Vacaciones
Darrell & Andy
Quien viene a Estados Unidos desde las colonias transatlánticas debe recibir un impacto parecido al visitante de Roma, en el siglo I antes de Cristo, desde una provincia ulterior. Se llega al centro del imperio con el deseo de encontrar alguna práctica autóctona que aquí no se conozca para poder sentir el legítimo orgullo del terruño, pero resulta que la cosa, sea la que sea, lleva decenios inventada. Los lectores de LA RAZÓN estarán familiarizados con los problemas legales que han sufrido algunas personas relacionadas con monumentos emblemáticos como La Alhambra granadina o el Alcázar de Sevilla debido a su venalidad por la vía espuria de la reventa de entradas. ¡La picaresca!, exclamaron algunos. ¡El eterno patio de Monipodio!, lamentaban los más leídos. Pues resulta que no. La boletería oficial, la única, que vende entradas para visitar el famoso presidio de Alcatraz, en el islote homónimo dentro de la bahía de San Francisco, tiene colgado su «no hay billetes» («sold out», dicen ellos) hasta finales de agosto... excepto que un empleado de una de las compañías de ferris, Darrell, apaña un «combo-ticket» con una empresa de autobuses turísticos: 150 dólares del ala en lugar de los 38 tarifados. Cuando cierra el trato, avisa a su socio, un chino llamado Andy, que llega a toda velocidad en un deportivo y realiza la transacción, cobro con tarjeta incluido, en menos de un minuto a través de la ventanilla del coche, antes de salir pitando más rápido de lo que ha venido. En esa cárcel, en fin, estuvo encerrado Al Capone y se conoce que ha dejado en la comarca a muchos aprendices en el noble arte de ganarse el sustento bordeando los márgenes de la ley. Es lo que los anglosajones conocen como «heritage», la impronta que se guarda de todo gran hombre mucho después de su desaparición física.
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