Papel
Pepe Rodríguez: «Si hubiese pedido un euro por cada selfie ya estaría retirado»
En «MasterChef» impone. En las distancias cortas dan ganas de abrazarle y no, no está empachado de cocina
La Mancha marca carácter. La solanera en verano, el ruido a grillos que acentúa la sensación de calor y esos inviernos en los que se corta el cutis dejan callo en sus habitantes, aparentemente menos pintureros que en otros rincones de España. Gastronómicamente, Pepe Rodríguez ha puesto a su tierra en el mapa en el espacio, ya sean los «soles» de la Guía Repsol o en las estrellas Michelín. Ha pasado de estar semienclaustrado entre los fogones de «El Bohío» a ser una celebridad televisiva. No le afecta la fama, lo que le saca de quicio es el trabajo mal hecho. Aprendió cocina en su familia, sin alardes, en Toledo. Guiso va, guiso viene hasta que descubrió que comer en el mismo plato estaba bien... en la postguerra. Desde hace muchos años defiende lo que se come en la Mancha con su sello particular. En «Masterchef» es el que mejor abre la boca para masticar a mandíbula batiente. No lo dice pero sabe que es un chef de postín, aunque siga siendo de pueblo y a mucha honra.
–El Rey Emérito comió en su restaurante. ¿Cómo se le quedó el cuerpo?
–Fue fantástico. Está siendo inteligente. Por ser quien es, en vez de coger la ruta de los jubilados e irse de vacaciones con el Imserso, ha decidido hacer una ruta gastronómica. Es un vividor experimentado, le gustan los buenos vinos, comer bien... Lo que le gusta a cualquier tipo, pero él se lo puede permitir. Normal, ha hecho un trabajo fantástico.
–¿Cuál fue el menú real?
–Medios platos de la carta. Lo más típico: ropa vieja, que es un clásico pero la versión actualizada, ya que era un plato muy humilde, cabrito, bacalao tiznao... Se fue encantado. Luego me fui enterando que está haciendo un periplo por toda España, algo que me parece estupendo.
–La cocina vasca siempre ha sido muy valorada; después, la catalana y andaluza, y por fin la machega. ¿Ya era hora, no?
–Por tradición, la cocina manchega se resumía en un plato al centro donde todos pinchaban. Afortunadamente con el tiempo se ha democratizado. Todavía no tenemos el poso cultural de la cocina del norte, pero todo se andará.
–El Bohío está en Illescas. ¿Se considera un cocinero de la periferia?
–¡Qué va! Desde Madrid llegas en 20 minutos. Algunos comensales me comentan: «Tardo menos en llegar aquí que en acercarme a Villalba». Ahora, con el éxito de «MasterChef» es normal que haya más afluencia de público, supongo que porque me quieren conocer.
–¿Cuántos selfies se puede hacer por minuto?
–Ni idea porque además la gente siempre se queda con ganas de repetir. Pero si hubiese pedido un euro por cada fotografía, ya me habría retirado. Normalmente no me molestan. Me parece mucho más incómodo descargar sacas de patatas en Mercamadrid.
–Le tengo que confesar que al principio de verle en el programa, vestido de negro y tan serio, me daba un poco de miedo.
–¡Qué va, si en el fondo soy un flojo con la lágrima fácil! Lo que ocurre es que soy muy tímido y tiro más de los chascarrillos, vacilo a los amigos... Mire, he heredado un poquito el carácter de mi padre. Era camarero y, cuando estaba detrás de la barra, le decían: «Oiga, ¿usted no se ríe nunca?».
–También me sorprendió la forma que tiene de probar un plato: coge un buen trozo, lo mastica a conciencia...
–Pues no se por qué le asombra, porque se come así. ¿Que quiere que haga, como Jordi o Samantha, que prueban un poquito y escarban? ¡Son dos pijos! Yo soy un tío normal: abro la boca y mastico.
–Cocinero, jurado de un programa gastronómico... ¿No está empachado?
–De mi profesión, para nada. Sobre la comida estoy en fase zen y me estoy quitando de muchas cosas. Habrá crisis pero estamos en la sociedad del despilfarro, los bares siempre están llenos. Estamos hartos de tanto comer. Y se lo digo yo, que era un glotón. Con toda la tranquilidad del mundo me comía un plato de callos a la una de la mañana.
–¿Hay celos entre los cocineros?
–Claro, en la alta cocina todo el mundo quiere ser el número 1. ¡Yo ya soy el número 1! (lo digo en broma, que conste). Los cocineros solemos tener mucho ego, que tampoco tiene por qué ser malo. En mi caso significa que me exijo mucho y soy ambicioso, aunque al principio era muy comedido. En la vida lo que hay que ser es feliz, seas el primero en tu profesión, el número 100 o el 700. La cocina me ha premiado más de lo que debería y, encima, la guinda de la televisión.
–Vivimos la eclosión de la cultura gastronómica. ¿Hay platos que están de moda?
–Sí, estamos pasando un poco de la tradición, que a mí me gusta cada vez más, con algún punto de innovación. Ahora el plato de moda es el ceviche. En cualquier restaurante lo encontrarás en la carta: ceviche con langostinos, ceviche con lubina, ceviche de pollo... y suma y sigue. ¿Durará? No lo sé, depende de que los comensales se cansen o no. Ahora resulta que es el escabeche está demodé y si no haces un plato con salsa ponzu o kimchi es que no estás al día.
–Lo mismo ocurre con el sushi...
–Cierto. Tiene un componente estético y dietético –no tiene mucha grasa–, que está muy bien. Pero es que ahora está en todos los sitios. Me parece muy divertido cuando veo en las bodas como aperitivo el sushi.
–No parece que estas tendencias le afecten.
–Yo cocino lo que me gusta a mí. No podría variar mi discursos. Intento hacer la comida más radical posible en La Mancha. Eso no lo van a comer en ninguna parte y es lo que me hace diferente.
–¿Cuál es el plato de su infancia?
–Ni lo dudo: los callos y la pringá del cocido. Era mi debilidad.
–¿Incluso en verano?
–No me acuerdo pero lo tengo idealizado y creo que sí.
EL LECTOR
«Por mi profesión tengo poco tiempo para leer periódicos. Sin embargo, quizá sea por defecto profesional, sigo mucho la sección de Gastronomía de Tatiana Ferrandis. Son unas páginas amables y didácticas que además entran por los ojos, como la comida, porque están muy bien maquetadas». Desde que empezó a rodar «MasterChef», a pesar de que, como él reconoce, «el mundo de la televisión nunca me atrajo, no le veía la gracia», también le echa un vistazo a la sección de Televisión y Comunicación, «aunque no estoy muy pendiente de los audímetros». Pepe Rodríguez se considera fan del director del periódico, Paco Marhuenda; «independientemente de su ideología, me cae muy bien».
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