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Fabiola Martínez: «No quiero ir siempre de la mano de Bertín»

Casada desde hace doce años con uno de los galanes españoles por excelencia, logró su sueño de ser madre de varones por partida doble y madrastra de tres niñas. Odia el victimismo y nunca pierde la sonrisa

Fabiola Martínez: «No quiero ir siempre de la mano de Bertín»
Fabiola Martínez: «No quiero ir siempre de la mano de Bertín»larazon

Casada desde hace doce años con uno de los galanes españoles por excelencia, logró su sueño de ser madre de varones por partida doble y madrastra de tres niñas. Odia el victimismo y nunca pierde la sonrisa.

En 1994 llegó a España para quedarse. Fabiola Martínez siempre había sido una madraza sin serlo y era la pesada compañera de piso que ponía las normas. Hace doce años se casó con uno de los galanes españoles, Bertín Osborne, y consiguió el sueño de ser madre de varones por partida doble y madrastra de tres niñas. La discapacidad del pequeño, Kike, le ha condicionado la vida aunque lo hace con naturalidad. De la etapa pre Bertín echa de menos los viajes, y, de la actual, no cambiaría casi nada. Es alérgica al victimismo y su sonrisa no la pierde. Quizá una de las claves para enamorar a este seductor fuera que nunca le dijo «sí, Bwana». Su planazo perfecto sería tumbarse al sol en Tortuga Bay, que queda por Punta Cana. Ahora está liada con el lanzamiento de una marca de ropa, con su trabajo en la Fundación Bertín Osborne y en cómo erradicar las barreras físicas en la casa que se están construyendo en Madrid.

–¿Tener chófer es un lujo?

–Es inteligencia. Bertín siempre me insiste en que me saque el carné de conducir. Tengo el venezolano y tendría que convalidarlo, pero no me interesa porque ya hago muchas cosas y si además debo llevar yo el coche, pues como que no.

–¿Qué echa de menos de su vida antes de casarse con Osborne?

–Lo único que echo de menos es que antes, por trabajo, viajaba muchísimo y me encantaba. Pero todo lo que tengo ahora me hace sentir a gusto con mis niños y con mi marido. Hago lo que quiero y trabajo en lo que quiero.

–¿Que anécdotas le cuenta a sus hijos?

–Por ejemplo, que Julio Iglesias tiene un lado bueno y yo me había preparado una coreografía para su videoclip y se me olvidó cuál era. Él no quería decir delante de todos, «oye por éste no», así que yo cada vez que pasaba por su lado me ponía por el incorrecto y él gritaba: «Corten» y así hasta que no pudo más y me cogió por la cintura y me dijo, «de aquí no te mueves».

–¿Bertín llego a su vida por trabajo?

–Sí, en la grabación del videoclip de un disco de rancheras en el que yo salía montando a caballo. Ahí nos conocimos, pero no empezamos a salir hasta un año más tarde, cuando sacó uno de boleros. Él me cantaba «Envidia», que me encantaba, y yo me derretía. Desde entonces estamos juntos.

–¿Cuál ha sido el secreto para conquistar al galán?

–No fue tan rápido. Ya llevamos 15 años y creo que entonces se juntaron varias cosas: él necesitaba otro tipo de relación y yo nunca le he pedido nada. No tenía la necesidad de tener una relación seria y casarme porque venía de un matrimonio. Sólo dije: me gusta, estamos a gusto, vamos a ver. Quizá la falta de presión por mi parte hizo que él se relajara y ahí ya perdió el control.

–¿Usted es sumisa?

–Absolutamente todo lo contrario. Tengo mi carácter, me gusta defender mis criterios y mi manera de entender la vida. Nunca le he dicho: «Sí, bwana», y eso también le da morbo. Él siempre comenta que lo que le ha conquistado ha sido mi inteligencia. No voy a condicionar mi vida por un hombre y Bertín siente que no lleva el control absoluto.

–¿Y una habilidad para ganarse a sus hijastras?

–Ya eran mayores y yo sabía cuál era mi sitio. Siempre tuve presente a Sandra, su madre, no quise ser nada que no formara parte de la normalidad. Les dije que estaba ahí sin intención de sustituir a nadie y siempre le dije a Bertín que jamás le pondría contra la pared por su familia y lo he respetado. Jamás he intervenido en nada si no me han pedido opinión.

–¿Se reunía toda la familia a ver «En tu casa o en la mía»?

–Era el momento de acostar a los niños y meternos en la cama a ver el programa. Disfrutábamos como unos espectadores más. No olvide que grabábamos cinco horas de falso directo. Para nosotros también era nuevo porque no lo habíamos visto editado.

–¿Cómo vive los momentos «trending topic», como el incidente con Mariló Montero?

–Eso se nos fue de las manos. Es verdad que yo lo dije con un doble juego, pero no pensé que se iba a llevar al extremo. Parecía que estábamos peleadas. Cuando salió la noticia lo primero que hice fue llamarla para aclararlo.

–¿Trabaja mucho la ironía?

–Por supuesto, esa es mi manera de ser.

–¿La nube rosa en la que vivía cambió con la llegada de Kike?

–Nunca fue una nube rosa, pero ahí es cuando el mundo se pone del revés. Más que al matrimonio, nos ponemos a prueba a nosotros mismos como personas. Nunca podría haberme imaginado hasta dónde podría llegar y mi capacidad de reacción. Con todos sus momentos de tensión, tristeza, frustración, esto fortaleció nuestra relación.

–¿Su otro hijo lo entiende?

–Cuando llega un niño especial a una casa y se lleva con normalidad, sin intentar hacer que no pasa nada, la naturalidad es aceptar una situación que es diferente y a partir de ahí adaptar tu vida a esa diferencia. Carlos nació y ya tenía a un hermano, nunca lo ha visto distinto hasta que empezó a ver que no hacía lo que hacen sus compañeros de colegio. Pero en Kike no le sorprende porque lo ha conocido así, le llaman la atención los otros niños que ve en la fundación cuando viene de voluntario.

–¿Les condiciona la vida?

–En mi familia la discapacidad no es un tema de conversación, lo vivimos con normalidad, pero en la casa es donde noto más diferencia de la Fabiola de antes a la de ahora. Antes no veía la discapacidad y ahora soy más consciente de las barreras físicas que existen. Por ejemplo, hasta los marcos de las puertas tienen que ser más anchos, los suelos antideslizantes, poner rampas y ascensor, eso es lo que estamos haciendo en nuestra futura casa.

–¿Los productos Bertín Osborne mantienen su Fundación?

–En un principio, sí. Ahora han entrado unos socios capitalistas que tienen la mayoría y hemos separado la Fundación de la alimentación porque ya no estoy vinculada a los productos Bertín Osborne. La fundación tiene solidez por sí misma y no necesitamos a Bertín Osborne Alimentación para mantenernos.

–¿Usted siempre ha sido muy madre?

–Sí, era la pesada del piso que compartía con mis amigas. He sido muy madraza con ellas, les ponía las tareas, ordenaba, y para la edad que tenía reconozco que fui un tostón.

–¿Y ese nuevo negocio que tiene en marcha cómo va?

–Muy bien, es una línea de ropa de hombre que rondan los 50 años, ellos no tienen mucha elección en moda. Mis socios son publicistas y sabrán hacerlo muy bien. La primera colección ya la tenemos diseñada y ahora estamos con los talleres y proveedores de tejidos. Es algo que no tiene que ver con Bertín, no quiero ir de su mano siempre. Soy su mujer y me facilita la vida, pero ahí no más. Tengo derecho a tener un poco de independencia.

–¿La necesita?

–Digamos que tengo derecho a tener un poco de independencia. No soporto estar en mi casa sin ser productiva.

–¿Pega gritos?

–Sí, los pego porque además tengo una voz muy chillona. Yo soy de coger al toro por los cuernos, siempre de frente. En Venezuela tenemos un refrán que dice «a la culebra por la cabeza». Bertín siempre me repite que podría ser una gran jugadora de mus. Hay que saber usar los órdagos

–¿Qué echa de menos de Venezuela?

–La familia que me queda allí porque siempre hemos sido muy piña. Las playas, coger cosas de los huertos... Mi vida era muy salvaje y mi familia ha sido humilde, normal, así que aprovechábamos mucho los recursos que teníamos a nuestro alcance. Los planes de mi padre eran visitar las aldeas de los indígenas para comprar artesanía o ir al río a comer pescado en las palapas. Igual ya ni existen.

–¿Cómo recibió la noticia de la liberación de Leopoldo López por arresto domiciliario?

–Creo que es parte de la estrategia de negociación del gobierno. Existe mucha presión internacional y Nicolás Maduro sabe que esto ya no tiene vuelta atrás. El pueblo ya no va a volver a sus casas como si no pasara nada. Ver de nuevo a Leopoldo fue una pequeña bocanada de oxígeno, pero todavía faltan muchísimos más. Después de más de 100 dias de tensión social y enfrentamientos, sin nada que perder por parte de los venezolanos, acercar a la calle a uno de los buenos les ha dado la esperanza de sentir que el fin está cada vez más cerca pero, sobre todo, que es posible el cambio.

–¿Desde cuándo no pisa su país?

–Desde que me casé con Bertín, hace doce años. Mi familia viene y mis padres viven aquí con nosotros. Hace dos años a mi padre le diagnosticaron cáncer de próstata y le dije que ya no se iba más a Venezuela y no hizo falta ni operarle.

–¿Un sitio ideal para veranear?

–En Sevilla, en el campo. Bertín necesita el campo y yo también. Me gusta, pero vivir allí es complicado porque no tenemos ni internet. Los primeros años de Kike nos vino muy bien porque estaba centrada en él, sin vida social. Ahora la logística que necesitamos nos impide estar allí, ese fue el primer órdago que tuvimos y Bertín lo entendió. Nuestro futuro es vivir en Sevilla, pero si estoy en edad laboral y los niños escolarizados, no puedo echarme más cosas en la espalda.

–¿Un planazo?

–Irme a Tortuga Bay en Punta Cana, es el planazo perfecto.

–¿El plato que la vuelve loca?

–Las lentejas, aunque haga dieta, como lentejas con arroz y hago una tarta de queso maravillosa.

–¿En el campo tienen cocina de inducción?

–No, porque si no no comeríamos. Tenemos fuego del de toda la vida. Creo que Bertín no piensa aprender como no volvamos a la leña.

–¿Nunca pierde la sonrisa?

–Y por qué voy a perderla. Si hay una cosa que no soporto es el victimismo. Dar pena no es mi fuerte, la vida hay que manejarla y sacar lo bueno que tenga.

–¿Empuja el carrito del súper?

–Hombre, claro, yo me encargo de la intendencia. Cuando la gente me ve entrar en el súper me miran como diciendo, «mira, hace la compra». Tengo la suerte de que no me piden selfies mientras elijo los tomates y los plátanos.