Literatura
Bonilla: «Siento ansiedad por conseguir algunos libros»
–Presenta libro y en la solapa anuncia dos novelas nuevas. ¿Es para meterse presión o las tiene ya escritas?
–Una de ellas es nueva, saldrá el año que viene en Seix Barral. La otra es un experimento: cogí mi primera novela, «Nadie conoce a nadie», y la escribí de nuevo. No la reescribí, es decir, no la estuve mirando y aprovechando lo que estuviera bien, sino que como me sabía la historia pensé en escribirla veinte años después. En la editorial no me han dejado ponerle el mismo título.
–Ese experimento hablará de cómo ha evolucionado personalmente y en su forma de escribir.
–Supongo. Yo en ese momento, en 2016, no estaba escribiendo nada. Vivía en León y no sabía qué hacer con mis días y mis noches. Se me ocurrió al encontrar un ejemplar en una librería de viejo. La novela fue película, después en Sevilla sucedieron cosas –durante la Madrugada del año 2000– y se me ocurrió meter todo eso.
–La encontró en una librería de viejo, que son el eje de «La novela del buscador de libros», donde considera una estupidez necesitar un libro del que horas antes no sabía nada. ¿Por qué le ocurre?
–Estoy convencido de que es una tara como cualquier otra. Pero a poco que me pare a razonarlo, no me queda más remedio que reconocer el tamaño de la estupidez que es que de repente sienta ansiedad por conseguir algo que hace tres horas no conocía.
–¿La bibliomanía es una versión culta del síndrome de Diógenes?
–No, porque en el síndrome de Diógenes el afán acumulativo es por cualquier cosa y en este caso la acumulación es muy selectiva y exige cierto tipo de podas, algo que un diógenes jamás haría. A un bibliómano no le importaría deshacerse de dos mil libros para conseguir uno que le falta.
–Si le dieran a elegir entre leer una obra inédita de su autor favorito y no quedársela; o tenerla pero no poder abrirla, ¿qué elegiría?
–(Risas) Hombre, antes que bibliómano me temo que soy lector: la leería y la devolvería antes que tenerla para no leerla.
–Su libro se inspira en «La novela de un literato», de Cansinos Assens. Leerlo debe ser un martirio para alguien como usted porque es una sucesión de autores desconocidos ahora. ¿Sintió ansiedad por los libros que cita?
–No, porque todavía no había contraído la «enfermedad». Sí creo que tiene algo de natural contraer el vicio con Cansinos porque efectivamente los autores de los que hablaba solo podían encontrarse en las librerías de viejo, de Julio Camba a Rafael Lasso de la Vega, que ahora están muy reeditados pero en mi época era francamente imposible encontrarlos. El libro de Cansinos es un poco el catalizador que te lleva a esos lugares donde de repente ves que hay toda una literatura sumergida de la que no se habla. Aparte, el libro en sí es maravilloso, un gran homenaje a la locura de la vocación de escribir, que es también otra enfermedad.
–¿Hay algo peor para un bibliófilo que ver a otro abandonar un puesto de mercadillo con un puñado de libros?
–(Risas) Yo es que tengo el gravísimo defecto de ser muy poco madrugador. En mercadillos como El Rastro, El Jueves o Los Encantes tengo poco que hacer. Alguna vez que he conseguido madrugar tampoco he tenido mucha suerte... Hombre, te duele cuando algún amigo te dice que ha conseguido algo por tres euros, escuece.
–¿Cómo se gestiona una biblioteca con diez mil ejemplares?
–Lo gestiono malamente porque los libros te devoran. Es un poco como el desierto, la biblioteca va ganando poco a poco espacio, aunque soy bastante policial: vigilo y cuando toca poda, la hago.
–Con internet, las búsquedas se facilitaron pero supongo que habrá algún autor que no encuentra.
–Con internet es más fácil, pero con sus trampas: como es global, un coleccionista de Nueva Zelanda puede estar en lo mismo que tú. Y hay una serie de libros que ni internet ni nada, no aparecen. La verdad es que el deseo por algún volumen se suscita con facilidad. El otro día en la presentación de mi libro Andrés Trapiello venía de la feria y había conseguido «Últimas soledades de Antonio Machado».
–¿Y dijo cuánto le costó?
–Le había costado ochenta euros, era una especie de regalo que le había hecho el librero. Y claro, de repente te brota el deseo y sientes que tu biblioteca no está completa... todo es muy pueril. Trapiello lo había conseguido en una feria donde yo podía haber estado si no hubiera estado dando una rueda de prensa sobre mi propio libro.
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