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¿Qué tuvieron en común Goya, Beethoven y Van Gogh?
Las intoxicaciones por plomo, por unas causas u otras, fueron un clásico en el pasado.
Las intoxicaciones por plomo, por unas causas u otras, fueron un clásico en el pasado. Por suerte, el pintor español logró esquivar su enfermedad
El propio Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) nos legó, en su «Autorretrato con el doctor Arrieta», este nuevo enigma histórico estampado de su puño y letra en la parte inferior del mencionado óleo: «Goya agradecido a su amigo Arrieta por el acierto y esmero con que le salvó la vida en su aguda y peligrosa enfermedad, padecida a fines de 1819 a los setenta y tres años de su edad. Lo pintó en 1820», remató con su pincel. ¿Qué misteriosa enfermedad estuvo a punto de segar la vida del genial artista inmerso ya en su ancianidad y llegó a cobrarse, por el contrario, las de otros grandes maestros como el compositor alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827) y el también pintor holandés Vincent Van Gogh (1853-1890)?
Observamos a Goya en el cuadro, en efecto, moribundo, pálido como un cirio, con la boca entreabierta de a quien le cuesta ya Dios y ayuda respirar, y con la mirada extraviada en otro mundo. Debió de verse él así, por dentro, como en un espejo esmerilado a la hora de inmortalizar su propio Gólgota a los ojos ajenos, aferrado a la vida como a la sábana que le cubre hasta la cintura. Detrás, como testigos del horror, tres semblantes irreconocibles: ¿acaso de familiares o personal a su servicio? ¿O más bien de las mismísimas «Parcas» de sus pinturas negras, como Átropos, que en la mitología griega secciona el hilo del que pende la vida? Mi amigo el doctor Roberto Pelta, uno de los mayores expertos en venenos que conozco, ha investigado en su excelente estudio «El arte de envenenar» (2013) la extraña enfermedad que hubiese doblegado a Goya para siempre si el también doctor Eugenio García Arrieta, comisionado al año siguiente por el Gobierno para combatir la peste en Levante, no lo hubiese evitado con sus sabios remedios.
Aludimos al plomo, un metal pesado, como el lector ya sabe, de un color gris azulado causante de numerosas intoxicaciones con resultado de muerte, a las que se ha dado el nombre científico de saturnismo. Una enfermedad letal en muchos casos, también conocida como plumbosis o lengua negra, derivada del color de Saturno, dado que a veces la acumulación excesiva de plomo en la sangre produce un tinte plomizo en la piel.
Para nadie es un secreto que célebres pintores como Goya y Van Gogh utilizaban cerusa en sus talleres, es decir, albayalde o blanco de plomo. Jugaban así, sin saberlo, con fuego.
Respaldado por el testimonio de otra gran investigadora, María Teresa Rodríguez Torres, que en su trabajo «Goya, Saturno y el saturnismo» (1993) atribuye la enfermedad del artista a una encefalopatía saturnina, el doctor Pelta concluye de este modo en el suyo: «Quizás los frecuentes dolores cólicos abdominales que padecía [Goya] podrían haber sido causados por el hábito de sujetar el pincel entre los dientes o comer sin lavarse las manos sucias de pintura, que preparaba a base de polvos metálicos que contenían albayalde». Sin ir más lejos, el doctor Ignacio María Ruiz de Luzuriaga describía ya en 1797 la aparición en los madrileños de una coloración plomiza del rostro, un sabor metálico en la boca, un aspecto saburral de la lengua, pesadez y retortijones de estómago, flatulencia, náuseas y vómitos biliosos, que ennegrecían las palanganas de plata de la época. Los insufribles síntomas del cólico.
Malos hábitos
¿Qué provocó todos esos males? Los médicos repararon finalmente en que los afectados solían emplear utensilios de alfarería y barro vidriado con un alto contenido en plomo, así como recipientes de cobre mal estañado, caso de aceiteras o almireces. Treinta años después, un genio musical como Beethoven murió probablemente también víctima del saturnismo. El análisis de ADN de un cabello del compositor bastó para despejar las incertidumbres: envenenamiento por plomo, como consecuencia de su pasión por el pescado contaminado del Danubio.
Tampoco pareció librarse de la maldita enfermedad el pintor Van Gogh, pues, además de las manifestaciones de la supuesta esquizofrenia que debió de padecer y de la contribución de posibles enfermedades venéreas, el tabaquismo y la intoxicación por absenta (bebida alcohólica de hierbas muy popular a finales del siglo XIX, en París), habría que tenerse en cuenta, según el doctor Pelta, «la ingestión repetida de pigmentos ricos en plomo, utilizados en sus célebres amarillos».
Hoy, como señala Pelta, la pintura no contiene plomo y la medicina moderna puede prevenir o tratar el envenenamiento con este material pesado. Sólo un milagro salvó así a Goya de morir emponzoñado, a diferencia de Beethoven y Van Gogh, que no vivieron para contarlo.
@JMZavalaOficial
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