Literatura

Literatura

«Ahora las novelas parecen cajas de cereales»

Intrigas novelescas e inspiración literaria donde muere el Guadalquivir

«Ahora las novelas parecen cajas de cereales»
«Ahora las novelas parecen cajas de cereales»larazon

Frente a la Argónida, en Sanlúcar de Barrameda, hay muchas posibilidades de escribir una buena novela si se cuenta con la sensibilidad suficiente, pero también se necesita la técnica necesaria para sacar de la muñeca un buen libro. La genialidad no cae del cielo, pero Luis Miguel Fuentes (Sanlúcar de Barrameda, 1970) lo ha hecho con «Como llueve en las despedidas» (Seleer), en la que rescata la historia de un capitán francés preso en la Guerra de la Independencia que se mete en la vida de un profesor universitario de nuestro tiempo.

–¿Una carta da para una novela?

–En realidad da para muchas novelas. Se trata de una carta que está en el Archivo Municipal de Sanlúcar de Barrameda de la que me pasaron una traducción hecha por un profesor de francés. Ya era algo, aunque no contaba en sí la historia ya dejaba un poso muy interesante para hacer una novela. Lo que pasa es que se puede contar de muchas maneras.

–Pero usted no sólo se quedó en la carta.

–Eduardo Mendicutti la definió como una historia de intimidades paralelas. Por un lado, la de un capitán francés hecho prisionero después de la Batalla de Bailén y que luego es conducido a Cabrera, que se une a la de un profesor universitario que se encuentra una carta de éste. Además, este profesor está entre dos amores que lo tienen muy obsesionado. La novela intenta desvelar qué pasa con las dos tramas, pero ya no es tanto cómo acaba cada una de ellas sino desentrañar lo que las une. Al final es una reflexión sobre el amor, la vida, el miedo a la pérdida y la esperanza. Casi enseguida quise hacer una novela histórica al uso, lo que pasa es que siempre he tenido un poco de manía a la novela galdosiana, quería hacer algo universal, que es lo que me transmitía la carta del capitán.

–Pues ahora se publican muchas novelas de éstas que critica.

–(Risas) Bueno, es la moda. Parece que uno no tiene que aprender Historia, sino que es mejor que te den un culebrón histórico para que quede bien. Hay que meter a un templario misterioso y a una monja que en realidad es una reina con un espadachín detectivesco. Los libros de Historia están ahí, pero creo que la literatura debería ser otra cosa. No me gusta la literatura de historieta, la que te cuenta un cuentecito más o menos simpático, sino la que habla de lo profundo del ser humano y de manera intensa.

–Lo que pasa es que se prefiere la historieta a la verdadera Historia.

–Sí, claro porque siguen siendo novelas burguesas para entretener. La gente lo mismo se engancha a una novela de las de después de comer que te lleva a los años cuarenta que con..., estamos en una crisis cultural que afecta a la literatura, al periodismo, a todo. La gente consume lo que quiere el mercado y los productos están determinados por el gusto de los consumidores. Ahora las novelas parecen cajas de cereales y dentro tienen siempre las mismas historias decimonónicas, un personaje interesante, una sorpresa y algo que te haga sentir que eres un intelectual por leerte «El Código Da Vinci». La misma industria desprecia la literatura. De esta novela, que quedó finalista del Premio Azorín en el año 2009, pensé que no tendría demasiados problemas en publicarla, pero la gente me decía que era muy buena pero demasiado literaria. En el momento que una editorial te dice que tu novela es demasiado literaria te das cuenta de que se dedica a vender otras cosas.

–¿Sanlúcar es un buen sitio para escribir?

–Hace poco escribí un artículo sobre Caballero Bonald a raíz de que le dieron el Premio Umbral, en el que decía que escribir delante de la Argónida inspira. En cualquier caso, yo no soy fetichista de casi nada y menos de los sitios.

–¿Y para escribir sobre el pueblo?

–(Silencio) Bueno, estoy recordando ahora que el primer premio de periodismo que me dieron cuando ya estaba en El Mundo fue por escribir precisamente sobre Sanlúcar y sobre algo no muy agradable: aquellos informes que hacía La Caixa en los que siempre salía como el pueblo más pobre de España. Como sanluqueño y como alguien que vive la mayor parte del tiempo aquí, retirado de la corte y los cenáculos, me da la impresión de que es una especie de reserva de un purismo con eso del sol, la manzanilla, los langostinos, los burros con serones por las calles, los viejos mostos, las tabernas; una especie de reserva india de lo andaluz que en el fondo esconde una extrema pobreza, una gran paro y una gran incultura. De momento no me he ido, pero no me voy a poner a hacer una sevillana de Las Carlotas con esto, no puedo. Me gusta mucho donde vivo, pero hay mucha gente que las pasa canutas, así que no idealizaría mi lugar nacimiento más allá de saber que tengo la Argónida inspirándome.

–Vamos, que el Nobel no se lo daría a Las Carlotas.

–(Risas) No, el Nobel a Bob Dylan me lo pensaría pero a Las Carlotas no.