Los Ángeles

El fulgor de las Estrellas

La Razón
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Terminando el programa de Carlos Herrera llegó la noticia de la muerte de Sara Montiel. En el último minuto del programa, sólo me dio tiempo a decir que había muerto sin duda la mayor estrella del cine hispanoamericano del siglo XX. Sara era la demostración palpable de que se puede ser una artista mediocre y, sin embargo, una «superstar», y al final todo el mundo del espectáculo por lo que lucha es por eso. No era gran actriz, no cantaba demasiado bien, pero un primer plano suyo en una película devoraba al director, al guión a la sala y sobre todo a los espectadores. Ese fulgor es el de las auténticas estrellas. Cuando cantaba su lengua recorría un camino interminable hasta que terminaba una nota, llenando de sensualidad los locales. Esta raza de personajes necesitan leyenda, y a Sarita le sobraban historias. La conocí bastante, en una época fuimos inseparables, quiero aclarar que fue ella la que se unió al grupo, y no al contrario. Era una mujer dura, su vida lo fue, y el salto sin paracaídas de una mujer casi analfabeta a gran personaje la dejó instalada en una especie de realidad, que ella inventaba y creía sin fisuras. En momentos en los que María Antonia Abad sacaba lo mejor de ella, contaba su miserable infancia, la muerte de su hermano que tanto la marcó, «que murió de hambre, la tuberculosis fue la puntilla». Luego demasiadas entregas por papeles en el cine, las cosas empezaban a marchar pero no llegaba a instalarse entre las grandes. Años mexicanos de mucho trabajo, pero no alcanza a ser María Félix, uno de sus ídolos. Conocer a Tony Mann, uno de los grandes de Hollywood, le da la oportunidad de instalarse al más alto nivel en la Meca del cine. Tres papeles: «Veracruz», «Serenade», «Yuma», pero tampoco llega el gran éxito. De nuevo en el punto de partida,y surge la llamada de Juan de Orduña; le ofrece ser la protagonista en una película de bajo presupuesto, en la que tendrá que cantar; no hay dinero para que la doblen, le pagan lo que al portero de un estudio en Los Ángeles y, a pesar de todo, no lo duda y se produce el milagro, «El ultimo cuplé». Le ha costado más de 35 años de su vida, ha ascendido a los cielos donde habitan las más grandes. Se crea un género, el de «Saritísima». Tanto en el cine como en el cuplé, la continua repetición del mismo dura más de 20 años. El modelo termina agotándose, pero el fulgor da para conciertos y programas de televisión por medio mundo. Como sufre una enfermedad propia de este tipo de diosas, que se llama «portaditis», aparece como sea y donde sea arrastrando su pedestal, por los peores lugares. El día que cortamos nuestra amistad, después de una tremenda discusión, le dije: afortunadamente para ti, la mediocre, la vulgar, la tacaña María Antonia, haga lo que haga, no podrá nunca terminar con la grande, bellísima, maravillosa y rutilante Sarita Montiel. Así será, cada foto, cada canción, cada película de «Saritísima» serán eternas.