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«Al final, en la vida, me han salido las cuentas»

Volcado en su faceta de pintor, el creador de Doña Paca repasa en un libro su trayectoria vital

«Al final, en la vida, me han salido las cuentas»
«Al final, en la vida, me han salido las cuentas»larazon

SEVILLa- Hay quien piensa que los sueños pueden hacerse realidad, por eso muchas veces se hace todo lo posible para que no se cumplan, consciente o inconscientemente. Miguel Caiceo (Sevilla, 1950) no es de ésos, pues se empeñó en ser uno de los espadachines que vio cuando era pequeño en un teatro para niños. Miguelito, de la mano de su vecina Pilar, se dio cuenta por las calles del sevillano barrio de San Lorenzo que tenía que acabar de capa y espada sobre un escenario. Lo consiguió con creces y lo cuenta ahora en «Historia de un sueño», editada por la Fundación Aisge, como adelanto de los próximos 65 años que le quedan de esperanza, trabajo y pintura.

–¿Se miente uno mucho en una autobiografía?

–He ido sin red, arriba y abajo, porque además yo pienso que engañarse uno mismo no lleva a nada.

–¿Le ha sorprendido lo que ha escrito?

–Sí, pero lo que más me ha sorprendido ha sido lo de la pintura, porque yo no pensaba que con 60 años me iba a dedicar a ello. Tuve una crisis y pensé qué tenía que hacer durante el tiempo que me quedase por delante y eran dos cosas: viajar y pintar.

–¿Se han pasado rápido estos 63 años?

–Pues a mí en un suspiro, en un rato. Todo lo bueno y lo malo, porque hasta las rosas tienen espinas. Me han sorprendido muchas cosas porque después de hacer teatro independiente, clásico, figuración, de todo, que el éxito de mi vida sea con un mandil y un pañuelo es para sorprenderse, porque luego seguí haciendo muchas otras cosas. Doña Paca ha quedado como un clásico del humor español y la casualidad de decir en directo «¡No tengo ganas de 'ná', 'ná' más que de morirme!».

–¿Cómo está Doña Paca?

–Ahora está con la crisis, las niñas ya son madres, con los nietos liada, el marido se ha separado... Gila me dijo que este personaje lo haría durante 30 años y ya llevo casi 25. Los niños de hoy me lo dicen por la calle y Doña Paca está hasta en el Whatsapp.

–¿Qué queda de aquel niño de San Lorenzo?

–Muchas cosas, porque yo sigo teniendo un espíritu infantil, nunca he querido que se vaya de mi lado. Por supuesto, en unas dosis, no me voy a meter en una guardería a estas alturas (risas).

–Un niño que soñó una vida de actores que luego no era tan fácil.

–Yo pensaba que era como en las películas de Marisol y Rocío Dúrcal, pero era muy difícil. Con el tiempo, haciendo «El lindo Don Diego», en una pelea de espadachines con Manuel de Blas, volví a ese momento infantil. Yo era ya ese espadachín que había visto de pequeño, fue un momento mágico.

–¿En Madrid añoró mucho la Sevilla que dejó con 20 años?

–A horrores, aunque era una Sevilla en sepia en la que no había ninguna opción cultural y de la que había que salir. Me pasaba mucho, sobre todo los primeros años, porque luego Madrid es una ciudad que te acoge maravillosamente. Pero la añoranza de mi Sevilla fue un precio que tuve que pagar por ser actor. Cuando escuchaba media sevillana se me caían dos lagrimones y en Semana Santa... Me puede llamar Spielberg que no me voy. Siempre que he tenido media hora me he venido aquí, pero no por eso soy el sevillano chauvinista.

–En Madrid despegó su carrera.

–Claro, pero la vida era como el pasaje de la Biblia, siete años de bonanza y otros siete de escasez. Ha habido un tiempo en el que un día me llamaban para tres cosas y momentos en los que no sonaba el teléfono. Me ha pasado de todo, desde que me sacara la Policía porque todos querían un autógrafo hasta quedarme en mi casa completamente parado. De ambas cosas he aprendido, pero un fracaso enseña mucho más que un éxito. Como que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar, porque tú coges una cebolla y lloras; ahora, lo otro es más complicado.

–No están tan valorados como los actores dramáticos los cómicos.

–Qué va, la prueba es que cuando los actores cómicos hacen esos papeles se llevan todos los premios. Mira lo que le pasó a José Luis López Vázquez con «Mi querida señorita» o a Alfredo Landa en «El Puente». Arrasaron.

–¿Se arrepiente de algo?

–No, porque yo soy un tío de impulsos y en la vida todo es bueno y malo... He hecho cosas mal, pero también inconscientemente. Ahora bien, la autobiografía sólo cuenta los 63 años primeros de mi vida, porque tengo el espíritu de los 25. Estoy satisfecho porque al final, en la vida, me han salido las cuentas.