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El gas de los botellines

La Razón
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Se veía venir. La izquierda clásica anda atribulada desde que Podemos, la izquierda posindustrial, la sedujo años atrás con sus cantos de sirena. Con el tiempo, como se temía, las sirenas se han transformado en un gigante Saturno que mastica con regusto pantagruélico el lomo y el costillar de su padre político. Habría que hacer un poco de memoria para recordar aquella imagen que fue el origen del desastre, que contó con con el atrezo propio de estos tiempos de nuevos sofismos. Asumidos los hechos, es decir, la coalición electoral, era el turno de la representación televisiva. El malagueño Alberto Garzón, coordinador federal de IU, y Pablo Iglesias, líder supremo de Podemos, asaltaron la barra del bar como paso previo al asalto del cielo. La secuencia fue preparada al centímetro: un abrazo, unas cervezas, algún beso volandero y, ¡magia!, allí fue presentado el conocido como Pacto del Botellín, un retrato, un pretendido icono tan grandilocuente como gaseoso en el que pretendían combinar la gravedad política con la popularidad de una tasca de Vallecas. Ahora ha sido Gaspar Llamazares quien ha vuelto a advertir de los efectos de unos bebedizos que han resultado como los de una vulgar resaca de aguardiante. Los votos fueron finalmente menos y a las cervezas se les volatilizó el gas, la fuerza. El coordinador de IU tiene en la madrileña calle Olimpo, sede la organización política, una reválida de aúpa. Del devenir de IU en este periodo, Llamazares ha lamentado los guiños, las retóricas y, sobre todo, la evaporación de las siglas de la izquierda, la cada vez menor relevancia de los suyos en el seno del verticalizado Podemos. El portavoz en el Parlamento andaluz, Antonio Maíllo, siempre ha respaldado el pacto, pues no hace ascos a los botellines sin gas. Aunque sea sin ellos.