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José Mota: «Mucho yoga, pero donde esté una buena romería...»

El humorista se queda sin vacaciones este verano. Una nueva serie de televisión le está esperando

José Mota
José Motalarazon

El humorista se queda sin vacaciones este verano. Una nueva serie de televisión le está esperando

El verle vestido de civil –sin las caracterizaciones que luce en «La hora de José Mota– se nos aparece el hombre que está detrás del humorista, o a la inversa, que nunca se sabe cómo se gestionan esas dualidades. En las distancias cortas, Mota no es esa metralleta humorística que dispara «sketches» para arrancar una carcajada tras otra. Es una persona de sonrisa tímida y tierna, hablar pausado y reflexión serena. La popularidad de ser reconocido por la gente la lleva con naturalidad y sin aspavientos, como si fuese una recompensa a tantas horas pergeñando escenas o situaciones que relajen los gestos de los espectadores tras una jornada de trabajo para olvidar. Se le acercan las personas para pedirle «selfies», les mira a los ojos, y se presta a dar esa pequeña alegría. Y si tiene que ponerse alguna bandera, no lo duda: la de la naturalidad.

–Creo que últimamente nos reímos menos de lo que deberíamos.

–Si es así, mal vamos porque el humor es una terapia, un arma de construcción masiva, una herramienta que nos han dado para restarles importancia a las cosas que nos ocurren. Porque, a veces, nos miramos mucho el ombligo y nos recreamos en nuestros problemas. La negrura de la vida, cuando se pasa por el tamiz del humor, se convierte en un arcoíris.

–Una de las condenas de los humoristas, o eso me parece a mí, es que los demás esperan de ustedes que estén todos los días haciendo gracia.

–¿Tú te imaginas estar constantemente, como si fuese un plano secuencia, intentando hacer gracia? Sería una tortura. Lo bonito de la vida son los matices, pero sería deseable que siempre estuviese presente en buen humor.

–¿Cuántas veces le piden por la calle que cuente un chiste?

–Alguna que otra. Hay gente que tiene un arte enorme para contar chistes, pero a mí me gusta más escucharlos. La vida es tan rica que nos regala humor en lo cotidiano, en la rutina, cuando sales a la calle. Sólo hay que salir a buscarlo, por ejemplo, esas pequeñas bajezas que tenemos cada cual.

–Como reírnos cuando una persona se cae, que a mí me ha pasado más de una vez.

–Cuando se hace muchísimo daño no, pero como sea un tropezón lo más lógico es mirar para otro lado y, como poco, sonreír. Surge como un sentimiento de liberación porque no te ha pasado a ti. Somos así de malotes porque cuando alguien se cae de alguna manera, pierde la dignidad y, ¡cuidado!, cuanto más alto sea el estatus de la persona, más gracia nos hace. Es una pequeña venganza.

–¿Qué piensa de los tuits que ha escrito con un humor hiriente sobre las víctimas del terrorismo o antisemitas de Guillermo Zapata?

–Es un asunto muy delicado. Yo no los prohibiría porque el cartel de prohibido no me gusta nada. Si me preguntas qué haría yo, desde mi libertad personal hago humor con respeto, sin agredir a un tercero.

– La vieja’l visillo», «El tío de la vara»... ¿Su vis cómica está muy ligada a sus raíces, en Montiel (Ciudad Real)?

–Es que afortunadamente todos somos de pueblo, aunque algunos se empeñen en olvidarlo, algo que me parece muy triste. Ser de pueblo es tener una identidad muy definida. Hasta los nacidos en Madrid lo son porque no es haber nacido en un sitio o en otro, es un estado de ánimo. La ruralidad bien entendida es maravillosa.

–O sea, que somos unos provincianos.

–¿Y? España afortunadamente es un país con un alma muy provinciana y no hay que esconderla. En las ciudades estamos contaminados por el ruido y en los pueblos hay un silencio en el que se oyen cosas a las que aquí ni siquiera prestamos atención. La vida rural es hermosa, pero con los años la hemos denostado. Queremos ser urbanitas y eso está muy bien, pero no perdamos la identidad ni nos avergonzemos de nuestros orígenes...

–En definitiva, somos una generación que nos hemos venido un poquito arriba.

–Sí, y no lo critico. Pero, por ejemplo, a mí me encanta el punto pueblerino que tiene Madrid: aquí no te preguntan cuándo has llegado pero sí cuándo te marchas. Integrarse en esta ciudad es tan fácil y tan sencillo...

–Una de las escenas que más recuerdo de mi niñez es cuando en verano las vecinas sacaban las sillas para tomar el fresco y se montaban unas tertulias...

–Es que para ellas era como hacer terapia: se contaban sus problemas, hablaban de la vida de los demás, se desahogaban... En las grandes ciudades, salvo en los barrios, se está perdiendo. Mucho yoga, que está muy bien, mucho ejercicio, pero donde esté una buena romería y las fiestas patronales... ¿Tú te has dado cuenta de que es muy difícil que la gente que vive en los pueblos se deprima? No son tan complicados e inseguros como los que vivimos en la ciudad.

–Le cuento una anécdota: al lado de mi casa hay un bar regentado por chinos y cuya clientela son chinos. Apenas hablan español. Sin embargo, no sé qué tiene usted que cuando ven su programa en la tele se mueren de la risa.

–¿Qué me dices? Voy a tener que montar una agencia en Pekín. A saber qué les daré yo...

–¿A José Mota le hace gracia José Mota?

–Ni sí ni no. En esta profesión nunca se está en ningún sitio. Te tratan bien, pero es importante tener la cabeza muy bien amueblada, saber quién eres.

El LECTOR

«Después de comer, leer el periódico me parece un ejercicio sanísimo totalmente distinto a ver las noticias por la televisión, cuando tienes una actitud más pasiva, ya que no puedes elegir lo que más te interesa. Cuando estás leyendo un diario, sea LA RAZÓN o cualquier otro, ejercitas la imaginación, más aún lees una buena crónica, porque te sitúa en la noticia como si estuvieses allí. Por mi profesión las secciones que más me gustan son la de Cultura y Televisión, aunque pienso que a veces no se las toma mucho en cuenta».