer que la que conocí enternizada en el lienzo con un traje rojo ahora calcado en el desfile de Tot-Hom. Miren y comprueben: escote conformando chal casi mantoncillo, un rojo nada violento, manga hasta el puño. Sobre la pasarela de la embajada de Francia lo miré y remiré. Por poco me froté los ojos creyendo alucinar: casi el mismo modelo realizado sin ningún pudor o las típicas guirnaldas floreadas con que la firma deshace la kimpiza siluetadora de algún traje. Es un exceso que incluso pone floripondios donde no se precisan.

Fue constante en la tarde-noche tan representativa de la firma que apoyó Bibi Samaranch tras morir el Pertegaz mimador de la simpleza salvo en sus abotonamientos restellantes. Isabel ha debido sonreír con satisfecho encantamiento al comprobar el impacto del modelo, nada que ver con los horrores que le imponía Rosa María Salvador.

Imagino que Tamara, ya rematando su primera colección, debutará tras la Semana Santa cada vez menos santa –Dios nos coja confesados– reproduciendo su estilo desenfadado, juvenil y tan personal. Es realmente inclasificable y no olvido cómo la vi despreocupada pero cómoda en el Teatro Reina Victoria acompañando a su tío Cubas en el medio siglo de Los del Río. Sutil y directísima como es, no sé qué pensará del relanzamiento que Enrique Solís ha hecho días atrás al lado de Antonia San Juan. Cicatrizó pero colea. Había puesto ilusiones nunca confirmadas por el pequeño tan alto de Carmen Tello, inseparable del mítico Curro Romero, a quien Sevilla dedicó homenaje presidido por Susana Díaz. Cantaron desde Poveda a Rancapino y Paco Cepero con bailes de Eva Yerbabuena y el recuerdo de Camarón y su canción al genio de Camas único en Filosofía, Humanidades, los quites y saber de qué iba el toro.