Papel

Mensaje en una botella

La amenaza de la subida del mar ha dejado de ser un problema, de momento, para miles de islas gracias a los foraminíferos, un pequeño organismo que se convierte en concha calcárea

Las botellas en el mar pueden tardar cientos de años en degradarse
Las botellas en el mar pueden tardar cientos de años en degradarselarazon

La amenaza de la subida del mar ha dejado de ser un problema, de momento, para miles de islas gracias a los foraminíferos, un pequeño organismo que se convierte en concha calcárea

Es cierto, las botellas en el mar contaminan. Si están hechas de plástico tardan cientos de años en degradarse y polucionan las aguas y el alimento de la flora y fauna marinas. Contagian virus, bacterias, infectan. No son sólo basura, también son agentes transmisores, casi siempre de lo malo, pero, en contadas ocasiones, una botella puede convertirse en un mensaje y contagiar a muchos para cambiar lo que parece inevitable. En 1995 Rafu tenía diez años. Vivía en Maldivas, una nación formada por más de mil islas y con una altura promedio de unos dos metros. Maldivas era, en aquellos tiempos, una de las 37 naciones formadas por miles de islas, amenazadas por el aumento de los niveles de los océanos en el planeta. Aquel año Rafu lanzó una botella con un mensaje. En él contaba que le gusta «el ballet, jugar en la playa. Tengo un pez que se llama Speckle. Y vivo en Maldivas. Mi abuelo me contaba que antes la playa llegaba casi hasta el arrecife, a unos 30 metros de donde me encuentro ahora. Yo no sé si los glaciares se están derritiendo, si las corrientes cambian de dirección o hace más calor. No entiendo de eso. Sí sé que ayer mi abuelo murió. Y ahora, en esta isla, ni siquiera él está a salvo».

La botella fue encontrada por un pesquero, en aguas del Pacífico, en 2017. Y su mensaje se hizo viral.

El primero en interesarse fue Japón, que comenzó a cultivar foraminíferos, un pequeño organismo que, cuando muere, se convierte en una concha calcárea. Las playas de la isla de Tuvalu, en el océano Pacífico, están formadas por estos organismos. Japón cultivó foraminíferos en grandes cantidades para proveer de arena similar a las islas en peligro de zozobra.

Más tarde, el propio Gobierno de Maldivas firmó un contrato con la compañía holandesa Dutch Docklands International para que construyeran islas artificiales flotantes, enormes «barcas naturales» que pudieran enfrentarse a la subida de los niveles del mar sin afectar la vida marina. Se podrían anclar al fondo marino con una espuma que resiste las corrientes y a la que no le afecta ser colonizada por organismos marinos. El aeropuerto de Maldivas, que ocupa una isla, fue la primera construcción artificial. Pero luego se decidió que era más viable simplemente aislar cualquier isla del fondo marino y luego volver a anclarla con la espuma. De este modo nadie tendría que mudarse y el archipiélago seguiría siendo resistente al cambio climático.

Conseguir esto requería de mucho dinero y el turismo no era suficiente. Así fue como muchas islas, del Pacífico y del Índico principalmente, comenzaron a vender energía eléctrica a otras naciones. El responsable fue un proyecto desarrollado por el MIT que, por ósmosis, generaba electricidad a partir de la diferencia de salinidad en el agua de mar y la de los ríos que fluye en él.

Hoy Rafu tiene 35 años. Sigue viviendo en la misma isla que, aunque no ha vuelto ha ganar terreno, tampoco lo ha perdido. Y es la encargada de dar la bienvenida a cada nuevo grano de arena que llega a sus costas. Una misión que parece imposible. «Pero también lo era salvar estas islas», reconoce Rafu.

- Fuente: El texto de la botella pertenece a Zoe, una niña que lanzó la botella en Bélgica,Hajime Kayanne (Universidad de Tokyo) está investigando en el uso de foraminíferos, Maldivas ha firmado la construcción de islas artificiales y el MIT también ha desarrollado un sistema eficiente para obtener energía con el agua de los ríos y los mares.