Moda

Sybilla, un premio que hila fino

Diseños de Sybilla
Diseños de Sybillalarazon

Desde los años 80 es un icono de estilo, y ahora se hace con el Premio Nacional de Diseño de Moda 2015. El jurado destaca su creatividad y trascendencia internacional.

El mismo día que la Fundación Loewe hacía pública la lista de los ganadores de su XXVIII Premio Internacional de Poesía y que el presidente del Gobierno comparecía en rueda de prensa para darnos cuenta de las acciones legales puestas en marcha para intentar parar el disparate jurídico de la secesión de Cataluña que plantea su Parlamento, el Ministerio de Cultura hacía público el nombre del ganador del Premio Nacional de Moda 2015. Ese nombre a estas alturas ya es sabido por todos, pues si algo caracteriza a los grandes de toda especialidad, ella lo es de la suya, es el hecho de que su nombre interese a todo el mundo, a propios y a extraños. Hablar de Sybilla no es sólo hablar de una diseñadora de moda española, es hablar de un nombre de la cultura española, cultura a fuer de moda, diría tergiversando una famosa frase de Indalecio Prieto.

Elección acertada

El Premio Nacional de Moda, al que tuve el placer de pertenecer como miembro del jurado en su primera edición, concedió el Premio a Pertegaz y recomendó para una segunda edición a Elio Berhanyer. Tuvo el error evidente de no premiar a Jesús del Pozo el año de su fallecimiento, un desliz, dicho con todos los respetos, bastante importante, pero por lo demás siempre ha acertado, confirmando así en cada edición lo importante que es para la moda española un premio de esa categoría, entre otras cosas porque pone a todo el mundo en su sitio. En la edición de Amaya Arzuaga tuvo el valor de arriesgar dando un salto de generación, como avisando de que esto no era un escalafón, que aquí no se ascendía por orden de antigüedad. Con el premio a Sybilla hoy acierta dos veces, pues no deja de ser una «joven diseñadora» –por su inequívoco estilo siempre lo será– ni deja de reconocer lo que todo el mundo sabe, que Sybilla es uno de los nombres más importantes de la moda española desde los años ochenta. Lo demuestra no sólo su originalidad, su aceptación unánime de crítica y público, sino hasta su palmarés, empezando por el Premio Balenciaga, concedido en su primera edición al mejor diseñador joven.

Sybilla Sorondo es un mirlo blanco, un trébol de cuatro hojas, una diseñadora española que con el perfume de su Nueva York natal y el cosmopolitanismo innato de su formación, se ha revelado como el producto más original de los últimos cuarenta años de nuestra moda. Manuel Piña me confesaba asustado que no sabía qué hacer cuando veía el empuje de esos jóvenes que encabezaba Sybilla. Resulta además sumamente valiente otorgar este año ese premio a una diseñadora que no está en activo, o lo que es lo mismo, que después de muchos años desaparecida intenta volver a esa profesión que nunca debió dejar. Sybilla, que estará regresando de su «tienda efímera» de Nueva York, tuvo bastante con tener abierta una «pop-up store» una semana en Madrid para volver a recordarnos a todos quien es. Su prodigiosa capacidad para mezclar el color en los vestidos de punto y el patronaje de sus prendas de mangas, los abrigos en negro, tienen lo que hay que tener, eso que en París y en Nueva York se llama estilo. Los desfiles de Sybilla en Cibeles, desde aquel primero en el pabellón de la editorial Siruela de 1983, fueron siempre un acto de sensibilidad, de refinamiento, de cultura, que no impidieron maravillar por igual a los que no sabían nada de esto y a los que lo sabían todo. Otra frase tergiversada para explicar mi gozo, mi felicitación porque en la moda de España al menos una cosa no se discuta, que Sybilla es la mejor. Felicidades a ella, a su equipo, a su legión de fanáticos, y felicidades a la moda española, porque Sybilla es una de sus cinco nombres de todos los tiempos que, junto a Balenciaga, aparece en los libros de moda escritos fuera de nuestras fronteras. ¿Se necesita algo más para que te reconozca el talento tu país? Felicidades también al jurado por haberlo sabido ver.