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¿Quién ha saltado a la piscina?

En los sesenta, David Hockney se refugió en California para huir del opresivo clima social de Inglaterra. En 1967, pintaría su obra maestra «A Bigger Splash»

Icono de toda una obra, «A Bigger Splash» es uno de los cuadros referenciales de David Hockney.
Icono de toda una obra, «A Bigger Splash» es uno de los cuadros referenciales de David Hockney.larazon

En los sesenta, David Hockney se refugió en California para huir del opresivo clima social de Inglaterra. En 1967, pintaría su obra maestra «A Bigger Splash».

David Hockney utiliza gafas para que no lo vean. Las gafas, para él, son como un biombo chino o un bastidor de tela, un espacio, más que un objeto, para ocultarse de los demás y salvaguardar la intimidad de la curiosidad ajena; una especie de máscara para disimular ese tímido «forever» con el que convive y no para disimular el incordio de la miopía o corregir los defectos de la vista, que es la más precoz de las decrepitudes que nos asaltan.

David Hockney, que es un inglés cosmopolita, casi una contradicción en esta coyuntura política del Brexit, abandonó aquella Inglaterra brumosa y homófoba de los sesenta. Al revés que el ciudadano común, que, aunque nunca vaya a ningún lugar, es un ser en permanente fuga de algo, de su condición, de su pasado, de sus rutinas, de la vida cumplida y, también, de la incumplida que le habita la memoria, él no huyó para escapar, que era lo sencillo, el topicazo recurrente, sino para buscar el cielo en la tierra que Londres le negaba.

Lo que encontró fue una América de urbanizaciones, playas y autopistas atascadas. Un paraíso artificial edificado sobre menús «fast food», la hojarasca de una currada cartelería publicitaria y otras tantas mercadurías y chalaneos que suelen mover la sociedad de consumo. Un decorado urbano, a la sombra de ese sueño eterno que representa Hollywood, que latía bajo la fuerza ininterrumpida del verano californiano, que es un clima a salvo del ciclo estacional, del eterno retorno de la primavera, el otoño, el invierno, que, a la postre, sería la razón última que devolvería después al artista a su Gran Bretaña natal, que ya andaba sobrecogido de nostalgia y añoraba septembrear un poco por las umbrías de sus bosques. En esa tierra parcelada de chalés, esos minifundios de la vida doméstica del último siglo, pintó en 1967 esa instantánea que es «A Bigger Splash», un cuadro que trae consigo el jeroglífico de una pregunta sin resolver: ¿Quién ha saltado a la piscina?.

Más allá de admiraciones amorosas y la majestad de un estilo –un imperativo en cualquier artista–, Hockney había descubierto en California la irreverencia de lo lúdico, el goce pleno de lo sentidos, el disfrute de las sensualidades sin la contrasprestación de ninguna confesión o penitencia de oficio. Un reino de permisividades, liberado de las argollas de los prejuicios sexuales y el peso de las tradiciones que traía ese verano del amor. Esta tierra sin sombras, herida de luz, le dio a Hockney la mirada salvaje de la libertad, que es uno de los asuntos que vibran de fondo en esta pintura.

Este óleo es como un paisaje sentimental/emocional de un pintor deslumbrado por el éxito de las piscinas privadas, que eran un raro exotismo en su país. Aquí no están los cuerpos icónicos, la juventud restallante o el adulto maduro de sensatez y podrido de remordimientos que había trabajado en otras obras previas –a todo hito se llega habitualmente por los peldaños de ensayos anteriores–, sino una sucesión de colores planos, que arrastran consigo una evocación involuntaria, la de ese «ismo» que fue la abstracción, y la delineación meditada de un devoto de la figuración, que deseaba dejar atrás a Jackson Pollock. El hombre aquí está presente por mera alusión, por esa salpicadura de agua, que es una metáfora de la vida disfrutada sin complejos, a tope, sin los dictados de ninguna conciencia, por lo general, tan pesadas. Hockney, con este fotograma pictórico, esta captura del instante inaprensible de la zambullida estival, consigue el mérito artístico de atrapar el tiempo en el paralepípedo de un lienzo –los dos segundos de inmersión le requirieron tres meses de dedicación–. Pero lo que aún atrae del cuadro es el impacto vital, el remojón de meterse a disfrutar el instante sin complejos. Y es que Hockney no trataba de reflejar el chapuzón de cualquier fulano; le está empujando a usted dentro de la piscina, para que también se atreva a disfrutar.