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París: El viaje delirante de Pablo Carbonell

El artista terminó una noche bailando con Ouka Leele en una conocida discoteca de la capital francesa

Imagen de José Luis Prieto, 1988,con un Pablo Carbonell de mirada perdida
Imagen de José Luis Prieto, 1988,con un Pablo Carbonell de mirada perdidalarazon

El artista terminó una noche bailando con Ouka Leele en una conocida discoteca de la capital francesa.

«Pues voy a hablar de un viaje que hice a París. Sé que no soy nada original. Es más, no lo recomiendo». Y se ríe. Con Pablo es difícil distinguir cuándo habla en broma y cuándo en serio, así que optamos por callar y escuchar. «Fue en el año 1988. Acabé una gira agotadora con los Toreros Muertos y llamé a un amigo, Luis Pérez Mínguez, un fotógrafo de aquella época que me dijo que iba a hacer un trabajo a la Feria Internacional de Arte de París, y me apunté para echar una mano. La verdad es que prácticamente no salí de la feria. Estuve allí analizando el tema. Pero sí que me gustó mucho la costumbre de los franceses de bailar. Bailaban mucho.

En el 88 ibas a un sitio que se llamaba el Palace y salía la gente a dar pataditas. Como aquí con los grupos flamencos, pero allí con los clientes habituales y música electrónica de la época. Había mucha alegría en general. ¿Cosas que me parecieran bonitas de aquel viaje? Pues, por ejemplo, descubrir que el foie gras se come con pepinillos, que la aristocracia consiste en no tener nada en tu casa y disfrutar de los espacios vacíos, y una sobriedad a la hora de sentarse a la mesa que no había visto jamás. Aquello era un desdén. Íbamos a casa de gente con muchísimo porte ¡y nos ponían una bandeja llena de huevos al horno! Pero vamos, que cogía la señora, echaba dos docenas de huevos, los metía al horno y los cortaba con una tijera y nos ponía dos a cada uno. Yo estaba estupefacto. Traté de asociarlo a algo así como: ''La nueva aristocracia no presta atención a los bienes materiales''. Yo creo que la comida estaba en otro sitio que no descubrí». Así lo vivió él y así lo trasladamos a esta página. «Como estaba todo el día echando una mano en la feria, decidí dar una vuelta porque me iba a ir sin ver nada, así que fui a la Torre Eiffel, le di una patada y se apagó. No sé por qué.

Sé que no tiene mucho sentido, pero fue lo que pasó. ¿Y algo interesante? Pues que fuimos a los jardines de Versalles, a la Fundación Cartier, a ver una exposición de Ouka Leele, unas «polaroids» gigantescas de bolsos, zapatos y carteras, y salimos una noche con ella por ahí. Terminamos en un sitio que se llama Balayo en el que me crucé con una francesa, nos miramos durante un minuto, nos morreamos y no nos dijimos nada. Nunca más. Si lee esta entrevista, que sepa que era yo. Y luego empecé a bailar con Ouka Leele y nos hicieron un círculo para vernos. Estábamos haciendo el ganso como absolutos cretinos, pero nos sentíamos felices y la gente no nos dejaba irnos». Y sin hablar ni una palabra de francés, aunque dice que tampoco le hizo falta. «Todo me resultó carísimo y no he vuelto. París me da un poco igual. Fue un viaje que no me gustó nada». Fin.