Música

Música

«Llevamos una década viviendo la Ley de Murphy»

Tokyo Sex Destruction / RAÚL JIMÉNEZ

«Llevamos una década viviendo la Ley de Murphy»
«Llevamos una década viviendo la Ley de Murphy»larazon

Después de una auténtica travesía por el desierto en los cuatro últimos años, Tokyo Sex Destruction resurge como el ave fénix. La banda, que ya ha cumplido una década desde que publicase «Le Red Soul Communité», el álbum que les dio fama cuando parecía que el público estaba preparado para su apuesta «garagera», regresa ahora con «Sagittarius» (BCore), un álbum que es casi el diario de una terapia de grupo de la banda de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Estarán en el Primavera Sound y en el Black is Back de Madrid, en junio.

–Llevaban cuatro años sin disco.

–Nos han pasado millones de cosas. Empezamos en esto jóvenes. La primera gira americana la hicimos con 21 años. Pides cuanto más, mejor. Publicas un disco al año y giras sin parar. Pero empiezan a ocurrir cosas como que la banda deja de ser la prioridad de sus miembros. Dicen que se llama madurar.

–¿Madurar es negativo para un grupo de rock?

–En realidad es que el grupo ha estado siempre instalado en la Ley de Murphy. En el nuevo disco cantamos un tema, «In the Right Place», que es dice que hay que estar en el momento y en el lugar adecuados pero que nunca se sabe si eso va a ser bueno. Antes editábamos un disco al año y nos decían que no podíamos hacerlo, que saturábamos. Y resulta que ahora hay que sacar un disco al año. Pero nada más regresar de una gira americana, en seis meses, nos dejaron dos miembros del grupo. Y llegaron problemas de salud, depresiones, enfermedades largas, accidentes de tráfico... uno detrás de otro. Nos tuvimos que plantear si merecía la pena, y, de hecho, hace dos años no existíamos como grupo. Creo que, de la oscuridad del disco, el principal culpable soy yo. Todo era muy negativo, porque desde los 16 años la banda ha sido mi vida. Los tres que quedábamos, nos juntábamos más para hablar que para tocar.

–¿Cómo lo superaron?

–Fue difícil. Nos llamaba la discográfica: «¿Qué demonios estáis haciendo, tenéis canciones?». Les decíamos: «Sí, pero son una mierda». me volví bipolar, porque en un segundo me parecían buenas canciones, y un minuto más tarde eran la basura más grande que nunca habíamos tocado. Somos grupo de directo, pero no podíamos tocar porque nos faltaban dos miembros y nos vinimos abajo. Finalmente, cedimos, y les pasamos los temas a BCore. Nos animaron. Y Piti Elvira, de Standstill, un viejo amigo, al vernos tan mal, se ofreció a ensayar los temas para que pudiéramos salir de gira. Fuimos a Suiza y el primer concierto fue horrible, parecíamos una banda de versiones de nosotros mismos, pero algo mejoraba.

–Creo que Fernando Pardo (Los Coronas, Sex Museum) tuvo algo que ver también...

–Él ha producido el disco, pero fue más importante como guía espiritual. Tuvo los mismos problemas que nosotros hace 20 años, y por eso es un gran psicólogo. En el grupo llevamos diez años de montaña rusa, volviendo de una gira larga y sintiéndote bien, y estar espeando un mes a que suene el teléfono. Te hundes. Fernando entiende el rock & roll como una cruzada: nunca le han importando las modas, siempre ha seguido su filosofía y sus influencias.

¿Entonces ya están en el lugar correcto y en el sitio oportuno?

–No lo sé. Soy muy muy negativo, por mi carácter. Cuando empezamos se hizo mucho ruido, parecíamos la respuesta de dentro al sonido que venía de fuera. El revuelo fue muy grande, pero siempre tuve los pies en el suelo. Será por ese carácter desconfiado que tenemos los de pueblo pequeño. Eso, y que no nos parecía que hiciéramos algo extraordinario. A la gente le llamaba la atención pero nosotros hacíamos canciones tirando de las influencias de nuestra vida. No creo que estemos en el lugar correcto tampoco ahora.

–¿Qué han aprendido?

–Tocamos dos o tres acordes más que antes.