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«De día se puede escribir una sentencia; de noche, una novela»

MIGUEL PASQUAU. Magistrado y escritor. Estrena novela, «Casa Luna», un juego de espejos entre realidad y ficción en el que no faltan ingredientes y con la que confía en «provocar remolinos»

El magistrado Miguel Pasquau posa con su último libro
El magistrado Miguel Pasquau posa con su último librolarazon

¿Cuál es el fin de una historia? ¿Cuál el principio? A veces no es fácil afirmarlo, como tampoco si es cierto lo que se cuenta. Miguel Pasquau (Úbeda, Jaén, 1959) está acostumbrado a interpretar hechos como magistrado de la Sala Civil y Penal del TSJA en Granada, ciudad que habita y donde enseña derecho civil. En ocasiones incluso los analiza en artículos periodísticos que dejan traslucir su placenta-ideario. Pero hay otras veces en las que reinterpreta lo vivido y lo convierte en literatura, al calor seco del Sur. Su galería de personajes acaba de crecer con las páginas de Casa Luna, novela rescatable de las librerías gracias a Ediciones Miguel Sánchez.

–¿Qué lleva a un magistrado del TSJA a parir una novela cada cinco años? Es la tercera...

–Dice «parir» y es verdad porque antes hay un embarazo. Creía que era padre, pero en realidad soy madre de mis novelas. Algo que no se sabe de dónde viene se encuentra contigo, crece dentro de ti, se alimenta de ti y, si hay suerte, se desprende con la ambición de provocar remolinos.

–Pero lo de ser juez, ¿ayuda o entorpece?

–Tiene poco que ver. Uno no «es» magistrado o escritor, sino que «está» de magistrado o de escritor. Cuando escribes una sentencia procuras reducir la realidad, prescindir de sus variantes para que quepa en la norma más apropiada; en cambio, en la novela, la tarea consiste en abrir la realidad lo más posible, llenarla de puntos de fuga, intentar que se escape de lo imaginado, para así perseguirla, en vez de tirar de ella. De día se puede escribir una sentencia, de noche; una novela.

–Le presta su voz a un protagonista, Marcos Fortuño, que dice ser otros y que sólo «mueve los labios», ¿qué hay detrás de él?

–Hay muchas maneras de esconder. Hace tiempo me pasaron el vídeo de un experimento que consistía en lo siguiente: jugaban al baloncesto muñecos blancos y marrones y había que contar las veces que el balón pasaba de un jugador blanco a otro blanco. Contesté «trece» y me dijeron «correcto, trece veces, pero seguro que no has visto que mientras tus blancos se pasaban el balón, un enorme gorila atravesó lentamente la escena». Volví a ver el vídeo y fue sorprendente: en efecto, el gorila era enorme y me pareció increíble no haberlo visto. El animal no se escondió, lo escondieron las reglas del juego, que te forzaban a mirar sólo lo blanco. Puede que algo así ocurriera con Marcos Fortuño: una especie de gorila, el «otro» que nadie fue capaz de ver, estuvo ahí desde el principio. Fortuño creyó durante mucho tiempo ser una mentira, hasta que descubrió que más bien era un espejismo. Y éstos son reflejos, no mentiras.

–¿A veces hay que irse hasta el centro de la nada para gritar? ¿Qué importancia tiene en la historia el escenario, la Casa Luna que da nombre al libro?

–Casa Luna está perdida en un mar de olivos, grillos y lagartos, pero no es el centro de la nada. Según nos cuenta Fortuño, éste fue para él un polígono industrial del Sur de Madrid que una tarde fue a visitar con la intención de sentirse solo, mirarse a sí mismo y encontrar un alma vacía. Casa Luna, en cambio, es un paraíso terrenal, un escenario en el que, al tiempo que escribe su autopsia, le pasan cosas que se introducen en su narración y le ayudan a seguir. Amalia, por ejemplo, un camión grúa que prensa un coche jubilado para venderlo como chatarra, o una canción en la que una mujer se va al desierto a gritar «porque el alma prende fuego cuando deja de amar».

–¿Qué aporta Amalia?

–Fortuño empieza a echarla de menos antes de que, al terminar agosto, ella se marche, unas horas antes que él, de Casa Luna. Por eso le dice que odia el otoño. Amalia es una compañía inesperada en Casa Luna, donde Marcos creía haberse escondido para escribir con determinación. Lo extraño es que sin Amalia, Marcos no habría sido capaz de llegar al final. A fin de cuentas, todo lo que escribimos lo escribimos para Amalia.

–¿La escritura es una patria tirana?

–Es una parte de esa lectura incesante en la que «también nos escriben» y esa lectura incesante es la patria, porque nos da un sentido de pertenencia. La patria está hecha de cuentos circulares que nos vamos contando unos a otros. Pero esa patria es concéntrica y tiene fronteras difusas porque está hecha de tiempo y afectos, y no de espacio. ¿Es tirana? No, sólo lo es con los patriotas y con los apátridas y quizás con los ambiciosos que quieren poseerla, pero no con quienes no nos conformamos con una sola patria.

–En el libro hay un juego de espejos mentira-ficción-realidad en el que cabe la reflexión sobre el mundo editorial y la autoría, un personaje indirecto que es sin duda una figura literaria, e incluso la situación política actual; ¿es de los melancólicos por la España que se fue, o de los esperanzados por la que está por llegar?

–Fortuño estuvo en medio de todo sin saber exactamente por qué ni para qué. Sabe demasiado y ha encontrado una buena razón para contarlo, que no tiene que ver con el rencor ni con el orgullo. Y desvela cosas que sabe que van a sorprender. Sobre España, es decir, sobre nosotros, hago lo posible para que la melancolía y la esperanza se lleven bien. Fuimos y seremos mejores de lo que somos, necesito creerlo así. También fuimos peores, lo sé. A veces se me ocurre pensar que basta un leve impulso para que por un tiempo volvamos a empeñarnos en la mejor versión de nosotros mismos. Ese clic está a punto de volver. Bastaría con reducir el ruido y perder el miedo.

–Se cuela incluso una crítica al periodismo...

–Admiro profundamente a los buenos periodistas y por eso mismo detesto infinitamente a los tramposos. Lo grave son las trampas sistemáticas y estratégicas, pero ésas son trampas de empresa y del poder, no de periodistas. De ellas Fortuño sabe porque ha sido testigo directo y encubridor. Cuando en vez de buscar financiación para hacer periodismo se hace éste para financiarse, es decir, cuando información y opinión son moneda de cambio, es mejor desconfiar y proponerse actitudes personales de resistencia.