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La condesa de Pierrefonds o la emperatriz Eugenia de los Franceses

Se casó con Napoleón III, que la llamaba «Ugenie», pero más que los motes sorprendían sus pseudónimos

La condesa de Pierrefonds o la emperatriz Eugenia de los Franceses
La condesa de Pierrefonds o la emperatriz Eugenia de los Franceseslarazon

Se casó con Napoleón III, que la llamaba «Ugenie», pero más que los motes sorprendían sus pseudónimos

Hace años visité el castillo de Pierrefonds, en el Oise, cerca de Compiègne. Restaurado por Viollet-le-Duc, da nombre al título de incógnito que usaba la emperatriz Eugenia: «Condesa de Pierrefonds», quien solía ir allí con sus invitados a las «series de Compiègne».

Esta granadina, llamada «Señorita Gachona» por Mérimée, «Euqué» por Stendhal, «petite rousette» (pelirroja) por sus compañeras de colegio en París, «Joven Falansteriana» por su amigas madrileñas, «Blanca de Castilla» por el arzobispo de París y «La Española» por sus detractores, fue mujer de Napoleón III, que la llamaba «Ugenie». Tomaba ese título de Condesa de Pierrefonds en sus viajes. El preceptor del Príncipe Imperial, Augustin Filon, dio fe de la costumbre de la emperatriz de hacer viajes de incógnito. En noviembre de 1860, tras la muerte de su hermana Paca, duquesa de Alba, viajó a Escocia. En Londres se inscribió en el hotel bajo el título de Condesa de Pierrefonds. Aunque visitó a la reina Victoria, hizo sus compras en Regent Street como cualquier burguesa. Se dirigió a York y luego a Edimburgo, donde renunció a viajar de incógnito ya que el ayuntamiento le brindó una recepción oficial.

Como tal Condesa de Pierrefonds partió el 5 de septiembre de 1864 para tratarse en el balneario de Schwalbach, ducado de Nassau, airada por la relación que Napoleón III mantenía con Marguerite Bellanger. Allí pasó casi cuatro meses con las señoras de la Bédoyère y de la Poèze y la señorita Bouvet. Pese a su incógnito, en esa ciudad termal recibió la visita de la reina de Holanda, con justificada fama de ocuparse demasiado de los demás, y del rey de Prusia.

Como tal Condesa de Pierrefonds estuvo en el castillo de Arenenberg en 1865, por última vez como emperatriz. Y así viajó con su hijo a Escocia en 1872. De ese modo, ya anciana, era como se inscribía en el Grand Hôtel de París, donde la visitaba Eduardo VII. Esa costumbre le evitaba la fatiga de las presentaciones. Y también utilizaba el nombre de Condesa de Pierrefonds en su correspondencia con la reina Victoria como el siguiente telegrama enviado después de una visita a Osborne en julio de 1886 : «To the Queen, Windsor. Just arrived, splendid pasage. Osborne looks quite beautiful. Comtesse de Pierrefonds». Al igual que su madre, el Príncipe Imperial utilizaba el título de incógnito de Conde de Pierrefonds y como tal viajó a Italia en 1876-1877.

Al caer el Segundo Imperio la emperatriz hubo de huir a Inglaterra. La acompañaron su dentista Thomas Evans y la mujer de éste. El 8 de septiembre de 1870 se inscribieron en el York Hotel, de la isla de Wight, como: «Mr. Thomas y su hermana, con una lady amiga». Eugenia ya había utilizado identidad supuesta cuando visitaba pobres, hospicios y hospitales –vestida sencillamente, con gafas negras y desplazándose en coches de alquiler– o para rezar en las iglesias. En septiembre de 1871 viajó a España donde reinaba Amadeo I. Éste respetó su incógnito y pudo pasar en Madrid dos meses. El 20 de enero de 1877 escribió a Madame Lebreton, que estaba en Roma, que dijera al embajador Cárdenas que avisara al Rey (de España) y al gobierno que deseaba, antes de volver a Inglaterra, ir a España para ver a su madre, que iría de riguroso incógnito y que se lo hiciera saber al Rey como cortesía. En 1903 viajó en su barco, el Thistle, desembarcando en Civitavecchia de incógnito. Su fallida intención fue visitar a León XIII, que se hallaba a las puertas de la muerte.

La fecha: 1 de junio de 1879

Dicen que perder a un hijo es el peor de los dolores. Cuando se trata del único, ese dolor es tan desgarrador que rompe por dentro. El 1 de junio de 1879 el Príncipe Imperial, unigénito de Napoleón III y Eugenia, fue muerto a lanzazos por los zulúes en África, luchando en las filas británicas. Su madre, al enterarse de la noticia, lanzó un grito y se desvaneció. Le sobrevivió más de cuarenta años, dedicando su vida a viajar, visitar a sus muchos amigos, y apoyar todo tipo de labores benéficas, además de a los monjes benedictinos de la Abadía que fundó en Farnborough Hill.

Su carácter

De una enorme dignidad, supo que nunca se convertiría en amante del Emperador sino en su mujer: como le dijo una vez, para llegar a su alcoba había que pasar antes por la capilla. Llenó los salones del Segundo Imperio de «savoir-faire» y de elegancia, puso de moda Biarritz y fue, junto con la princesa Pauline de Metternich, mecenas del gran modisto Worth. Religiosa y fiel a su marido, aguantó con estoicismo sus devaneos amorosos con las «demi-mondaines» parisinas. Soportó las impertinencias del príncipe Jerónimo Napoleón, primo de Napoléon III, y ambiciosa por y para Francia, su país de adopción, apoyó la fracasada aventura mexicana de Maximiliano de Austria. Vivió tanto que contempló muchos cambios en Europa, fue viuda casi cincuenta años, respetada casi más durante su largo exilio que en el trono.