Arte, Cultura y Espectáculos

Zugaza: «No creo que la mejor forma de visitar un museo sea con un smartphone»

Director del Museo del Prado desde hace 13 años, piensa en los nuevos retos de la pinacoteca y en la celebración del bicentenario. No tiene Twitter, ni falta que le hace, dice

Zugaza: «No creo que la mejor forma de visitar un museo sea con un smartphone»
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Nacido en Durango (Vizcaya) en 1964 y curtido a la vera del arte, el director del Museo del Prado se pasea por la pinacoteca sin llamar la atención, como un visitante más. Posa sin rechistar, sugiere encuadres y nos lleva hasta el maestro Goya (Dios mío, qué descubrimiento) en un recorrido tan intenso como único.

-¿Cómo recuerda la primera vez que visitó el Prado?

-Fue en un viaje cuando había terminado el bachillerato de entonces. Venía a conocer Madrid. Los recuerdos son maravillosos, sobre todo de un lugar luminoso, y fíjate que se puede identificar con cierta negrura.

-¿Alguna sala en concreto?

-Una dedicada al francés Poussin. Se me grabaron sus azules. Era un mundo por descubrir y los que somos de provincias no teníamos ese privilegio y lo digo para animar a la gente a que traiga a sus hijos cuanto antes a este museo.

-Que dejen que los niños se acerquen al Prado.

-Por supuesto. Me remito a mi experiencia con mis padres desde que era pequeño. Con ellos visitábamos museos y veíamos arte no con voluntad didáctica, sino de mero disfrute, de entretenimiento familiar en grupo. Es bueno acompañar a los niños en un paseo por el arte.

-Imagino que usted ya lo habrá hecho con los suyos.

-Yo con los míos tengo la misma voluntad de contagiar un hábito y no con la intención de recibir una lección de arte de su padre. Si les interesa harán preguntas y querrán tener sus respuestas.

-¿Cómo se mira un cuadro?

-Yo diría que cuando se despierta la curiosidad se produce el flechazo entre el arte y el individuo. El arte tiene esa cosa engañosa, esa ilusión que propone la pintura que no sólo es mirar y pararse delante de «Las Meninas» por ejemplo, que es uno de los cuadros más complejos, sino que hay que indagar y estar formado intelectualmente para sacar el máximo rendimiento.

-Dígame que obras querría ver en el Prado.

-Faltan muchas. Es un museo inacabado, no extenso, como decía Saura con mucho acierto. No nos vendría mal un Leonardo, un Vermeer, un Piero Della Francesca. Cuando entro en el museo no me fijo en lo que falta, sino en lo que abunda, y abundan personalidades tan desconcertantes como El Bosco, Tiziano, Rubens, Murillo, Velázquez, Goya, que le imprimen una identidad muy fuerte. Es un museo más de artistas que de historiadores del arte. Son Velázquez y Goya quienes definen al Prado, no una historia del arte concreta, y por eso me gusta tanto.

-Cuando viaja a otros países visitará sus museos, ¿no?

-Sí, y como espectador los miro con los ojos muy abiertos, porque no hay un museo igual a otro. Prado sólo hay uno, lo mismo que hay un Uffizzi o un Hermitage o un Louvre.

-Y si le dan a elegir uno, ¿con cuál se queda?

-Con el de Bellas Artes de Bilbao.

-Eso es barrer para casa, que usted lo dirigió...

-De acuerdo. Me gustan los británicos, la relación con las instituciones públicas, el no tener que pasar por taquilla para entrar es algo que me resulta placentero. También el de Louisiana, en Copenhague, un centro al aire libre de escultura contemporánea.

-Se le ha ido Gabriele Finaldi, a punto de aterrizar como director en la National Gallery. ¿Se siente un poco huérfano sin él?

-Un poco sí, porque es irreemplazable e insustituible. Ha sido una colaboración estrecha en un momento de muchos cambios y tanto los aciertos como los errores los hemos llevado al cincuenta por ciento. Falomir ya está trabajando, es un hombre de la casa y me siento muy acompañado. El museo del Prado no es un proyecto ni de uno ni de dos.

-Le esperan, como decían en aquella serie de televisión, nuevas y excitantes aventuras, señor Zugaza.

-Sin duda. El bicentenario está cada vez más cerca y será un momento de reflexión para ver hacia dónde queremos movernos en el futuro. Espero que sigamos apoyados por este viento de cola de la mejoría después de haber pasado por el Cabo de Hornos. La salud del Prado es muy importante, porque proyecta un estado de ánimo de un Estado y una sociedad, y cuidarla debe de ser una tarea fundamental.

-La moda del selfie es una epidemia, ¿no le parece?

-No creo que la mejor forma de visitar un museo sea a través de un «smartphone». Además, no es novedoso, porque el primer selfie está en «Las Meninas». Contemplar a través de un visor estropea de alguna manera ese momento. Hay que utilizar la tecnología en una buena dirección y aún nos queda camino por recorrer.

-¿Le pesan los trece años al frente del Prado?

-Para nada. Han sido tan intensos... Tengo la sensación de haber empezado ayer. Y continúo disfrutando cada día. Trabajar aquí es toda una experiencia.

-¿Le ha quitado el sueño alguna noche?

-No, ninguna.

-¿Prefiere recorrer el museo cuando está lleno o a solas, cuando nadie le ve?

-Me gusta verlo con gente, notar cómo se acercan a las obras, la manera en que se produce esa relación visitante-cuadro es muy ilusionante.

-¿Se ha sentido poderoso por dirigir el Museo del Prado?

-No, para nada. Es el Museo quien lo es. Lo que he tenido y tengo es sensación de responsabilidad.

-Cuando cierra la puerta de su despacho cada día, ¿le sigue dando vueltas al museo?

-Cuando me voy, me voy. Recupero mi vida porque soy esposo y padre.

-¿Sigue conservando sus amigos de pequeño?

-Claro que sí. Una buena conversación con los amigos de siempre es lo más útil. Ellos te dicen siempre las cosas como son.

-Suena a tópico, pero siendo vasco, imagino que la cocina le debe de importar.

-Le diré la verdad: soy mal cocinero, pero buen comedor. Hay muchísimos platos que me gustan, pero donde estén unas patatas en salsa verde... El prestigio de la cultura gastronómica hoy es enorme, trasciende para convertirse en un espectáculo, aunque tenemos que andar con cuidado para no caer por la pendiente de la moda.

-Deduzco que no se pone mucho el delantal...

-Es mi mujer quien cocina. Y lo hace maravillosamente bien.