Diseñadores

Cristóbal Balenciaga, que estás en los cielos

En 1967 el diseñador abrió su primera tienda en San Sebastián, al tiempo que su «vestido flor» encandilaba al mundo en la percha de Sue Murray

Balenciaga en su taller de París
Balenciaga en su taller de Paríslarazon

En 1967 el diseñador abrió su primera tienda en San Sebastián, al tiempo que su «vestido flor» encandilaba al mundo en la percha de Sue Murray.

Decía Cristóbal Balenciaga, en algún lugar que no recuerdo, que la elegancia a fin de cuentas era una cuestión de esqueleto. El que sabía tanto de esa palabra y del ejercicio práctico de ser elegante terminó convencido de que, más que telas o cortes magistrales, esa gracia es tan natural que reside en el montón de huesos que llevamos dentro. Me viene a la cabeza esa reflexión recordando a Veruschka, estupenda colección de huesos, esta vez vestida por Bill Blass e inmortalizados por Richard Avedon, en esa otra imagen que acude en mi auxilio cuando pienso en 1967. Un año antes de tirar la toalla y cerrar todas sus casas, Balenciaga nos propone dos colecciones donde rivalizan dos ideas completamente diferentes de mujer.

La primera de ellas no puede ser más alta costura, entendida esta como exquisito cordón umbilical con el pasado, la foto es de William Klein para el «Vogue USA» de abril de 1967. En ella, una mujer blanca, morena, guapa, con un más que sospechoso parecido con la entonces cliente suya Aline de Romanones, posa con un vestido corto, talle imperio, hombros desnudos, de falla y encaje negros, complementado con una mantilla corta, peineta incluida, casi un velo, de encaje de Chantilly, que cae exactamente sobre la línea de sus ojos. Descontada la influencia de Man Ray, la imagen podía ser la de una reina María Luisa o una duquesa de Alba pintadas por Goya que guardan el Museo del Prado o la Hispanic Society de Nueva York. Insisto en esa imagen, porque ese es el estilo más reconocido de Balenciaga, una elegancia que saliendo del museo se apodera de la calle o, más exactamente, de los salones de los palacios, de ese glamuroso «dress code» reconocido como gran «soirée».

Lección magistral

La segunda no puede ser más alta costura, ahora en el sentido más moderno, el de tratar de oponerse al irresistible ascenso de «prêt-à-porter» que ya les pisaba los talones. Se trata de un traje de chaqueta de lana blanca con cuadros ventana negros, en el que los cuadros «casan» con independencia de los cortes que el patrón ha impuesto sobre la tela, para que la prenda siente impecable sobre el cuerpo de su propietaria. Esos «cuadros casados» parecen ser la lección magistral que un maestro deja, como testamento de su buen hacer, sobre la mesa de su infinita legión de partidarios y adversarios. La moraleja es evidente, el «prêt-à-porter» será más cómodo, más barato, más moderno, pero este milagro no lo podrá hacer nunca. Ambas imágenes están en el libro de Myra Walker «Balenciaga and His Legacy» (Yale University Press), editado con motivo de una exposición celebrada en el Meadown Museum de Dallas y ambas son dos joyas que pertenecieron a Claudia Osborne, otra de sus clientas más fieles. Tanto el libro como la exposición son, por supuesto, de nuestro inolvidable 67.

Se preguntarán ustedes por qué les hablo hoy tanto de Balenciaga. Pues precisamente porque en ese año 67, que estamos rememorando, se cumplen 50 de la apertura de su primer establecimiento en San Sebastián, cuando en 1917 aquel atrevido jovencito protegido por la marquesa de Casa Torres solo tenía 22 años; o, lo que es lo mismo, porque 50 más 50 hacen los 100 del establecimiento que este año celebramos. No es extraño que una exposición en París, «Balenciaga, l’oeuvre au noir», en el Palacio Galliera; otra en Getaria, comisariada por Givenchy, «Collecting Elegance Rachel L. Mellon’s Legacy», hasta el 25 de enero, y otra en Londres, «Balenciaga: Shaping Fashion», en el Victoria & Albert Museum hasta el 18 de febrero, lo estén recordando ahora mismo.

Me desborda la información, así que tendré que elegir. Me decantaré por ese «vestido flor», exquisito expresionismo abstracto de Balenciaga, que viste Sue Murray frente a la cámara de Irving Penn para el «Vogue» americano. Un traje de noche envuelto en gazar negro. Era, por supuesto, septiembre de 1967.