Literatura

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Mariló Montero: «Soy tan feminista como machista»

Mariló Montero: «Soy tan feminista como machista»
Mariló Montero: «Soy tan feminista como machista»larazon

Mariló Montero es un torbellino. No hace falta ni que lo escriba. Lo sabe toda España, que la conoce al dedillo después de años en «Las mañanas» de La 1 de TVE, diciendo todo lo que se le pasa por la cabeza, para bien o para mal, e implicándose, a veces, hasta el dislate . «Es que yo no puedo pasar por la vida de puntillas –dice Mariló–, porque me han ocurrido muchas cosas. En mi casa no hemos pasado hambre, pero sí necesidad, y he visto como mis padres nos sacaban adelante; pero, además, nos hemos hecho heridas, hemos sobrevivido a accidentes, he visto a muchos familiares cercanos morir muy pronto... ¿cómo no me voy a implicar?». He quedado con Mariló para hablar de su libro «El corazón de las mujeres no tiene reglas» (Temas de Hoy), pero me doy cuenta de que podríamos estar horas charlando y que me dejaría un reguero de titulares. Y sería así porque ella arriesga siempre. Le digo que le ayuda la autoestima. «Pues la tengo equilibrada. La justa. Porque soy humilde, ¿eh? Aún tengo los pies en el matadero, que es donde empecé a vivir. Ese recuerdo es mi base. Te desaparece el padre, la madre y tú parece que te quedas arriba, pero los pies siempre están ahí, donde naciste».

El papel de la Reina

Ese «tener los pies en el suelo» es su «tierra roja de Tara», que diría la protagonista de «Lo que el viento se llevó», el concepto del que saca su fuerza. Y es fuerte. Si no, le hubiera sido difícil ponerse en el papel de las mujeres reales que retrata en sus páginas: «He tratado de meterme en sus vidas y si hablaba de una encerrada, con la cara pegada en el suelo, rodeada de cucarachas y de porquería, en una cárcel de uralita muriéndose de calor, trataba de meterme dentro de ella lo máximo que fuera posible en un texto mínimo, para poder hacer la mayor justicia». No todas las mujeres del libro de Mariló son pobres o desgraciadas; también las hay poderosas, mediáticas o de la realeza, como Angela Merkel, Oprah Winfrey o la Reina Letizia. Pero ella no empatiza igual con todas. «Evidentemente. Es que no soy feminista». Ya, ¿y eso qué tiene que ver? Le inquiero. «Pues que yo un día le pregunté a una amiga qué era ser feminista y me dijo que defender a las mujeres. ¡Y yo también defiendo a los hombres! Entonces no me gusta definirme como feminista ni como machista. Soy tan feminista como machista».

Discutimos sobre el tema, pero como lo tiene tan claro, pasamos al siguiente, que saca ella misma: la Reina Letizia. «Yo podría haber sido más crítica con ella, por ser uno de los nombres que más llaman la atención en el libro, pero es que creo que es un valor y no me ha parecido justo el linchamiento. He sido clara y equilibrada, porque tampoco hay que ser ciego y no voy a ser una cortesana. Y lo que pido es que tenga más papel, que no se quede como Kate Middleton ahora en EE UU yendo a visitar a niños enfermitos». Le apunto que los consortes tienen otros cometidos, independientemente de que sean mujeres u hombres, y le cito al marido de Isabel de Inglaterra... «Pero es que yo reivindico el valor de que Letizia pueda hacer algo más por España que solamente la literatura, el periodismo, los hospitales, los enfermos... Creo que tiene muchas más cualidades que se pueden explotar y que beneficiarían». Le propongo que dejemos las alturas y que nos volvamos a la realidad, a veces terrible, que ella retrata en su libro, a historias como la de la «pobre» Mónica, que saca el menú de la basura porque no tiene con qué pagar la comida: «¿No crees que dibuja mucho como somos realmente las mujeres? ¿Lo que hemos heredado de nuestras madres, que es mantener la dignidad de la familia? ‘‘Los problemas de casa se quedan en casa’’, ¿no te lo decía tu madre? A mí me lo decía la mía. Y, entonces, Mónica sale de su casa de noche, mientras todos duermen, para coger alimentos y que ellos crean que mantienen el estatus social que han alcanzado. Y me parece de una enorme sutileza y elegancia el que ella pueda ser mendigo sin perder la dignidad de una gran señora».

Repasamos otros relatos, como el de la madre africana que tiene que sacrificar a su bebé porque no hay comida para toda la familia, y es cuando me cuenta que ha viajado mucho sola. A Irán, por ejemplo. «Me gusta mucho viajar sin tarjeta VISA a los sitios en los que no hay un cambio de moneda internacional y existe mucha dificultad para pagar las cosas y comes cuando puedes y lo que puedes. Al principio me iba a los submundos –como a los basurales de Camboya– a arreglarlo todo. Ahora sé que no puedo cambiarlo y me voy a vivir con ellos y como ellos». ¡Cómo ha cambiado Mariló desde los días de Hermida! Como a todas las mujeres nos influye el amor, le pregunto si la sombra de Carlos Herrera era alargada. «El Herrera no tiene sombras, solamente tiene luces, Marta. No ha hecho más que iluminar mi camino durante toda mi vida. Y soy la mujer que soy también por él». Le digo que no parece hablar de una historia acabada y me responde: «Es que no se ha acabado. Seguimos siendo una familia y lo seremos hasta que Dios quiera». Cuando me dice que no sabe lo que hará «El Herrera», pero que ella no se volverá a casar, ni quiere novio nunca más, le pregunto por las necesidades físicas. «Una cosa es estar en segundo de soltería y otra en un convento», responde . Volvemos a la tele y hablamos de sus ya míticos errores, que le preocupan poco. «Hace años andaba tratando de decidir sobre un asunto y una amiga me dijo: ‘‘Tú lo que tienes que tomar no es una decisión, sino una determinación’’. Me regaló esa palabra y, desde entonces, tengo dos claves en mi vida: determinación en lo que haga, lo primero, y lo segundo, que todo es para bien». ¿Hasta lo del «negrito»?, le digo preguntándole por la última polémica. Y ella me responde hablándome de la carta viralizada de Amuda Goueli y de sus declaraciones sobre que ella vale cero. «¿Y yo me voy a torcer porque él diga que yo valgo cero? ¡Es que yo no valgo cero! No valdré mil..., pero cero no, porque entonces mi vida no tendría ningún sentido. Y yo no estoy viviendo gratuitamente ni en vacío».