Literatura
«Brigitte Bardot se ha convertido en una vieja fascista»
José Manuel García Gil. Escritor y poeta. Galardón a la melancolía gozosa con la que se mira el aprendizaje de la vida.
José Manuel García Gil. Escritor y poeta. Galardón a la melancolía gozosa con la que se mira el aprendizaje de la vida.
Para ganar el IV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado no basta sólo con ser un poeta de Cádiz, la cosa atlántica es insuficiente pese a que el tópico impregne de lirismo a la ciudad trimilenaria. No lo es ni es necesario en el caso de José Manuel García Gil, que acaba de recibir este reconocimiento por su libro «La belleza no está en el interior», un poemario cargado de recuerdos indoloros con trazas de relatos.
–¿Dónde habita realmente la belleza?
–Bueno, el título es intencionadamente provocativo en el sentido de que la poesía sirve, entre otras cosas, para reafirmar el gusto por la libre reflexión en un mundo de pensamiento único y verdades consagradas. La cuestión va un poco por ahí, la belleza como la profundidad son dos términos que están sobrevalorados, lo que yo hago o trato de mostrar o de cuestionar es esa belleza en el sentido de la belleza interior. Hay una novela de Juan Madrid, «Las apariencias no engañan», que trata de hacer el mismo juego, cuestionar esas verdades consagradas.
–El poemario se lee como una especie de conjunto de relatos ¿Es sólo mi interpretación o es el fruto de una intención?
–Tengo la idea de una poesía que en algún modo es narrativa, me gustan los poemas que cuentan cosas.
–Por ejemplo, «Nota personal» se lee casi como va sucediendo la propia trama.
–Porque como en otros, he ido escribiendo historias que son versiones de una realidad que en alguna medida he sentido o participado.
–Esto que dice: «tendrás treinta o cincuenta años/ y una parte de ti seguirá estando triste», es bastante doloroso.
–Melancólico y escéptico sí, pero no creo que los poemas sean al final dolorosos, sino que quiero que esa melancolía o escepticismo sea al final cálida. Lo he escrito sobre todo como una manera de luchar contra mi mala memoria. Todos llevamos un poco a las espaldas desgracias pasadas, cosas amadas que ya no volverán, imágenes más o menos felices y de alguna manera todas esas cosas amadas se las lleva el viento. Lo he escrito para de alguna manera arrebatarle a ese viento, cruel y maligno, todos esas cosas que se lleva.
–Un viento que no es otra cosa que el tiempo.
–Está claro que aquí el tiempo y la memoria tienen un papel muy importante.
–«Cena por tanatorio», un chispazo de humor negro.
–Me interesa el hecho de que haya un momento en el que el poema vaya por un sitio diferente al que el lector espera. Creo que tanto el humor como la sorpresa son muy importantes en la poesía, que el lector no se encuentre siempre con lo que espera. Tiene que haber versos y poemas en los que el verso gire y cambie el sentido del mismo.
–¿Caben Schopenhauer y Miley Cyrus en un poema?
–(Risas) Bueno, los referentes que tengo para nutrir mi poesía son muy variados. A mí como brújula no me sirven sólo los literarios, que creo que aparecen en el libro, también la pintura, la música o la televisión, como el caso que citas. Filósofos somos todos e intentamos encontrar el sentido de la vida a partir no sólo de la filosofía si no para otros muchos referentes.
–A Brigitte Bardot le lanza un buen dardo, no duda en decirle a su padre que ha resistido muy mal el paso del tiempo.
–Sí, Brigitte Bardot se ha convertido en una vieja fascista que nada tiene que ver con esa visión adolescente que uno descubrió en aquellas revistas, que mi padre medio escondía para alejarlas de las manos peligrosas de sus hijos entre los libros y que yo descubrí una tarde, como cuento en el poema, en la que quedé deslumbrado.
–¿Le ha decepcionado Brigitte?
–(Risas) Espero no encontrármela en ninguna parte. No es más que una anécdota para hablar de mi adolescencia y de ese descubrimiento siempre confuso en el que se mezclan la sexualidad, la sensualidad y el erotismo. No es una decepción de ella, sino que trato de ver el paso del tiempo desde una postura más bien melancólica para salvar la memoria con la poesía. Creo que no es más que una herramienta con la que salvas el dolor y la felicidad que depende del pasado. Ésa es la base de este libro, no me regodeo en el dolor sino más bien al contrario.
–¿Cómo se lleva el ser director de una revista literaria, «Caleta. Literatura y pensamiento», en un país en el que nadie lee?
–Bueno, (risas) creo que de la misma manera con la que se es autor de un libro de poemas.
–Con valentía, ¿no?
–Con espíritu aventurero muchas veces, porque uno nunca piensa que al final ni la revista ni los poemas vayan a ser leídos por los lectores. Siempre se espera que esto de la literatura se prolongue en los lectores, en los que se proyecta. Si no existe esa prolongación todo queda un poco truncado. Acabamos de sacar un número de la revista dedicado al Mediterráneo en el que hemos dejado muchas horas, hemos reunido a más de 40 autores de más de 30 países, no sólo de la cuenca mediterránea sino de sus países de influencia y nos gustaría que llegase a muchas personas.
–Si le sirve de consuelo, los periodistas tenemos el mismo espíritu de aventura pese a que digan que nadie lee periódicos.
–(Risas) Bueno, yo creo que la gente sí los lee, no sé si las secciones de cultura encuentran la misma acogida que el resto de secciones. Eso me lo tienes que decir tú.
–Estás entrevistas baten récords de audiencia.
–(Risas) Eso está muy bien, pero siempre dependerá de lo que contemos.
–¿Usted era el portero que estaba en el área chica del purgatorio?
–Yo era. Durante mis trece, catorce o quince años era el portero de mi equipo de fútbol del colegio.
–¿Y se fijaba más en las chicas o en los balones?
–Trataba de fijarme en las chicas y en los balones, pero a la vez tenía que tratar de que las chicas no me impidieran fijarme en los balones, porque si no los compañeros del equipo se rebelaban contra mí. A esa edad, el fútbol, las chicas, la música, las primeras lecturas son elementos fundamentales de nuestra formación y con lo que nos cargamos de futuro en esa edad mítica.
–Sus alumnos tienen más o menos la misma edad, ¿les lee sus poemas?
–No, soy muy pudoroso, ni se los leo ni recomiendo su lectura ni les indico que compren mis libros.
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