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¿Fue Negrín cómplice del asesinato de Nin?

El propio presidente socialista corrigió a mano la nota de prensa en la que el Gobierno reconocía, inicialmente, que Nin había sido secuestrado

Negrín sabía, en su fuero interno, que Nin no era ningún espía
Negrín sabía, en su fuero interno, que Nin no era ningún espíalarazon

El propio presidente socialista corrigió a mano la nota de prensa en la que el Gobierno reconocía, inicialmente, que Nin había sido secuestrado

Mientras investigaba en su día en el Archivo Histórico Nacional el secuestro y asesinato del líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) para componer mi libro «En busca de Andreu Nin» (Plaza & Janés), calificado de «excelente» por los hispanistas Hugh Thomas y Stanley Payne, descubrí un documento muy comprometedor para el socialista Juan Negrín.

Era nada menos que el borrador, con enmiendas y tachaduras de puño y letra del entonces presidente del Gobierno, sobre la detención de Andreu Nin en Barcelona el 16 de junio de 1937, en plena Guerra Civil española.

Desde entonces, comenzó la trágica odisea de Nin (1892-1937), de checa en checa. Como líder del POUM, él se oponía a la política represiva de Stalin en la URSS, donde pasó nueve años de su vida siendo delegado de la Profintern o Internacional Sindical Roja, y miembro del Partido Comunista Soviético.

- Misteriosa volatilización

No fue hasta el 4 de agosto, casi cincuenta días después de la desaparición de Nin, cuando el Gobierno de Negrín consideró llegado el momento de facilitar una nota informativa a los medios de comunicación, que clamaban por una explicación sobre su misteriosa volatilización. El comunicado suscrito por el Ministerio de Justicia era todo lo ambiguo que podía esperarse. El día 4, poco antes de que se enviara la nota a los diarios para que la reprodujeran a la mañana siguiente, el ministro de Gobernación, Julián Zugazagoitia, mandó al de Justicia Manuel Irujo el borrador definitivo con las enmiendas hechas por el presidente Negrín, las cuales he anotado ahora entre corchetes.

El texto decía así: «Practicadas las necesarias informaciones, resulta que el Sr. Nin, en unión de otros directivos del POUM, fue detenido por la Policía de la Dirección General de Seguridad, trasladado a Madrid y recluido en un preventorio habilitado al efecto por el comisario de policía de Madrid [Negrín tachó «en Alcalá de Henares»], del cual desapareció [Negrín eliminó «en unión de los guardianes que le habían sido puestos por la Comisaría»], habiendo resultado hasta la fecha infructuosas cuantas gestiones se han llevado a cabo por la misma para rescatar al detenido y a su guardia.

El hecho ha sido puesto en conocimiento del Sr. Fiscal General de la República, con orden de instar con la máxima urgencia del Tribunal de Espionaje que entiende en el asunto, cuantas medidas se reputen adecuadas para averiguar el paradero del Sr. Nin [llama la atención cómo Negrín suprimió la palabra «secuestrado» y la sustituyó a mano por «Nin»] y la conducta de todos los elementos que han intervenido en los hechos, a partir del documento en el que aparece insinuada la figura del Sr. Nin, sobre el cual, su contenido y autenticidad, el Tribunal está conociendo ya, todo ello sin perjuicio de la acción de la Policía que continúa realizando pesquisas conducentes al rescate de aquel detenido para ser puesto a disposición de los Tribunales de Justicia de la República en las cárceles del Estado». Pese a estar redactada de forma equívoca, la nota original del Ministerio de Justicia, sin las rectificaciones de Negrín, revelaba un hecho de extraordinaria importancia: el Gobierno reconocía que Nin había sido secuestrado y que era imposible que se hubiera evadido de la prisión de Alcalá de Henares gracias a la intervención de las fuerzas de la Gestapo, según la disparatada versión que se intentó hacer creer a la opinión pública.

El propio Negrín, en su fuero interno, sabía perfectamente que Nin no era ningún espía de Franco liberado de la cárcel por sus aliados alemanes. Pero necesitaba aferrarse a esa falsa coartada para no enemistarse con sus aliados soviéticos, que en ese momento surtían de armamento al Gobierno de la República y a quienes había enviado las cuartas reservas de oro más importantes del mundo: las del Banco de España. El subterfugio de Negrín se hacía extensivo al presidente de la República, Manuel Azaña, y a sus ministros Irujo y Zugazagoitia, ante quienes Negrín mantenía como verosímil la liberación de Nin por la Gestapo, aun a sabiendas de que era una burda patraña.

Conforme según avanzaron los acontecimientos, a Negrín lo que, en el fondo, realmente le importaba eran las reacciones ante la noticia en el extranjero y, por supuesto, no poner en riesgo de ningún modo sus relaciones con la URSS deteniendo al general Alexander Orlov, jefe de la policía secreta soviética, la NKVD precursora del KGB. Y ello, aun a costa de que a Nin lo desollasen vivo, arrancándole la piel a tiras para poder seccionar mejor sus miembros en carne viva.

El Gobierno nombró fiscal del «caso Nin» a Gregorio Peces Barba del Brío, padre del antiguo comisionado para las víctimas del terrorismo, quien tras la guerra confesó las coacciones sufridas para taparse la verdad, consignando entre otras estas conclusiones: «1ª. El procedimiento se instruyó por el deseo del ministro de Justicia, Irujo, de salir al paso de la campaña de Prensa, que tenía unos caracteres alarmantes; pero con el propósito no confesado de los elementos comunistas del Consejo de Ministros y otros del mismo afines a ellos, de suspender la tramitación del mismo, cuando el Juzgado, por haber tenido éxito en sus diligencias, pudiera esclarecer la verdad de los hechos. «2ª. El momento de suspender la tramitación del sumario llegó cuando estos elementos comprendieron que detenidos David Vázquez Baldominos, Fernando Valentí, Rosell, Uceda y otros, que habían servido de instrumentos para la ejecución del hecho, pudieran hablar con toda claridad».

@JMZavalaOficial