Moda

Traed delfines a mi velatorio

El mundo de la cultura y la moda, su novio y los amigos del diseñador malagueño le despidieron ayer y hoy será incinerado en Marbella tras una misa por deseo de su familia

CAPILLA ARDIENTE. El salón de actos del Museo del Traje de Madrid acogió el féretro del afamado diseñador malagueño
CAPILLA ARDIENTE. El salón de actos del Museo del Traje de Madrid acogió el féretro del afamado diseñador malagueñolarazon

El mundo de la cultura y la moda, su novio y los amigos del diseñador malagueño le despidieron ayer y hoy será incinerado en Marbella tras una misa por deseo de su familia

«Cada hombre asesina lo que ama» era la frase de Oscar Wilde que David Delfín se tatuó en su antebrazo, y entre las sogas en el cuello de las modelos, durante su primer desfile en la pasarela Cibeles de Madrid, apareció, tipo tsu-nami, el diseñador malagueño en la vida de la moda española en 2002. Ayer, entre las doce y las dos y media de la tarde, parte de sus amigos, los seguidores anónimos que quisieron y el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, por la parte institucional, acudían al velatorio público a despedirle. El gran escenario de la sala magna del Museo del Traje, donde tantas veces subió a su tarima para hablar de moda, ha sido el lugar escogido para decirle públicamente adiós porque el sábado se apagó lentamente en su casa madrileña.

En marzo de este año, después de la muerte de su «alter ego» Bimba Bosé, la madre de Delfín, María González, le ponía palabras a lo inevitable: su hijo se iba. Quiso trasladarlo a Marbella, pero David eligió quedarse en Madrid junto a Pablo Sáez, el fotógrafo gallego, su pareja, porque ha sido su motor y, como el mismo Delfín expresaba en su última entrevista a LA RAZÓN, «no sé cómo hubiera vivido esto sin él». Ayer el propio Pablo reconocía que fue más duro recibir hace un año y medio la noticia de los malditos tumores que la desaparición física de David. No porque no sienta su marcha, sino por lo que estaba sufriendo. Pablo, con una sonrisa, «porque hay que recordarle alegre», recibía el pésame de sus amigos y antes de salir camino del velatorio le dejó escrito a su compañero: «Vamos a suponer que digo verano, escribo la palabra “colibrí”, la meto en un sobre y la llevo colina abajo hasta el buzón. Cuando abras la carta te acordarás de aquellos días y de lo mucho, muchísimo que te quiero».

Ante el improvisado altar, en el que se convirtía el salón de actos del Museo, tomaron asiento sus amigos que, en homenaje al diseñador, iban casi todos vestidos de negro y con diseños del propio David: Rossy de Palma, Elena Benarroch, Hiba Abouk, Topazio Fresh, Paco León, Marta Vaquerizo, Juan Duyos, María Lafuente, Nuria de Miguel, Sara Lasoc, Pepón Nieto, Gorka Postigo, Félix Sabroso, Pepino Marino, Gerard Estadella, Iván Sánchez, Macarena Blanchon, Leonor Watling, Óscar Jaenada, Belén Esteban, Marc Clotet, Eva Hache, Carmen Lomana, Elia Galera, Adriana Abenia, Ana Locking, Alberto Gonper, Modesto Lomba, Pelayo Díaz, Charlie Centa y los hermanos del diseñador, entre otros. Apenas se escuchaba un murmullo. Las palabras no fluían porque las lágrimas hablaban de dolor.

Corona de la familia Bosé

Las coronas de flores blancas de la familia Bosé y de la Diputación de Málaga flanqueaban el féretro, que estaba custodiado por enormes ramos de peonías y azucenas y por cinco delfines rosas que volaban por encima tocando el cielo y rozando la gran foto del diseñador que presidía el escenario. Al filo de las dos de la tarde, mientras que el ministro Méndez de Vigo rezaba una oración, Pablo Sáez se acercaba al ataúd a despedirse. Allí agachado le habló por una rendija y a continuación sus amigos, uno a uno, fueron besando esa morada de madera. Poco después, el cielo se ponía a llorar y el coche fúnebre salía con dirección a Marbella, donde será incinerado hoy lunes y le ofrecerán una misa a las cinco de la tarde en la Iglesia de la Encarnación. No porque Delfín fuera creyente, como él mismo nos aseguraba en una entrevista, sino por deseo de su familia: «No rezo pero sí creo en algo. Yo me encomiendo a mis amigos y a la bondad. Hay una parte que sí me atrae pero no sé hasta qué punto creo, aunque inconscientemente sí debo de creer porque la culpa y la autoflagelación son cosas que yo trabajo mucho y son sentimientos muy católicos».

Duyos: «Se bebía la vida»

El hombre que se aferraba a la vida («Mi deseo es vivir», repetía) y que se fijaba mucho «en la gente mayor porque ahora pienso que es guay llegar hasta ahí», revolucionó el estático mundo de la moda española. Como afirma el también diseñador Juan Duyos: «Me he reído con David hasta hace quince días. Se bebía la vida y con su ropa hacía lo mismo. Provocaba amor y odio. Mucha gente se levantó en su primer desfile en Cibeles, pero las cosas bien hechas y pensadas triunfan. Él hacia las historias con el estómago. David era bueno y además, estaba bueno».

Parafraseando al maestro de la costura Elio Berhanyer, «la inmortalidad se alcanza cuando tus trajes están en un museo», la directora del Traje, Helena López de Hierro, una vez que despidió a Méndez de Vigo, pronunciaba su personal dedicatoria: «David ha sido un rompedor, marcó una diferencia con la estética que se llevaba cuando él apareció en la moda. Lo que hacía tenía coherencia en todas sus colecciones y en el museo tenemos piezas de Delfín porque era un talento, e incluso, habíamos pensado hacerle una exposición antes de que le detectasen la enfermedad, seguramente ahora retomaremos esa iniciativa».