Ciencia y Tecnología
Máquinas con emoción
«Las máquinas podrán hacer todo lo que hagan las personas porque las personas son máquinas». Cuando conocí a Marvin Minsky, el mayor ideólogo de la inteligencia artificial (nacido tal día como ayer de 1927) no existían los drones, los coches autónomos, Twitter ni los robots cirujanos. Pero él ya creía en todo eso. No en vano, su cerebro ha sido posiblemente la musa inspiradora de buena parte de los inventos que han protagonizado la revolución digital en la que hoy estamos inmersos.
Su aportación teórica a la ciencia es más bien abstracta: contribuyó al desarrollo de la descripción gráfica simbólica, la geometría computacional y la representación del conocimiento. En otras palabras, ha dedicado su vida académica a idear el modo en el que los ordenadores pueden reproducir pensamientos, reconocer el espacio, comunicarse con el entorno... Pero su impulso personal ha sido mucho más importante que la labor meramente investigadora. Su libro «Perceptores» fue todo un puñetazo en la mesa de la ciencia computacional y, posiblemente, el motor de cambio que necesitaba esa ciencia para dotar algún día de verdadera inteligencia a las máquinas. Y lo fue porque Minsky demostró de un plumazo que tal y como se encontraba desarrollada la informática de los años 70 una red de ordenadores no sería capaz de desbancar nunca a una red de neuronas humanas.
Aunque, en realidad, él no ve ninguna diferencia entre una y otra. «Las máquinas todavía no son muy buenas en el terreno de la solución de problemas, pero creo que los seres humanos hacemos cosas increíbles simplemente por la manera en que trabaja nuestro cerebro. Y podremos simular con ordenadores todo lo que conocemos sobre su funcionamiento. Así que no habrá diferencia alguna en el futuro», me dijo en 1983. Su tesis, que aún defiende con vehemencia es que podemos hacer ordenadores muy tontos pero muy conscientes. Si tener consciencia de los actos significa recordar lo que se ha hecho, eso es fácil de lograr. Pero la inteligencia está compuesta de centenares de otros factores. Aun así, hay gente que opina equivocadamente que la consciencia es el ladrillo fundamental de la inteligencia, para él la consciencia no es más que una herramienta.
Incluso ha postulado que los robots podrían llegar a sentir emociones: «Las emociones no son más que una forma concreta de resolver problemas. Por ejemplo, cuando uno elige estar enfadado es para resolver un problema muy deprisa y dejarse llevar. No piensa en el coste, no le importa si se hiere a otras personas. Es una reacción muy primitiva. Un ratón puede tener emociones más fuertes que una persona, pero no es inteligente. Incluir emociones en una máquina no resolvería nada. Seguro que a usted le pasa como a todo el mundo, que cree que las emociones son un gran misterio. Pero no, el pensamiento es el verdadero misterio, las emociones son una tontería».
Con ideas como esta no es extraño que Kubrick le llamase para asesorarle en el guión de 2001: Una odisea en el espacio y que durante un paseo por la playa de Malibú junto a su amigo Michael Crichton a ambos se les ocurriese la trama de Parque Jurásico
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