Historia
El reo al que trataron como a Gulliver
Damiens, que apuñaló a Luis XV, fue apresado con unas correas que sólo le dejaban las manos libres para llevarse alimento a la boca
El regicidio ha sido considerado en la Historia como el mayor de los crímenes. Si el atentado contra la vida de un hombre subleva los corazones frente al asesino, el atentado contra la vida de un rey produce una impresión aún más profunda y extendida.
Los increíbles sucesos que vamos a relatar comenzaron el 5 de enero de 1757. La noche era sombría y gélida. El rey Luis XV de Francia se dispuso a dirigirse al Gran Trianón, un edificio revestido con mármol al noroeste del parque de Versalles. El carruaje le aguardaba a la entrada del pórtico. El monarca bajó por la escalinata, seguido de varios cortesanos y del Delfín, y a la luz incierta de algunas linternas se encaminó hacia el coche. En el pórtico se congregaban multitud de curiosos, embozados en capas o levitones porque arreciaba el frío.
El rey pasó por el medio de esta hilera de gente, y apoyado en el conde de Brienne, caballerizo mayor, y en el marqués de Beringhen se dispuso a subir al carruaje. En aquel instante se replegó una fila de espectadores hacia el monarca.
w Herido... ¿de muerte?
Súbitamente, salió del hueco de la escalera un hombre de nariz aguileña y mentón prominente envuelto en una levita y tocado con sombrero, que empujó al Delfín y al duque de Ayen, capitán de los guardias de corps, logrando acercarse al rey para asestarle una puñalada en el costado derecho. «¡Me han dado un gran golpe con el puño!», exclamó Luis XV; e introduciendo la mano por debajo de la chupa, la extrajo ensangrentada. «¡Estoy herido!», gritó.
El regicida permaneció inmóvil ante todas las miradas, como si no le importase su detención. Sostenía en la mano la hoja de una daga, en forma de cortaplumas, de unos diez centímetros de ancho. Enseguida cundió el pánico: ¿y si el arma estaba envenenada? Muerto de miedo, el monarca pidió un confesor. Pero no le hizo falta, pues los médicos comprobaron poco después que no había veneno en el arma homicida y que la herida era superficial. El regicidio frustrado dio lugar a la formación de un extenso sumario judicial al que tuve acceso más de dos siglos después. Averigüé así que el regicida se llamaba Roberto Francisco Damiens, natural de la aldea de Thieuloy, dependiente de la parroquia de Mouchy-le-Breton, en la diócesis de Arrás. Nacido el 9 de enero de 1715, le faltaban tan sólo cuatro días para cumplir 42 años.
Días antes de atentar contra el rey, el 28 de diciembre de 1756, Damiens sacó un billete en la diligencia de París con el falso nombre de Breval. Una vez allí, se alojó en casa de la señora Ripandelly, en la calle del Cementerio de San Nicolás de los Campos, donde servían su esposa e hija. Permaneció con ellas hasta el 3 de enero, para dirigirse esta vez hasta Versalles, donde alquiló una habitación en la posada de la señora Fortier, en la calle de Satory.
w Sangrado «necesario»
El miércoles 5 de enero, día del regicidio, Damiens indicó a la posadera que avisara a un cirujano.
–¿Un cirujano? ¿Y para qué...? [Repuso Fortier, muy extrañada].
–Necesito sangrarme [contestó Damiens].
–¿En este tiempo? No os burléis de mí. Bebed un vaso de vino y os reanimará.
Más tarde, tras cometer el atentado, Damiens comentaría: «Si se me hubiera dejado sangrar, no habría herido al rey». Confinado en la temible torre de Montgommery, en el mismo calabozo que ocupó François Ravaillac, el asesino del rey Enrique IV, Damiens permaneció inmóvil durante sesenta y seis días tendido sobre una estrada con colchones, a la cual le ataron con correas de cuero de Hungría, amarradas a su vez a doce anillos fijos en el suelo. Estas correas sujetaban los hombros, enlazando los brazos, y sólo dejaban las manos libres para llevar el alimento a la boca. Un maquiavélico sistema de ligaduras, obra más bien de un carcelero de Lilliput que tratara de evitar una evasión de Gulliver.
Condenado a muerte, el día de su ejecución fue trasladado a la plaza de Grève, repleta de morbosos. Damiens iba a ser descuartizado. Se le ataron muy prietos los pies, muslos y brazos, enganchados a unos caballos jóvenes y vigorosos que tiraron de aquellos miembros durante una hora entera sin poderlos desprender. Hubo que cortarlos en parte para que los corceles volviesen a tirar con fuerza y lograran por fin arrancarlos. La víctima los vio arrastrarse por el suelo. Así fue como aquel dantesco espectáculo pasó a la historia como «el suplicio de Damiens».
El tormento de los borceguíes
El calvario de los interrogatorios comenzó el 17 de enero, a los 12 días del malogrado regicidio. Durante tres interminables meses, Damiens fue sometido a sesiones extenuantes de hasta siete horas. El tormento de los borceguíes se aplicaba entonces en Francia a los desgraciados que rehusaban confesar las circunstancias o los cómplices de un crimen. Tal era el caso de Damiens. Para ello, se encajonaban las piernas del infeliz en cuatro espesas planchas atadas con cuerdas, aplicándose dos de ellas a la parte interior y las dos restantes a la exterior. Luego, formado un todo con las planchas y las piernas, se introducía una cuña entre las dos planchas interiores, apretándolas con violencia. Esta cuña separaba las planchas y forzaba las cuerdas, ya muy prietas, descoyuntando las piernas de la víctima con dolores indecibles. El tormento ordinario se verificaba introduciendo cuatro cuñas; el tormento extraordinario, introduciendo ocho, como a Damiens.
@JMZavalaOficial
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