Papel

«Bloodline»

Los Rayburn, una familia casi normal

«Bloodline»
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Parafraseando el arranque de una de las obras más conocidas de Tolstói, «Ana Karenina», «todos los dramas familiares se parecen, pero los (más) infelices lo son cada uno a su manera». «Bloodline» llegó a la cartelera de Netflix en el mes de marzo, y no lo hizo precedida de la apabullante campaña promocional a la que nos tiene acostumbrados la plataforma. Aunque quizá, tampoco la necesitaba. La nueva serie de los creadores de «Daños y prejuicios», Todd A. Kessler, Glenn Kessler y Daniel Zelman, no iba a sorprender a los usuarios con una cárcel de mujeres, ni los espectadores más selectos se iban a encontrar con un despiadado retrato sobre la política de altos vuelos.

«Bloodline» es un drama familiar y como tal resulta complicado atraer al público, que puede encontrar productos del mismo género utilizando, simplemente, el mando de su televisor. Así que los espectadores, y el interés, ya llegarían después, cuando los incondicionales y los críticos descubriesen que debajo de esa capa de convencionalismo dramático, se encuentra un apasionante «thriller» repleto de intrigas y misterios, en el que los secretos y las mentiras se desvelan a cada paso. Porque los Rayburn son una familia infeliz, y lo son a su manera.

La producción arranca cuando Danny Rayburn, el mayor de los cuatro hermanos, decide volver al hogar familiar. Éste se encuentra en el impresionante paraje de los Cayos de Florida, un lugar en el que la tierra y el agua juegan a robarse centímetros mientras las carreteras se extienden hasta donde alcanza la vista. Y en él viven sus padres, Robert y Sally Rayburn, orgullosos propietarios de un complejo turístico a pie de playa, que proporcionan unas vacaciones inolvidables a los visitantes de la zona. Su contribución, durante décadas, al turismo de ese importante área de Florida, les sirve para obtener el reconocimiento de sus vecinos y de la ciudad, que les ven como el ejemplo a seguir. De no ser por Danny.

Uno de los primeros en sentirse abrumado por las consecuencias que podría tener el regreso de su hermano es John, el segundo hijo de los Rayburn y un respetado detective en la comarca. Con el paso de los años, John representó, sin desearlo, el papel de hermano mayor que Danny no supo, o no quiso, interpretar. Y se convirtió en el guía de sus hermanos menores, el orgullo de su padre y el apoyo de su madre, incapaz de asumir su fracaso con su primogénito.

El trabajo de Ben Mendelshon y Kyle Chandler («Friday Night Lights», «El Lobo de Wall Street») como Danny y John Rayburn, se ha visto reconocido recientemente con la nominación a los Emmy al mejor actor secundario y principal respectivamente. Pero no son lo único brillante de una historia escrita con eficacia y precisión, y junto a ellos podemos encontrar en el reparto a intérpretes de la talla de Sissy Spacek y Sam Shepard, como los Rayburn más veteranos. Norbert Leo Butz como el pequeño de los hermanos, Kevin, y Linda Cardellini en el papel de Meg, la «única» hija de los Rayburn, completan este complejo retrato familiar. En él, una vez más, las pinceladas de la historia evidencian que tras las forzadas sonrisas a cámara y los brazos por encima del hombro, se encuentran un buen puñado de conversaciones pendientes.

LO MEJOR

El trabajo del actor australiano Ben Mendelshon, que hasta ahora había desarrollado su carrera en el cine y la televisión de su país. Su papel como el problemático y oscuro Danny Rayburn le ha valido para, prácticamente, entrar en la industria norteamericana por la puerta más grande.

LO PEOR

Que con el arranque de la segunda temporada acierten, para aquellos que no creen que sea necesaria. La intensidad y el devenir de los acontecimientos dieron a la historia un acabado brillante... Hasta que los sucesos previos al final llegaron para justificar la continuación del drama de Netflix.