Sevilla

El Baratillo

La Razón
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Todos tenemos nuestra particular manera de vivir la Semana Santa. Para los que amamos las tradiciones, son los días más esperados del año. Donde todo refulge, donde todo se estrena y se reviven nuevas sensaciones. Y hay días, dentro de nuestra semana mayor, que tienen más prioridad que otros. Principalmente, cuando uno sale en una cofradía. Desde el pasado Viernes de Dolores hasta el próximo Domingo de Resurrección, miles de personas participarán en cientos de cortejos procesionales por toda la geografía andaluza. Músicos, costaleros, nazarenos, penitentes... Uniformes y túnicas que ya esperan su momento. Consummatum est. Todo está consumado. En la ciudad de las eternas dualidades, el Miércoles Santo es el día que uno vive de forma más especial. Entre la brisa marina del Guadalquivir y el arco del antiguo Postigo del Aceite hay una capilla, que bautizaron con el nombre de un pequeño monte, el Baratillo. Muy cerca de allí, se hizo una plaza de tablas para lidiar toros que hoy es catedral del toreo, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. En el patio cuadrillas y en los aledaños de la calle Circo se confiesan y forman cada año los nazarenos. Y a llegar las seis de la tarde, una marea de nazarenos azules desfilan por Adriano. Recuerdos de Paco Palacios «El Pali» y de los versos de Florencio Quintero («en pedestal de alpargatas»). La Virgen niña de la Piedad llora. Y en su regazo, un Cristo que reparte Misericordia por las calles. Suena la saeta. Y las bambalinas del palio de la Virgen de la Caridad parecen una sinfonía celestial que se mezcla con los sones de las marchas «Salve baratillera» y «Caridad del Guadalquivir»: Maestranza de Sevilla, penitentes por toreros, desde aquí sale un camino que lleva al cofrade al cielo.