Historia

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Anatomía del crimen de María Antonieta

Sin posibilidad de una defensa justa, la reina consorte de Francia fue conducida a la guillotina, para disfrute y goce de un pueblo deseoso de morbo

El personaje de María Antonieta ha sido reproducido en multitud de obras
El personaje de María Antonieta ha sido reproducido en multitud de obraslarazon

Sin posibilidad de una defensa justa, la reina consorte de Francia fue conducida a la guillotina, para disfrute y goce de un pueblo deseoso de morbo

El proceso y la ejecución de María Antonieta, reina consorte de Francia, sigue siendo hoy uno de los episodios más fascinantes y lamentables de la historia contemporánea, sobre el que se ciernen todavía algunas luces y sombras. Es fácil entender así la emoción que experimenté en su día al acceder a documentos desconocidos del crimen político perpetrado contra ella y su marido, Luis XVI, a quien ya habían guillotinado el 21 de enero de 1793 anterior y consumido luego su cuerpo en cal viva, conforme a las impías órdenes de la Convención.

Pero ocupémonos ya de nuestra nueva protagonista: María Antonieta Josefa Juana de Lorena, archiduquesa de Austria, hija del emperador de Alemania Francisco I y de María Teresa, nacida en Viena el 2 de noviembre de 1755.

Su particular calvario empezó el 1 de agosto de 1793, con su traslado a la cárcel estatal de La Conciergerie, un edificio histórico de París que ocupaba el muelle del Reloj, en la isla de la Cité. Antigua residencia de los reyes de Francia, era entonces una terrible prisión considerara como la antesala de la muerte.

El 14 de octubre se celebró la primera audiencia pública contra ella. La Sala del Tribunal era un inmenso hervidero de gente conducida hasta allí por una mezcla de odio, morbo y curiosidad. Los jacobinos de gorro frigio y las «lamedoras de guillotina» acaparaban los mejores sitios. Enseguida irrumpió la reina. Su mirada majestuosa desató la furia y el desprecio absoluto de la audiencia: «¡Mira qué orgullosa!», vociferó. Pero su aire de distinción contrastaba con su sencillo atuendo: un vestido negro medio podrido por la humedad de su encierro, con una cofia sin guarniciones que dejaba a la vista una mecha de cabellos blanquecinos, y un pañuelo de muselina blanco al cuello.

El azul de sus ojos era frío, los párpados enrojecidos, la nariz algo descarnada con la ternilla a simple vista alargada, los labios descoloridos y el rostro pálido como un cirio de no ver jamás la luz del día.

Frente a ella, el tribunal presidido por Hermann y ocho jueces más: Foucault, Sellier, Coffinhal, Deliege, Ragmey, Maire, Denizol y Masson. Los jurados se habían elegido con gran celo entre los patriotas jacobinos.

- Sin tiempo

Y hoy, para vergüenza de la «justicia», hallamos este documento ignoto dirigido por la propia acusada al presidente del tribunal y rubricado de su puño y letra, que traducido del francés dice así: «Los ciudadanos Troncon y Chauveau, que me ha dado el tribunal por defensores, me hacen observar que no se les ha avisado hasta hoy de su misión; yo debo ser sentenciada mañana, por lo que les es imposible instruirse en tan corto término de los documentos del proceso, y ni siquiera leerlos. Debo a mis hijos no omitir ningún medio necesario para la completa justificación de su madre. Mis defensores piden tres días de término; yo espero que se los concederá la Convención. Fdo. María Antonieta».

Huelga decir que el presidente Hermann se negó a conceder lo que en justicia correspondía a la reina. Al día siguiente, ésta escuchó su terrible condena: la «mort». Colocada en el postigo de la escribanía, donde debía esperar al verdugo, redactó su testamento de muerte dirigido a su cuñada Isabel de Francia, hija del delfín Luis y de María Josefina de Sajonia. He aquí el primer párrafo: «15 de octubre, a las cuatro y media de la mañana. Te escribo por última vez, hermana mía. Acabo de ser condenada, no a una muerte ignominiosa, porque ésta no lo es más que para los criminales, sino a ir a reunirme con tu hermano; inocente como él, espero mostrar la misma firmeza que él en estos últimos momentos...».

A las once de la mañana del día 16, se le ataron con fuerza las manos a la espalda. Ella misma quiso cortarse el cabello, que acabó de encanecer la última noche, pero no se le permitió. Todo París se hallaba ya entonces en las calles, balcones y tejados aguardando a que la carreta fatal iniciase el recorrido hacia el patíbulo.

A lo largo del camino, no se percibió en la condenada el mínimo atisbo de abatimiento o altivez, pareciendo insensible a los gritos de «¡Viva la República!» y «¡Abajo la tiranía!». Poco después, subió al cadalso con bastante valor y resignación. Al cabo de un cuarto de hora, rodó su cabeza. Su ejecutor, Sanson, la mostró al populacho como el más preciado trofeo en medio de los gritos ensordecedores, largo tiempo prolongados, de «¡Viva la República!».

El presidente del Tribunal que condenó a María Antonieta, Hermann, sometió al veredicto del jurado estas cuatro preguntas, contestadas, como cabía esperar, de modo afirmativo: 1-¿Consta que hayan existido maniobras y contactos con las potencias extranjeras y otros enemigos exteriores de la República dirigidas a suministrarles ayudas en dinero, a darles entrada en el territorio francés y a facilitarles en él progresos y armas?; 2-. ¿Se halla convicta María Antonieta de Austria, viuda de Luis Capeto, de haber cooperado a dichas maniobras y de haber mantenido estos contactos?; 3- ¿Consta que ha existido un complot dirigido a encender la guerra civil en el interior de la República?; 4-. ¿Se halla convicta María Antonieta de Austria, viuda de Luis Capeto, de haber participado en estos complots? La acusada replicó luego: «Ayer no conocía a los testigos; ignoraba lo que iban a declarar contra mí. Nadie ha articulado ningún punto positivo...».

@JMZavalaOficial