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La nieta actriz y feminista de François Truffaut

Luna Picoli-Truffaut
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Luna Picoli-Truffaut, actriz, ilustradora y nieta de François Truffaut, está encantada con Madrid. Nunca había visitado la ciudad y recién bajada del avión fue a comer junto a su novio, por recomendación de una amiga, a Celso y Manolo. “Probamos unos tomates...”, dice, mientras gesticula con las manos y cierra los ojos, recordando el sabor. Está aquí para los Premios Condé Nast Traveler, revista de la que es portada este mes. Recibirá esta noche, en el Casino de Madrid, el galardón especial #YoSoyTraveler que otorga la publicación.

Sentada en la terraza del Hotel Principal, en unas sillas de rattan que podrían ser las de algún café parisino, Picoli-Truffaut ojea la revista en la que se la ve posando bajo la lluvia y trata de elegir su lugar preferido de la ciudad en la que nació. Se aventura a mencionar dos, la librería de segunda mano San Francisco Books Co. y Le Bal, un espacio que ella describe como “un punto medio entre una galería y un museo, donde exponen obras, sobre todo de fotografía y audiovisuales, que tienen relevancia social y política”. En la “Traveler” de mayo encontrarán la exhaustiva lista completa de sus recomendaciones parisinas.

Desde hace unos años, Picoli-Truffaut se dedica a la actuación, pero antes probó como cantante, ilustradora -una pasión que sigue desarrollando- y fotógrafo. Pero el cine, claro, lo lleva en las venas: “¿Sabes que en algunas culturas la comida reúne a las personas en torno a la mesa? Eso es el cine para mi familia, nuestro punto de encuentro”. Su abuelo, inventor del término “Nouvelle vague” que definió una época, falleció tres años antes de que ella naciera, en 1984. Pero su abuela, Madeleine Morgenstern, de la que Truffaut se separó pero con la que vivió de nuevo durante sus últimos años, quedó a cargo de su legado y su compañía.

“Mi abuela fue como una segunda madre durante mi infancia. Todos los miércoles pasaba el día con ella en la productora; ella trabajaba y yo paseaba por la oficina. Así, diría que mi primer encuentro con mi abuelo fueron las anécdotas que me contaba la familia sobre él, pero también su despacho. Habían mantenido todo tal y como era antes de su fallecimiento. Allí estaban todavía su cenicero, sus libros, sus figuritas. Para mí era como un parque, abría todos los cajones, jugaba con los carretes de los filmes...”, recuerda la joven.

También ha vivido durante muchos años en Estados Unidos, por lo que asegura identificarse con ambas culturas: “Cuando estoy en Francia, me siento muy americana. Y cuando estoy en América, me siento muy francesa”. Especifica que en términos de literatura, cultura popular y sentido del humor, es estadounidense; mientras que París representa “mi lado más suave, el que está conectado con las artes; en ese sentido, Francia es mi ancla”.

Sin duda, el apellido pesa. Aunque ella afirma que “tengo suerte, porque él representa algo que es apreciado por muchas personas, entre ellas, yo. Siento que fue un hombre interesante y dulce, y un padre divertido y especial”. Sin embargo, confiesa que “saber que fue un hombre tan trabajador y creativo, y que pudo crear algo que caló tanto en la cultura francesa y que se extendió por todo el mundo... cuando eres una persona creativa, te preguntas: "¿Podré alguna vez crear algo así de relevante?"Lo siento así especialmente en relación a los filmes. Creo que por eso comencé dibujando, porque el cine, para mí, era un gran reto”.

La película más importante que ha hecho hasta ahora es “El diván de Stalin”, bajo la dirección de Fanny Ardant, ex pareja de su abuelo y madre de su tía Josephine. “Fanny siempre ha sido una presencia en nuestra familia. Cuando comencé a actuar, le pregunté a mi abuela si debía hablar con alguien de la industria que me orientara. Y ella me recomendó que le escribiera a Fanny, que fue encantadora y me dio muchísimos consejos. Durante unos dos años no volvimos a vernos hasta que un día me escribió para decir que tenía un papel para mí en una película suya”, recuerda.

En ese filme compartió escenas con Gerard Depardieu, que trabajó con Truffaut en “Le dernier métro” (1980). “Me pareció muy elegante de parte de Fanny que no le dijo nada a Gerard sobre mi abuelo. Por eso, cuando le conocí, comenzó a hacerme preguntas y una de ellas fue si mi familia estaba relacionada con el cine. “Sí... mi abuelo era cineasta, de hecho, ustedes trabajaron juntos”, le contesté. “¿En serio? ¿Cómo se llamaba?”, me preguntó él. Y yo... “François... Truffaut”. Reaccionó de manera muy emotiva y se quedó hablando conmigo un buen rato”.

Además de la actuación, Picoli-Truffaut dedica parte de su tiempo a la ilustración -algunas de ellas acompañan el reportaje de “Traveler”- y especialmente a un proyecto de dibujos feministas que comenzó a desarrollar durante las semanas previas a la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. “Sentí la necesidad de drenar mi frustración a través de la creatividad. Comencé entonces a dibujar retratos de mujeres que me resultaban interesantes, relevantes y fuertes. Era una manera de enaltecerlas, pero también de educarme. Lo comencé a hacer casi como un diario personal, pero fue creciendo y terminé por colaborar también en revistas y en una serie documental sobre la sexualidad femenina en la televisión”.

La intérprete confiesa además que el escándalo de Harvey Weinstein tuvo matices personales para ella. “El #MeToo despertó algo en mí porque fui víctima de abuso cuando era muy pequeña. El nacimiento de este movimiento me inspiró a contar mi historia. Después de publicarlo en redes, me sentí aterrada. Pero luego pensé: “Ya está, no hay vuelta atrás”. Yo debía tener seis o siete años cuando sucedió y el hecho de que otras mujeres hablen de sus vivencias no lo hace desaparecer, pero sí me hizo comprender que es una experiencia común para muchas de nosotras. Ahora entiendo que el abuso no dice nada sobre el tipo de persona que eres”, afirma.