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Luigi y Ávila o los reyes Balduino y Famibiola de los Belgas

Verónica O´brien concedió un pseudónimo italianizado al monarca. Éste, a su vez, le atribuyó uno a Fabiola.

A Fabiola la llamaban «Queenie» en su familia desde la infancia, pues siempre fue una reina, decía Jaime, su hermano
A Fabiola la llamaban «Queenie» en su familia desde la infancia, pues siempre fue una reina, decía Jaime, su hermanolarazon

Verónica O´brien concedió un pseudónimo italianizado al monarca. Éste, a su vez, le atribuyó uno a Fabiola.

La búsqueda de novia para el joven rey Balduino de los Belgas era una cuestión de Estado, pero también un proyecto religioso y sentimental. En él influyeron decisivamente el entonces obispo auxiliar de Malinas Leo Jozef Suenens, luego cardenal arzobispo de Malinas-Bruselas, y una amiga suya que vivía en la capital belga, la piadosa irlandesa Veronica O’Brien, perteneciente a la Legión de María, a quien Suenens puso en contacto con Balduino. Éste le confió su preocupación por encontrar la esposa adecuada.

Ella se ocupó del tema y en sus cartas daba al soberano el pseudónimo de «Luigi». Un fragmento de una de ellas dice: «... Después de nuestro último encuentro, creo que debo cambiar todos mis proyectos –y son muchos– y seguir un nuevo camino. Y todo esto por Luigi. Creo que lo mejor sería que me dedicara de lleno a este asunto tan especial, pues si lo dejo para ocuparme de él después de mi estancia en Estados Unidos no podría hacerlo hasta finales de julio. El tipo de trabajo que se me ha confiado será especialmente difícil en agosto, por diversas razones, y esto traería graves inconvenientes para el propio Luigi». El mismo rey firmaba «L», inicial de Luigi, cuando escribía a Verónica O’Brien, adoptando así una identidad especial y «ad hoc» para

este cometido.

Igual que Verónica O’Brien había otorgado a Balduino el pseudónimo de Luigi para escribirse sobre la búsqueda de consorte, el soberano atribuyó a Fabiola de Mora y Aragón el de «Ávila». Ella supo luego que Balduino le había puesto este pseudónimo por ser Ávila la ciudad natal de Santa Teresa de Jesús, a quien admiraba. Verónica contó así al rey su descubrimiento de Fabiola: «Después de haber orado mucho y haber rezado el rosario, nos marchamos (la Directora y yo) a ver a Ávila. Piso muy moderno, muy bonito, arreglado recientemente y cuadros magníficos y de gran valor. Una encantadora muchacha de servicio nos dice que Ávila llegará con un poco de retraso, pero que llegará. La puerta se abre. Ávila entra y con ella «una bocanada de aire fresco». Fabiola le gustó enseguida a la religiosa y Balduino se enamoró profundamente de la española, hija de los Marqueses de Casa Riera. El cardenal Suenens y el propio soberano daban asimismo a Fabiola ese pseudónimo, en sus cartas de aquella época.

No era la primera vez que Fabiola usaba un sobrenombre. Cuando contaba solo veinticuatro años, el 16 de junio de 1952, Fabiola se inscribió en la Sociedad General de Autores de España con el pseudónimo de «Cleopatra». Depositó en ella un vals triste, «El puente de los suspiros»: «Gondolero solitario/¿dónde llegarás tan solo?/Bajo la luna blanca/solo con tu tristeza/te sientes olvidado/pues para ti nunca existió el amor». La razón de la elección de ese pseudónimo tuvo que ver con que acababa de hacerse la cirugía estética de la nariz, que ella asimilaba a la de la famosa faraona.

Su hermano Jaime recordaba que en un baile de disfraces ella apareció como emperatriz Sissi. «Hay que reconocer que tenía algo de real» –decía–. «Nosotros la llamábamos “Queenie”, pequeña reina. Fabiola no se ha convertido en reina, lo ha sido siempre». Sus hermanos la llamaban en su adolescencia «la Bola». Con enorme tesón no cejó hasta estilizar su figura.

Su carácter

He juntado a Balduino y Fabiola en este artículo quizá porque su falta de hijos les unió de un modo tal, y ambos estuvieron tan unidos al unísono con Dios, que no se entiende uno sin la otra y viceversa. Basta leer la biografía que el citado cardenal Suenens escribió sobre Balduino para darnos cuenta de la rica vida interior y la inmarcesible alegría, basada en la enorme fe, esperanza y caridad que inundaba las vidas del monarca y de su esposa. Ésta vistió de blanco en el funeral de su marido por expreso deseo de éste. El blanco de la luz que ambos esperaron siempre gozar en el más allá. El proceso de beatificación de Balduino está abierto. Dios dirá...