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Andalucía

El amor de “cien” pueblos

“Celebrar este centenario de amor por la Reina de las Marismas y de la Virgen por nosotros es tomar conciencia de que la verdadera corona de María somos nosotros, sus hijos”

Un devoto, a las plantas de la Virgen del Rocío
Un devoto, a las plantas de la Virgen del Rocíolarazon

“Celebrar este centenario de amor por la Reina de las Marismas y de la Virgen por nosotros es tomar conciencia de que la verdadera corona de María somos nosotros, sus hijos”

Como decía el canónigo hinojero Muñoz y Pabón: «Mucho vale una perla/ mucho un diamante;/ pero más, los amores/ de un pecho amante.../ Y esa corona/ es amor de cien pueblos/ a su Patrona». Con el número cien expresaba Muñoz y Pabón la universalidad de la devoción a la Patrona de Almonte, que se concretó en 1919 con la coronación de la imagen de la Virgen. La «universalidad» de entonces se ceñía, sobre todo, al Condado y al Aljarafe. ¡Qué diría hoy, cuando tantos caminos, y de tan diversas procedencias, tienen como meta El Rocío!

Como él expresó, ya se multiplica la procedencia de los devotos de la Virgen del Rocío. En el siglo que ha pasado, han cabido muchas vidas y muchos corazones, varias generaciones que han llamado Bienaventurada a María, cumpliendo la profecía del Magníficat, cien años de dolores y gozos, cien años que han visto cómo el Buen Pastor que está en los brazos de la Virgen ha salido a «rescatar» a una oveja entre cien (Cf. Mt 18, 12). María, como en Caná, sigue rogando a su Hijo para que convierta el agua de nuestros sufrimientos y males en vino de la alegría y de la gracia.

La historia de estos cien años es la de la Virgen y sus hijos. ¡Qué otra cosa puede darnos María si no es el amor de Dios! Celebrar este centenario de amor por la Reina de las Marismas y de la Virgen por nosotros es tomar conciencia de que la verdadera corona de María somos nosotros, sus hijos, los hermanos de su Hijo, los redimidos por Cristo, cuyas heridas nos han curado. Y la Virgen nos ha acercado y nos acerca al Corazón del que tanto nos ama.

Han sido cien años de alegría, de fraterna convivencia, de caminos... Como aludo en mi mensaje dirigido a los rocieros y peregrinos con motivo del Año Jubilar Mariano de Nuestra Señora del Rocío, que se ha iniciado este sábado, 8 de junio, caminar con María es caminar con la Madre de la Iglesia. Ella está siempre unida a su Hijo y a los discípulos de su Hijo, que nos la regaló como Madre. Estar con María es aprender a ser Iglesia, a ser comunidad. Ella abre nuestros oídos a lo que su Hijo nos dice: «que sean uno para que el mundo crea». Vivimos una profunda crisis de individualismo, que nos lleva a la indiferencia hacia nuestros hermanos y a olvidarnos de la dimensión comunitaria de nuestra fe. María nos enseña que la Iglesia es nuestro hogar. Si no descubrimos este hogar vivimos en la intemperie y nos perdemos. Y añado, todo buen camino conduce a una buena meta. Mientras avanzamos por el camino le rezamos a la Virgen: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre». Muéstranos a Jesús porque la meta del camino es Él: el Buen Pastor, que la Virgen nos muestra entre sus manos como un niño.

Muñoz y Pabón decía: «Las leguas del Rocío/ son escalones/ por donde van al cielo/ los corazones./ ¡Vuela al Rocío,/ sin que nada te arredre,/ corazón mío». Son los corazones de tantas personas como van a la aldea, de tantas personas que buscan y que esperan, de tantas oscuridades y de tantas luces, de tantas miserias presentadas ante el trono de la Virgen. Cien años de la verdadera corona de la Virgen. Por todo ello, y rememorando las palabras del Papa rociero San Juan Pablo II, debemos «recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro».

* José Vilaplana Blasco es el obispo de Huelva