Cataluña

Convivencia lingüística, neutralidad política y calidad educativa

“Pedimos unas pruebas escolares similares para todos. Una al final de la enseñanza Primaria y otra al final de la ESO”

“Pedimos unas pruebas escolares similares para todos. Una al final de la enseñanza Primaria y otra al final de la ESO”

Tan diversos en sus formas de pensar como los que forman la cola del súper así son los más de 140 intelectuales firmantes del manifiesto “Por la convivencia lingüística, la neutralidad política y la calidad educativa”. Han estampado sus firmas junto a las de una casi veintena de asociaciones, principalmente del ámbito educativo y cultural. Lo han hecho para respaldar algo tan sencillo como pedir que a los niños se les reciba en la escuela en su lengua materna y luego se les acompañe en su educación en las lenguas cooficiales. Reivindican que pedir recibir educación en español no sea un acto de heroicidad de las familias frente al señalamiento público. Piden salir de un modelo de inmersión lingüística que vulnera el derecho de todo español a conocer el mismo idioma que comparten más de 700 millones en un Mundo cada vez más Global y cercano. Piden, por ejemplo, el derecho de los no catalanohablantes a ser examinados en castellano y con ello garantizar que puedan afrontar sus exámenes, primero, y sus profesiones, después, con las mismas posibilidades de los catalanohablantes. Piden, en definitiva, que la educación siga siendo el más eficaz ascensor en el progreso personal y social sin que los que han logrado imponer la visión totalitaria de “una Nación, una lengua”, les pongan piedras en su desarrollo futuro.

Como en la cola del supermercado, el consenso es fulminante sobre lo que resulta palmario. Usted llegó después, señor, aguarde su turno. ¿Quién es el último?, pues después de usted voy yo, señora. La sociedad quiere su propio espacio. Su propio aire. Su autonomía para organizar su cotidianeidad. Por eso el manifiesto añade como segunda reivindicación librar a la escuela del adoctrinamiento de una parte de la sociedad sobre la otra. Piden o pedimos un espacio de convivencia en la misma sociedad que ha dado pasos ejemplares en respetar a todas las minorías pero que, sorprendentemente, permite que las escuelas se entreguen como espacios para la estigmatización de quien no lleva el lazo amarillo y la de sus familias. Es una presión de “lluvia fina” cuyo diseño quedó plasmado con insolente desparpajo en el Programa 2000 de Jordi Pujol publicado en El Periódicode Cataluña el 28 de octubre de 1990. El documento –crucial para entender el golpe de Estado en Cataluña- ponía un extraordinario énfasis en la selección del profesorado y en el control de las Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos. Es fácil entender que se pida librar a las escuelas de la asfixia adoctrinadora –pagada con el dinero de todos pero al servicio de sólo una parte- para devolverla a la profesionalidad de los educadores, a la mejor enseñanza de los alumnos y a la convivencia de las familias.

Y para que todo sea transparente, como el orden en la cola del supermercado, como en el turno de la pescadería o aguardando la llegada del próximo autobús, los firmantes pedimos unas pruebas escolares similares para todos. Una al final de la enseñanza Primaria y otra al final de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), con el ánimo de “estimular la cultura del esfuerzo, verificar que se respeta la neutralidad política, que se imparten con el debido rigor los contenidos de las diferentes asignaturas, descubrir los modelos educativos más eficaces y armonizar la calidad del servicio educativo para todos los alumnos, sea cual sea su lugar de residencia. En definitiva, pedimos unas pruebas donde los buenos profesionales de la educación –los maestros que ayudaron a escapar de la pobreza y de la necesidad a centenares de miles de semejantes- vean reconocida su labor, los alumnos la suya y las familias no sientan que la única prosperidad exitosa está reservada a la chequera de quienes imponen a los demás un adoctrinamiento del que resguardan a sus hijos en colegios donde está asegurada la educación frente a todo lo demás.

Si aún pensamos que hay que dar explicaciones por exigir el cumplimiento de derechos tan elementales como el uso del español en la enseñanza, impedir el adoctrinamiento en las aulas y lograr un nivel de exigencia similar para todo el sistema educativo, entonces el problema lo tenemos nosotros por adoptar una actitud de rendición preventiva. No hay que explicar que se tiene mejor turno en la cola de la pescadería por madrugar. Hay que garantizar que se respeta tu prioridad frente a quien tomó otras decisiones. Con naturalidad, educación y respeto mutuo.

La intelectualidad española tiene en su debe el poco afecto mostrado a la propia Nación que nos hace a todos libres e iguales. Ha pesado sobre el mundo de la cultura española la falsa leyenda negra que nos colocaron. Hasta hace muy poco esta falsa leyenda ha impedido la cotidiana defensa de España como un techo de cristal blindado que nos impedía dar la mano a quien estaba al otro lado, en la misma cola del autobús. Un cristal tan grueso como el que servía de parapeto a las balas de ETA. El manifiesto es un saldo parcial, muy parcial, de esa deuda.

Ha sido un placer trabajar en esta iniciativa con personas de la talla y el arrojo de Antonio Jimeno Fernández, Alfonso Valero Aguado e Isabel Fernández Alonso. Ahora está en el debate electoral. Debería ser sencillo. Tan sencillo como tomar el mismo autobús. El transporte colectivo que tanto se recomienda para hacer de las ciudades y de los pueblos un espacio más saludable. Más inteligente. Más próspero.

Es posible leer el texto íntegro y adherirse al manifiesto es este enlace .

* Catedrático de la Universidad de Sevilla y profesor de la Universidad Autónoma de Chile.