Ciencia

Generación probeta

Sin que sus padres supieran que aquella niña que acababa de nacer con 2,61 kilos marcaba un hito, Louise Brown se convirtió en el primer bebé nacido mediante inseminación artificial

El nacimiento de Louise Brown ocupó las portadas de medio mundo
El nacimiento de Louise Brown ocupó las portadas de medio mundolarazon

Sin que sus padres supieran que aquella niña que acababa de nacer con 2,61 kilos marcaba un hito, Louise Brown se convirtió en el primer bebé nacido mediante inseminación artificial

Las técnicas de reproducción asistida han supuesto una de las mayores revoluciones científicas y sociales de la Historia. Convertir el acto de la concepción en un objetivo deseable para un número cada vez mayor de hombres y mujeres antaño excluidos de él a causa de un déficit natural no sólo se antoja un avance, sino que parece corresponder al deseo de cualquier amante de las ciencias: que éstas sirvan en bandeja herramientas universales capaces de facilitar un acto tan enriquecedor y libérrimo como el de tener descendencia.

A lomos del entusiasmo científico, sin embargo, no es extraño que aparezcan ciertas perversiones en el fin primero del mismo. A menudo los seres humanos tenemos la tentación de utilizar las herramientas de las que nos dotamos para fines muy distintos a los que fueron diseñadas. Pero lo cierto es que la herramienta en sí, aséptica y deshumanizada, lo permite, y somos nosotros los que debemos dotarla del espíritu del que carece.

Hoy, el concepto de reproducción asistida pensado como mera técnica de apoyo a la fertilidad en parejas infértiles parece obsoleto. La manipulación y congelación de gametos, la conservación de células sexuales masculinas y femeninas, la capacidad de indagar en el material genético embrionario... facilitan nuevas aplicaciones. Hablamos del uso de embriones para la ciencia, de selección de los mismos antes de su implantación pensando en futuros transplantes entre hermanos, de donación de embriones congelados para terceras personas, de manipulación de genes en la línea germinal de un futuro bebé para que nazca sin miedo a una enfermedad y, no sólo eso, sino que proteja de ella ya a su descendencia.

Todo ello nació tal día como ayer de 1978 y tuvo un nombre mundialmente conocido: Louise Brown. Porque ese día vino al mundo la primera niña probeta de la historia, algo después de la medianoche, con 2,61 kilos de peso según las básculas del Hospital General del Distrito de Oldham, Reino Unido.

«Todas las pruebas han mostrado que la bebé es bastante normal, su madre también se encuentra en estado excelente», anunció lacónicamente el doctor Patrik Steptoe, a cargo del primer parto producido tras inseminación artificial de la madre, Lesley.

Lesley tenía 29 años y una obstrucción irreversible de las trompas de Falopio. En Cambridge se sometió al implante de un embrión nacido en una placa de Petri tras la unión de uno de sus óvulos con esperma de su marido, de 39 años de edad.

En noviembre de 1977 la pareja recibió la buena noticia del embarazo. La gestación y el parto fueron absolutamente normales y Louise fue sometida durante años a infinidad de pruebas médicas que demostraron que su salud era idéntica a la de cualquier otra criatura. De hecho, en 2006 ella misma tuvo su primer hijo mediante inseminación natural. Los padres de la «niña probeta» (en realidad debió haberse llamado «niña placa de Petri») no fueron informados en ningún momento de que la suya era una acción pionera en el mundo... pensaban que ya habían nacido más niños mediante inseminación artificial.