Enrique Miguel Rodríguez

El hombre que sabía llorar

La Razón
La RazónLa Razón

Estos días hemos vivido los españoles algo tan hermoso como es que millones de personas se sientan unidas al dolor de unos padres, a los que le han arrebatado de forma terrible a su hijo de 8 años. La entrevista de Carlos Herrera a Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, que tenía hasta nombre artístico, «pececito», apelativo que es ya patrimonio sentimental de España, demostró de qué pasta está hecha la buena gente. No recuerdo un suceso que haya tenido tal repercusión mediática. Por eso tratar de aportar algo después de tanto bueno como se ha dicho, incluso de algunos excesos, sería absurdo. Quisiera extraer una lección de estos hechos. Formar parte de un gobierno es la gran ambición legítima de todo político, a sabiendas de que no deja de ser como montar a un potro salvaje en un rodeo. Estás siempre en el escaparate y por tanto te están juzgando 24 horas al día. Hay personas y medios que hagas lo que hagas, aunque sea regalar oro, te van a poner como el más inepto. No digamos cuando realmente no se acierta. Y si además resulta que no eres un ministro de los que por su cartera quedas más tapado, sino al contrario, eres el ministro de Interior, entonces aunque te coja confesado, el infierno lo tienes junto a tu despacho. Por eso cuando una mujer de la grandeza de Patricia y en el momento solemne del funeral de la mitad de su vida, de su hijo, te da las gracias por como te has portado en estos angustiosos días y, para que quede constancia, te regala la bufanda de su hijo, ahí no hay trampa. Ahí hay sentimientos a corazón abierto. Las lágrimas del ministro, que además conoce ese desgarro terrible que es perder a un hijo de corta edad, son también ejemplares. Se da por hecho que el ministro del Interior tiene que ser y representar a una especie de sheriff implacable. Juan Ignacio Zoido ha demostrado que un ministro no es alguien que está diez escalones por encima de los ciudadanos. Se merece su puesto cuando está a su servicio, a su lado para resolver los problemas. Me gustan y me dan confianza los ministros que saben lloran .